domingo, 31 de octubre de 2010

Certámenes Literarios Imprimátur



CERTÁMENES LITERARIOS IMPRIMÁTUR

Fallo del Jurado II Edición

Categorías de novela, ensayo y teatro

PRIMER PREMIO
:

NEFERTARI (Antonia Romero) POR "LA TUMBA COMPARTIDA".

SEGUNDO PREMIO:
VIRIATO POR "DESDE MI OLVIDO".

TERCER PREMIO:
BLANCO EN APRIETOS POR "SEIS HOBRES INCOMPLETOS".

Categorías de relato corto y cuento.
PRIMER PREMIO:
Mª DEL PILAR FLORES CAMPELO POR "EL TESORO".

SEGUNDO PREMIO:
RAQUEL VILLANUEVA LORCA POR "TODO PUEDE SER AHORA".

TERCER PREMIO:
PEDRO POR "MEMORIAS DE UN GUERRERO".

Categorías poesía
PRIMER PREMIO:
LOREA OTSOA HONORATO POR "EL GRITO AHORCADO".

SEGUNDO PREMIO:
ZARA PATRICIA MORA VÁZQUEZ POR "LA SOMBRA".

TERCER PREMIO:
IRIAMAKASHA POR "CON EL CORAZÓN EN LA MANO".

lunes, 25 de octubre de 2010

Aprendiendo a respirar

Una de las personas a las que di a leer mi primera novela, me escribió tres folios después de leerla. Guardo aquellas líneas en mi caja de tesoros, junto a las cartas que me escribieron aquellos que me importaron, recuerdos de mi niñez y la pipa que le regalé a mi padre para que dejase de fumar porque me dijeron que fumar en pipa no era tan malo.

En aquel escrito hay mucho de ella y algo de mí, todo lo que creyó reconocer como mío y lo que yo dejé escrito como algo suyo. No me conocía mucho, pero me emocionó igual.

Cuando nos leen los nuestros, los de toda la vida, nos miran con sorpresa y tratan de encontrarse entre las página del libro, escondidos en un personaje misterioso que será como ellos creen ser. Siempre se equivocan. Nunca se reconocen. Y es que nadie es como cree ser. O nadie es como los demás creen que son. Cualquiera de las dos afirmaciones me sirve.

Soy de las que piensa que el autor está siempre presente y que una novela en la que el autor no se retrate es imposible de escribir. No escucho nunca a aquellos que me dicen que el autor no debe nunca dirigirse al lector, que el lector no debe reconocer al autor en su obra. No escucho nunca a nadie que me diga cómo debo escribir. Como tampoco escuché nunca a quien me dijo qué debía leer.

En estos momentos estoy leyendo la biografía de mi adorada Charlotte Brontë, escrita por Elizabeth Gaskell, y la otra noche mientras leía una de sus cartas a Sr. W.S. Williams no pude evitar una sonrisa de satisfacción. Cito:

Muy señor mío: Acabo de leer “Rosa, Blanca y Violeta” (G.H. Lewes) y le diré lo que me parece como mejor pueda. No sé si es superior que Ranthorpe porque Ranthorpe me gustó mucho. Pero en todo caso tiene más de una virtud. Creo que posee la misma fuerza pero más plenamente desarrollada.
El carácter del autor se ve en todas las páginas, y eso da interés al libro, mucho más que cualquier historia. Pero es lo que dice el escritor lo que atrae, mucho más que lo que pone en labios de sus personajes. G.H. Lewes es el personaje más interesante del libro sin la menor duda.

Sonreí y recordé aquellas tres páginas en las que me conminaban a no dirigirme nunca al lector. Como buena Filóloga me daba una serie de pautas a las que debía atenerme y barreras que nunca debía traspasar. Aquella fue la primera lección auténtica que recibí como escritora, luego vendrían otras, en la que aprendí que el escritor ha de ser, sobre todo y por encima de todo, fiel a sí mismo.

Gracias, Esperanza. Gracias Charlotte.

jueves, 21 de octubre de 2010

Otoño

Me gusta como el cielo recorta la silueta de Montserrat cuando camino hacia el trabajo. Me gusta el sonido que hacen las hojas de los árboles movidas por el viento.

Me gusta la sensación de los primeros fríos, cuando tu piel aún guarda el calor del verano y la caricia del aire es fresca y dulce.

Me gusta despertarme cuando aún es de noche y salir de casa con el día recién estrenado.

Me gusta el alivio del Sol cuando me encojo dentro de una fina chaqueta.

Me gusta el otoño.


domingo, 17 de octubre de 2010

¿Me das tu teléfono?

El otro día Miriam me pidió mi número de móvil; sonriendo, empecé a recitar como un mantra: seis, ocho, seis y de pronto me di cuenta de que no me acordaba de cómo seguía. Volví a empezar y me ocurrió lo mismo. Tuve una sensación extraña, me dio por reír, pero era esa risa nerviosa de cuando uno nota que algo no va bien. En mi caso iba muy mal, soy reconocida por mi excelente memoria, si me preguntan si un alumno está matriculado en el centro no necesito mirar ninguna lista para responder y tenemos 955 alumnos.

