Le quedaban dos meses de prácticas en la nursería del hospital. Se había acostumbrado a los zuecos y la bata azul que le hacían ponerse. Ya tenía por la mano el ritmo de trabajo, sabía que debía empezar por arriba a la derecha y seguir hacia la izquierda, cambiando pañales y dando biberones. Cogía a los recién nacidos con soltura y seguridad, los bañaba en la pica y les cantaba, porque era de talante agradable y cariñosa. Le gustaban los niños, no para comérselos, le gustaban porque los consideraba seres excepcionales. Eran una criaturas indefensas y, sin embargo, capaces de despertar en los adultos (al menos en casi todos) un sentimiento tan protector y profundo, que convertía a aquel encargado de cuidarle, en un caballero de armadura, una bruja sin escoba o un luchador de sumo, frente a cualquier posible agresor.
Iba un día sí y otro no, cambiando de turno a mañana o tarde, cada vez. Aquel día llegó a las cuatro y estaría allí hasta las diez, su jornada era de seis horas. Cuando entró, equipada ya con su uniforme, le llegó un extraño sonido que no reconoció, entre los lloros y ruidos normales de cada día. Parecía el maullido de un gato, muy flojo y repetitivo.
Iba un día sí y otro no, cambiando de turno a mañana o tarde, cada vez. Aquel día llegó a las cuatro y estaría allí hasta las diez, su jornada era de seis horas. Cuando entró, equipada ya con su uniforme, le llegó un extraño sonido que no reconoció, entre los lloros y ruidos normales de cada día. Parecía el maullido de un gato, muy flojo y repetitivo.
Las caras de sus dos compañeras estaban más serias de lo habitual. En una de ellas la seriedad era el estado normal, pero la otra era más alegre y se sorprendió ante su expresión sombría.
La monja se acercó a ella. La monja, a la que llamaban madre (qué cachondos) era la supervisora, daba órdenes a diestro y siniestro y después se marchaba a "su despacho". En aquel momento levantaba un dedo amenazador:
- Ese bebé que está allí, no lo cojas. No se lo enseñes a su padre aunque insista. No lo saques de la incubadora para nada ¿has entendido?
- ¿No hay que darle de comer? -preguntó sorprendida- ¿Por qué hace ese ruidito?
- Porque se va a morir.
Lo dijo así, como si hubiese anunciado que la hora del biberón se adelantaba diez minutos. La enfermera en prácticas se quedó inmóvil, observando aquella incubadora que emitía un quejido anónimo y, ahora, desgarrador.
- Lo hace para que no nos encariñemos y luego lo pasemos peor -la veterana se sabía bien la lección.
Pero la muchacha no podía entender qué narices importaba eso. Ya se les pasaría. Aquel bebé debía quedarse allí, solo, esperando a que sus pulmones o su corazón, se detuviesen, para que ellas, unas pobres trabajadoras de la salud, no fuesen a pasar un mal rato.
- Ese bebé que está allí, no lo cojas. No se lo enseñes a su padre aunque insista. No lo saques de la incubadora para nada ¿has entendido?
- ¿No hay que darle de comer? -preguntó sorprendida- ¿Por qué hace ese ruidito?
- Porque se va a morir.
Lo dijo así, como si hubiese anunciado que la hora del biberón se adelantaba diez minutos. La enfermera en prácticas se quedó inmóvil, observando aquella incubadora que emitía un quejido anónimo y, ahora, desgarrador.
- Lo hace para que no nos encariñemos y luego lo pasemos peor -la veterana se sabía bien la lección.
Pero la muchacha no podía entender qué narices importaba eso. Ya se les pasaría. Aquel bebé debía quedarse allí, solo, esperando a que sus pulmones o su corazón, se detuviesen, para que ellas, unas pobres trabajadoras de la salud, no fuesen a pasar un mal rato.
Intentó hacer su trabajo, cambiando pañales de niños sanos, dando el biberón a niños hermosos y mostrándolos a padres emocionados que venían a poner la nariz en el cristal para que le dijesen cual era el suyo.
