domingo, 18 de diciembre de 2016

Los Vetalas - El Quinto Sello IV





Prólogo

Bajó los escalones tallados en la piedra y entró en la pequeña cripta. Las velas crepitaban en la penumbra de la estancia. En la pared del fondo había un nicho con una urna de cristal. El Vetala se acercó enrabietado, como siempre que bajaba allí. La mirada vacía de Alana lo observaba desde el otro lado del cristal. Se había llevado la cabeza del lugar del accidente para poder recomponerla más tarde colocándola sobre sus hombros. Pero aquel maldito Diletante lo había estropeado todo al quemar el cuerpo. 
Siempre que miraba aquellos ojos vacíos, se repetían en su cabeza las palabras que le dijo la Guardiana antes de inyectarle el veneno de Rosa Silvestre. Antes de dejarlo atado en aquella cueva. Antes de morir: «Recuerda a Kalen». Desde entonces sentía en su mente la imperiosa necesidad de recordar. Una necesidad que iba creciendo día a día, como si el dueño de aquel nombre tuviese la llave de un secreto vital. Había tratado de averiguar quién podía ser ese misterioso personaje, sin éxito. Y la única persona que podría haber aliviado su ansiedad lo miraba a través del cristal de una urna colocada en uno de los muros de aquella cripta. 
Salió de allí antes de perder el control. En esos momentos era lo último que necesitaba. Avanzó por el túnel y bajó otros dos tramos de escaleras adentrándose en la profundidad de la cueva. Cuando atravesó la puerta de hierro los sonidos ya eran inteligibles para su oído, aunque aún estaba lejos de las zonas habitadas. Recorrió el kilómetro que lo separaba de aquellos sonidos y entró en una gran sala, una caverna natural que no aparecía en ningún mapa. En ella el ambiente era fresco y limpio, a pesar de que más de trescientos Vetalas inceptos se entrenaban con ahínco en la lucha cuerpo a cuerpo. Había sido muy bien acondicionada y la luz era tan potente como estar a pleno día.
Nadie abandonó su tarea al ver aparecer a Gúdric. El antiguo Guardián trataba de inculcar a los suyos la conciencia de igualdad. Y por eso lo respetaban. 

Atravesó la enorme sala y siguió avanzando por otro pasadizo hasta llegar a una caverna más pequeña y oscura. El miedo supuraba por aquellas paredes de piedra. Cientos de ojos humanos, extraviados por el terror, observaban a aquel monstruo que venía a robarles el alma.

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