Hay cosas que nunca olvidas. La barandilla de la escalera en casa de mis padres por la que me deslizaba a pesar de las regañinas de los vecinos. El tacto de las columnas del porche en el que jugábamos a las estatuas. El sonido que hacían los cristales al caer, después de acertarles con una piedra, en aquella casa en ruinas de la calle Mediodía. El silencio ensordecedor en los pasillos de la planta dieciséis del Hospital de Bellvitge. El olor del ajoatao que tanto le gustaba a mi hermana y que a mí me daba ganas de vomitar.

Es sorprendente como puedes recordar cosas aparentemente tan insignificantes y olvidar otras que se suponen importantes.

Miriam me dijo que la llamase a su móvil para que de ese modo pudiese ver mi número y así lo hice. Al cabo de dos minutos volvió para decirme que me había equivocado, que mi número no empezaba por 686, sino por 676. Entonces comprendí por qué no podía continuar: mi cerebro había memorizado la serie en su orden correcto y no podía saltarse ese error. No se trataba de ningún mensaje subliminal para que comprendiese lo que es importante en la vida.

¿O sí?

jueves, 14 de octubre de 2010

Qué hago cuando no escribo

Escribir no es como tomarse el café de la tarde, no sucede de manera automática por mucho que uno se empeñe. Sí, ya sé eso de que “cuando me llegue la inspiración me pille trabajando” y que Isabel Allende se sienta frente a su escritorio a las ocho de la mañana, cada día. A mí nunca me han servido las fórmulas magistrales, yo soy más de hacer lo que me da la gana, la verdad, y tengo épocas en las que no escribo.

Normalmente sucede cuando hay algún cambio en mi vida: he acabado una novela, cambiamos de estación (me refiero a las cuatro estaciones, no al metro), me cambian el horario en el trabajo…

Ahí quería yo llegar. Llevar una familia, escribir y trabajar, son tres cosas que no se complementan muy bien. Debe ser porque las tres exigen alta dedicación y ninguna da un respiro. Ya sé que hay familias en las que los hijos, ya adolescentes, se desligan de sus madres y dejan de compartir con ellas cada pequeño suceso, gran problema o duda existencial. De momento, ese no es mi caso. También me han dicho que hay maridos que solo se relacionan con su esposa en la cama y cenando con los amigos, que nunca quieren hablar de sus cosas y que, bajo ninguna circunstancia (ya sea pistola en la sien o amenaza de visita de la suegra) preguntan qué tal tu día. Ese tampoco es mi caso.

Mi trabajo es absorbente, no me deja un respiro y hace funcionar mis neuronas a pleno rendimiento, así que cuando llego a casa estoy cansada y lo que más me apetece después de comer es repantigarme en el sofá con una taza de café. Ahí soy muy vulnerable y los míos, que lo saben, atacan. Una charla puede durar entre media y dos horas. Un paseo, toda la tarde. Con la cabeza llena de alumnos, planes individuales, cambios de matrícula y que quiero ir a dos conciertos este otoño, es difícil sentarse frente al ordenador y trasladarse a la trama de una novela.

A pesar de todo, la mayor parte del tiempo ocurre. Milagrosamente, ocurre. Pero hay épocas en las que la vida nos dice: ¡eh! que me voy, que me voy, que me estoy yendo. Y en esas épocas buscas la conversación en el sillón, las tardes de paseo cogidos de la mano (sí, aún nos cogemos de la mano ¿qué pasa?), una tarde de chicas, solas mi pequeña y yo de compras por el pueblo, ver videos de Linkin Park con el mayor y escucharle con su guitarra.

Durante esas épocas más intensas (que distracciones siempre las hay), no escribo nada. Me dedico a contemplar lo que me rodea y tomo conciencia de mí misma. Mi paso se ralentiza, veo las hojas de los árboles mecerse al viento y las nubes viajar sin detenerse. El mar huele diferente y la noche es más intensa. Los que me rodean tienen cosas que contarme y estoy ahí para escuchar. Observo. Vigilo.

Y entonces ocurre. Las ideas vienen de camino y se meten en mi cabeza. En forma de personajes, como en Peso cero cuando Mario se sentó en la cama de una habitación vacía y, hundido y sin esperanza, vomitó entre mis manos su profunda sensación de soledad. Entonces me doblego y vuelvo a mi rincón y, a ratos, solo somos yo y mis historias.

martes, 12 de octubre de 2010

Regreso

He preparado comida para el camino. Llevo en la mochila mis letras, algún paquete de pañuelos, una bufanda para cuando haga frío y muchas ganas de verte.

He estado ocupada, ya sabes, pero en todo este tiempo no me he olvidado de ti. Supongo que habrás descansado de mis cosas, mis neuras, mis opiniones y mi tendencia natural al desánimo.

Te echaba de menos. Ya estoy de vuelta.