Hasta que le vio. Estaba apartado, apoyado en la pared, con la mirada perdida y una expresión profundamente triste.
- Es el padre. Su mujer aún no lo sabe. Tuvo un mal parto y se ha pasado todo el día durmiendo.
- ¿Y cuándo van a decírselo? A lo mejor le gustaría abrazarlo antes...
- Eso pienso yo, pero aquí nosotras no decidimos.
Sabía que le quedaban dos meses de prácticas y que eso podía repercutirle y mucho, en su nota final. Pero, a decir verdad, tampoco lo pensó demasiado. Fue a la incubadora y cogió al bebé en sus brazos. Lo acunó, lo besó, le cambió los pañales y después lo acercó al cristal. El hombre, al otro lado, la miró un instante y después se marchó. Volvió a la habitación, con su mujer.
La que un día sería enfermera miró al niño y comenzó a cantarle una nana, una que le cantaba su madre cuando era pequeña y que tenía reservada para cuando ella tuviese un hijo.
Dos días después tenía turno de mañana y se fue directa hacia la incubadora, pero estaba vacía. Cogió los biberones del calentador y se dispuso a dar de comer a los pequeños que ya berreaban, como un reloj. Mientras los sostenía pensaba que cuando acabasen sus prácticas debería decirle a Sor Maite que se equivocaba, que contrariamente a lo que ella pensaba, querer, no provocaba tristeza.
Y sonrió.
Me ha en-can-ta-do!!!!!
ResponderEliminarEnhorabuena
Gracias Mayte!
EliminarPrecioso,me ha emocionado, gracias por contar estas cosas tan bellas,besos
ResponderEliminarSilvia
Si te digo que está basado en un hecho real, como las pelis del domingo por la tarde...
EliminarBesos, Silvia
¡Qué gran verdad! Y qué maravilloso ámbito y medios adecuados has elegido para transmitirla.
ResponderEliminarUn verdadero placer leerte.
Besos.
Gracias, Fer. Me encanta saber que lo que escribo te llega.
EliminarBesos.
ME ENCANTO, QUE TRISTE PERO QUE BONITA, ES VERDAD, A PESAR DE TODO HAY QUE DAR AMOR, EN ESTE MUNDO TAN FRIO.
ResponderEliminarCecilia, en realidad querer es lo único importante en la vida, todo lo demás sale de ahí ¿a que sí?
Eliminartremenda historia, da qué pensar, saludos
ResponderEliminarHola Ismael. Como la vida misma... Saludos!
EliminarMe ha encantado la historia. Es dura, pero tierna y emotiva a la vez. Efectivamente, creo que hubiera sido mucho más duro para su conciencia haberle dejado marchar sin ofrecerle una sola muestra de cariño.
ResponderEliminarBesos.
Gracias Pilar. En realidad no tuvo opción, cada uno somos lo que somos y nos enfrentamos a lo que nos pasa, como podemos.
EliminarBesos
Todos vamos a marcharnos, lo improtante es que el tiempo que estemos aquí, sea lo mejor posible y el amor, el cariño y el contacto son imprescindibles.
ResponderEliminarGran relato.
Pienso igual que tú, Pilar. El cariño es la mejor medicina y, aunque no te cure, hace que todo merezca la pena.
EliminarMis felicitaciones.
ResponderEliminarTriste quizá, pero bella.
Gracias Merce, me alegra verte por aquí. La tristeza también puede ser bella ¿no crees?
EliminarEs precioso, además creo que todos tomamos iniciativas algunas veces aunque desebodezcamos a nuestros superiores porque tener un poquito de humanidad y cariño no hace daño a nadie y nos hace sentir extremadamente bien.
ResponderEliminarUn beso.
Constantemente, Lidia. En realidad eso es lo que nos distingue como personas ¿verdad?
EliminarUn beso.
Es imposible no acunar a un bebé enfermo. Lo sé por propia experiencia. Te las arreglas para no fastidiar el tratamiento, pero le meces, le susurras, le quieres...como bien dices. A mí no me sale otra cosa.
ResponderEliminarIsabel, siento que tuvieras que experimentarlo personalmente y espero que todo acabase bien. ¿Qué hay más dulce y emotivo que un bebé?
