martes, 27 de febrero de 2007

Suite francesa

¡Dios mío! ¿Qué me hace este país? Ya que me rechaza, considerémoslo fríamente, observémoslo mientras pierde el honor y la vida. Y los otros, ¿qué son para mí? Los imperios mueren. Nada tiene importancia. Se mire desde el punto de vista místico o desde el punto de vista personal, es lo mismo. Conservemos la cabeza fría. Endurezcamos el corazón. Esperemos.

Irène Némirovsky soñaba con una obra de la magnitud de Guera y paz, con unas mil páginas y cinco partes: Tempestad en junio, Dolce, Cautividad, Batallas y La paz. De estas cinco sólo tuvo tiempo de escribir dos. En sus notas escribió "¿Considerar que todavía no he acabado la segunda parte, que veo la tercera?, pero que la cuarta y la quinta están en el limbo, ¡y qué limbo! Están realmente en las rodillas de los dioses, porque dependen de lo que pase". Y es que sus personajes estaban viviendo una historia en tiempo real, los sucesos que la autora pretendía narrar estaban ocurriendo en esos momentos. Mientras ella escribía, Francia era sometida, mientras daba vida a sus personajes, los alemanes entraban en París.

Irène describe una sociedad burguesa y acomodada que se ve súbitamente golpeada por una guerra incomprensible. En Tempestad en junio, con una narración de estilo periodístico, encontramos a unas gentes que huyen de sus casas, aterrorizadas, pensando que es la única posibilidad que tienen de salvarse. "Miraban alrededor y esperaban el milagro: un coche, un camión, cualquier cosa en la que poder irse. Pero no aparecía nada. De modo que se dirigían hacia las puertas de París, las cruzaban arrastrando las maletas por el polvo, seguían avanzando, se adentraban en el extrarradio y después en la campiña y pensaban: «¡Estoy soñando!»".

Seres humanos idénticos en grandeza y bajeza que nos muestran lo que es realmente una guerra, más allá de los crímenes y las atrocidades de uno u otro ejército. La individualidad frente a la masa. El temor, el instinto de supervivencia puede convertir a un grupo numeroso de gente normal en una muchedumbre despreciable. En esta obra la tranquilidad produce desasosiego, percibes la tragedia, la crueldad se esconde en un saco de dormir. He de reconocer que tuve que cerrar el libro en varias ocasiones para meditar sobre lo que narraba, preguntándome qué habría hecho yo en situación semejante, interrogándome sobre si era capaz de comprender a aquellos seres que describía la autora; si me veía entre ellos.

En la segunda parte, Dolce, los alemanes entran en Bussy, un pequeño pueblo que sirve a la autora de microcosmos para mostrarnos cómo los franceses han de compartir sus casas y sus vidas con los invasores. Lucile Angellier aparece en escena y resulta evidente, enseguida, que será un personaje central en la obra, que hasta ese momento era una novela coral. La Francia invadida es un país de mujeres que tienen a sus hijos, hermanos, padres o esposos, prisioneros, heridos o muertos, que conviven con soldados alemanes, hombres como los suyos a los que deben odiar como a enemigos que son. Pero en lo cotidiano ¿son tan distintos los alemanes de los franceses? ¿No tienen los mismos sueños e idénticos miedos? La lucha individual frente a la lucha común.

También están los antiguos combatientes de la Gran Guerra que miran a los suyos con desprecio por ponérselo fácil al enemigo, y a los alemanes con indiferencia. El odio de los que han vuelto de luchar con la herida aun abierta, se ve compensado por la tendencia natural de otros para cubrir con un manto de normalidad lo extraordinario. Dice Irène en sus notas: "Lo más importante aquí, y lo más interesante, es lo siguiente: los hechos históricos, revolucionarios, etc., sólo hay que rozarlos, mientras se profundiza en la vida cotidiana y afectiva y, sobre todo, en la comedia que eso ofrece."

Suite francesa es una obra serena, sin sentimentalismo gratuito, que nos muestra la pobreza en contraste con la riqueza. Nos enseña la mezquindad humana frente a la abnegación y la bondad. Dice Irène: "Si quiero hacer algo efectivo, lo que debo mostrar no es la miseria sino la prosperidad a su lado".

La autora no muestra interés en tomar revancha. Cuenta lo que ve. La traición y el miedo toman forma protagonista incidiendo en el colaboracionismo de una población que, prescindiendo de la categoría moral del hecho, viven el día a día como supervivientes que son. El miedo, por encima de todo: "El francés de esa casta no siente odio hacia nadie; no siente ni celos ni ambición frustrada, ni auténtico deseo de revancha. Está muerto de miedo. ¿Quién le hará menos daño? ¿Los alemanes? ¿Los ingleses? ¿Los rusos? Los alemanes le han pegado, pero el correctivo está olvidado, y los alemanes pueden defenderlo. En el colegio, el alumno más débil prefiere la opresión de uno solo a la libertad; el tirano lo humilla, pero prohíbe a los otros que le birlen las canicas y le peguen. Si se libra del tirano, está solo, abandonado en medio de todos."

