Te levantas a las
seis de la mañana. Necesitas tiempo para ducharte, estirarte el cabello,
maquillarte... Después, preparas el desayuno: café recién hecho (ya sabes que a
tu consorte no le gusta recalentado), tostadas y el Colacao de los niños.
Antes de despertarles
te pones los tacones y bajas a por el pan. No puedes enviar a los muchachos al
colegio con un bocata de pan duro. La panadera te dice que estás estupenda como
siempre y te da las dos barras de cada día. En el fondo piensa que eres una
pija insoportable, que vives mejor que la Reina y que la miras por encima del
hombro. ¡Si ella supiera!
De vuelta a casa,
levantas las persianas. Primero la de tu marido, que es un cielo cuando duerme,
pero se transforma en un león marino al despertarse. Ruge, muge y emite todo
tipo de sonidos ininteligibles en tono de lamento, insistiendo, como cada día, en
que no hay derecho a la vida que lleva. Después les toca a los niños esos
angelitos que ayer provocaron de nuevo ese molesto tic bajo tu ojo, cuando se
dijeron mutuamente una larga ristra de insultos que ni siquiera sabías que
sabían. Les despiertas con besos y arrumacos, les haces cosquillas y les
ordenas que se levanten y vayan a desayunar.
Has de estar al
día de los nuevos avances científicos y sus aplicaciones domésticas o
dietéticas. Has de conocer los alimentos adecuados a cada edad y la frecuencia
en que deben tomarlos. Sabrás que tus hijos necesitan un mínimo de medio litro
de leche diario (mejor 750 cc) y que no deben ir a clase con el estómago vacío.
Para almorzar, un buen bocata. Nada de esas pastitas que anuncian en televisión
esos chicos y chicas estupendos y felices que ven tus hijos mientras toman su Cola
Cao. Esas perjudican su salud, y tú te preguntas: y entonces ¿por qué las
hacen?
No te lo preguntes.
Recoge la cocina
y a los niños, despídete de tu maridito y rápidamente: al coche. Tienes el
tiempo justo para dejarlos en la puerta del cole una hora antes de que empiecen
las clases, porque si no, no llegas a tu trabajo que, curiosamente, comienza a
la misma hora que el colegio. Menos mal que está el servicio de acogida del
centro escolar (previo pago, claro).
Una intensa mañana
de trabajo subida en tus tacones, que a tu jefe le gusta dar buena imagen. ¡Se
los podía poner él! (piensas tú).
No pienses.
Haces jornada
intensiva porque si no, no llegas a recoger a los niños a las 16:30h. después
de comerte un sándwich o una ensalada (hay que mantener la línea). El mayor
hace Jockey y el pequeño Kárate, apenas tienes tiempo de llegar a los dos sitios.
Mira que intentaste convencerles de que si hacían lo mismo sería mejor para
todos. Quizá ese fue el error: hacerles saber que así colaboraban.
Tienes tres
cuartos de hora para poner la lavadora y recoger las gafas de tu marido.
Después vuelves a por los niños y a casita, justo a tiempo para preparar la
merienda, asegurándote de que el bocata no sea de lo mismo que por la mañana.
Te preparas un café, aunque sabes que te va fatal para la celulitis, y te
acuerdas de que el fin de semana tienes una liposucción. Ya son cuarenta años y
tu cuerpo necesita un buen repaso, de los que te hacen si llevas el monedero a
reventar de billetes.
Lo de la lipo lo
decidiste cuando viste a tu marido mirar de arriba a abajo a una jovencita en
la puerta del cine. No es que te preocupe que te ponga los cuernos, tú eres una
mujer de hoy y estás preparada para afrontar cualquier situación, pero te diste
cuenta de que empezabas a dejar de ser perfecta y para eso no estás preparada.
No te olvides de
la secadora, que la ropa se estropea si la dejas mucho rato mojada. Terminas de
planchar y abres la nevera para hacer la cena. Los niños no deben ir a dormir
tarde, es malo para su rendimiento escolar. La camiseta del pequeño tiene una
mancha de aceite. Es su preferida, no puedes dejarla así hasta mañana.
Por la noche,
cuando te vas a la cama, tu esposo se queja de que eres una reprimida, que
nunca te apetece cuando él tiene ganas. No entiende por qué estás siempre tan
cansada, tienes jaqueca, mareos y no puedes dormir a pesar de insistir en que
estas destrozada. Trabajas mucho menos que él, que llega cada día a las 9:00h.
Te has convertido
en una Superwoman, que traducido al castellano sería algo así como: una ingenua
sin perspectiva que cree poder ocupar el lugar que durante siglos ocupó el
hombre, sin abandonar el suyo.