EliminarMe gustan los relatos de contrastes, y con el tuyo hoy he pasado de la tristeza a la ternura y quizás el positivismo.
ResponderEliminarMe ha encantado. ¡Enhorabuena! ;)
¡Besín!
Rober, muchas gracias. Es lo que intentaba trasmitir, positivismo siempre en cualquier circunstancia.
EliminarBesos!
Me ha gustado, a veces hay que saltarse las normas, este era un buen momento.
ResponderEliminarun abrazo
Estoy de acuerdo, sabores, hay que ser un poco rebelde... o mucho, depende.
EliminarUn abrazo
Tremenda historia.Y la tristeza no puede nunca darla querer de veras a alguien.Un saludo
ResponderEliminarErato, veo que opinas como la protagonista de mi relato ;-) Me alegra verte por aquí. Un saludo
EliminarAntonia, ¿será verdad que a los bebés desahuciados los tratan tan mal? Me partió el alma saber que un recién nacido abandona este mundo de una manera tan fría!, tu relato es descarnado, qué tristeza, y qué bien por la cuidadora, lo sacó y lo acunó en sus brazos...
ResponderEliminarMe encanta como escribes,
Besos,
Blanca
Blanca, no creo que la intención de la monja fuese que se le tratase mal, creo que lo hacía para proteger a la muchacha. Lo que ella quiso enseñarle es que no necesitaba que la protegiesen, que ignorar aquel bebé enfermo le hubiese hecho mucho más daño.
EliminarBesos!
Vaya...precioso...
ResponderEliminarPor cierto soy Pérfida
Un saludo coleguita
Gracias, guapa, me alegro que te haya gustado.
EliminarUn saludo coleguita!
Precioso relato, me encantó, por un momento me sentí como la enfermera, rebelde y llena de ternura.
ResponderEliminarSaludos.
Creo que muy pocas personas se resistirían ante un caso así ¿verdad, María?
EliminarBesos!
Un buen relato, Antonia. Se te agarra al estómago. Es duro y emotivo a la vez. Me quedo con la actitud de esa enfermera, que opta por hacer lo correcto, aunque eso suponga incumplir las órdenes.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Gracias, Miguel. Me alegra tenerte por aquí.
EliminarBesos!
Me gusta mucho leerte con tu cadencia suave que transmite tantas emociones. Y final en positivo
ResponderEliminarBesos
Mientras, me ha gustado eso de "tu cadencia suave", me ha sonado a música ;)
EliminarBesos!
Es un relato estremecedor, antonia. Precioso y terrible. No sé qué clase de corazón hay que tener para dejar a un recién nacido morirse solo. Un abrazo muy fuerte y enhorabuena por tus éxitos.
ResponderEliminarMuchas gracias, Isabel, me alegra mucho verte por aquí.
ResponderEliminarUn abrazo!
la verdad es que esperaba que esa nana tuviese algún efecto mágico y que el bebito se curara...
ResponderEliminarqué bonito relato
un beso
Ojalá, María, pero la nana tan solo le podía dar un poco del cariño que merecía.
EliminarUn beso
Hola Antonia, me ha gustado mucho tu historia, yo estaba esperando abajo, nombre del autor, pero parece que tu lo haz escrito, que bonito! Felicidades! Pero es que alguien puede ser tan malo con un bebé??
ResponderEliminarGracias, Pilar, estoy segura de que tú lo habrías acunado con muchísimo cariño.
EliminarUn beso
Es cierto querer no provoca tristeza la indiferencia y la falta de amor si
ResponderEliminarMuy buena historia cielo
Un besote
Estoy totalmente de acuerdo contigo, la indiferencia es más dañina que cualquier otro sentimiento.
EliminarGracias por tu visita.
Besos!
Precioso relato. Saludos
ResponderEliminarGracias César, bienvenido.
EliminarSaludos
Es un relato triste y positivo. La tristeza lo provoca saber que esas cosas suceden. Lo positivo es la vocación, esencial en cualquier trabajo que se realice.
ResponderEliminarBesos.