La impactante biografía de su autora y saber que ésta fue una novela escrita en un momento dramático da a Suite francesa un carácter especial. Su lectura no decepciona en absoluto a pesar de que la acometes con la certeza de no conocer su final. Escrita a caballo de la propia historia, sin certeza de futuro pero con planes muy bien trazados. Leyendo las notas de Irène es evidente que pretendía hacer una gran obra, una obra que trascendiese: "No olvidar nunca que la guerra acabará y que toda la parte histórica palidecerá. Tratar de introducir el máximo de cosas, de debates... que puedan interesar a la gente en 1953 o 2052". Y lo consiguió.

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Julio de 1942, campo de concentración de Pithiviers. Irène escribe unas palabras a lápiz y le pide a un viajero que conoce en la estación, que se la entregue a su esposo.
Mi querido amor, mis adoradas pequeñas, creo que nos vamos hoy. Valor y esperanza. Estáis en mi corazón, amados míos. Que Dios nos ayude a todos.


martes, 20 de febrero de 2007

El tiempo pasará...

Cuando nació no ocurrió nada especial, el quinto en una familia de cinco es, simplemente, el último en llegar. Su hermana mayor podría haber sido su madre; teniendo en cuenta que diecisiete años es una edad considerable, eso no pareció hacerle mucha gracia pero disimuló como pudo. Los demás la acogieron como lo que era una cosita muy fea y muy delgaducha que hacía ruiditos y dormía casi todo el tiempo.
Desués fue la que vigilaba cuando la mayor estaba con el novio en la salita, la que peinaba a la siguiente, porque lo hacía muy bien (no era lista ni nada), la que escuchaba a la de en medio cuando le daba por leer poesía o la que aguantaba las bromas del único varón, a parte de su padre, que no la dejaba jugar cuando venían sus amigos a casa.

Nació un veinte de febrero a las seis de la tarde; una vez le hicieron la carta astral (no sabe qué hizo con ella) y le dijeron que era piscis por los pelos. Ella cree que se le nota, todo el mundo cuando la conoce le dice "oye, por un momento he creído que eras piscis, pero no ¿verdad?".

Hoy cumple años y no puede decir que en estos años no haya cambiado. Es más mayor, menos ingenua, más tolerante, menos espontánea, más comprensiva, menos absurda... pero, sobre todo, es más feliz.

jueves, 15 de febrero de 2007

Irène Némirovsky

Irène Némirovsky nació el 11 de febrero de 1903 en Kiev en el seno de una familia judía. Su padre, Léon Némirovsky, era uno de los banqueros más ricos de Rusia. Irène, que recibió una esmerada educación a cargo de una institutriz, era una niña triste y solitaria a la que sus padres no hacían ningún caso. Su padre era un hombre demasiado ocupado en sus negocios para perder el tiempo con un niña y su madre sentía aversión por la pequeña, a la que tuvo por complacer a su esposo. Fanny, que así se hacía llamar la madre, vivía obsesionada ante la idea de envejecer y su hija, al crecer, la ponía en evidencia ante sus numerosas conquistas masculinas. Irène se hacía mayor y durante la adolescencia su madre la obligó a vestirse como una niña por no aceptar lo inevitable. La joven buscó compañía en la lectura y empezó a escribir. En sus letras no disimuló el odio que crecía contra su madre. En "Le vin de solitude" escribió: "En su corazón alimentaba un extraño odio hacia su madre que parecía crecer con ella..." Y así, utilizó la única arma de que disponía para vengarse de su progenitora: la escritura. Publicó: El baile, Jézabel y Le vin de solitude, con cariño para mamá. Curiosamente, a la muerte de Fanny con ciento dos años, lo único que encontraron en su caja fuerte fueron dos libros de su hija: Jèzabel y David Golder.

Siendo de origen judío, en sus escritos aparecían pinceladas de cierto antisemitismo, sin embargo, en alguna ocasión admitió sentirse orgullosa de ser judía, aclarando que sus críticas iban dirigidas hacia los judíos cuyo amor al dinero pasaba por delante de cualquier otra cosa. Ideó su propia técnica creativa, escribía a diario en un cuaderno y copiaba tanto el relato como las reflexiones que éste le inspiraba. Era metódica y detallista, creaba a sus personajes con todo tipo de matices, tanto físicos como espirituales.

En diciembre de 1918 los bolcheviques pusieron precio a la cabeza de Léon Némirovsky, lo que obligó a la familia a huir a Finlandia. En 1919 se instalan en París.

En una de sus muchas "juergas nocturnas" conoce a Michel Epstein, ingeniero en física y electricidad, con el que se casará en 1926.

En 1929, Bernard Grasset se encuentra con un manuscrito, escrito en francés, titulado David Golder que le han hecho llegar de manera anónima, con la única identificación de un apartado de correos. El editor, deseoso de contactar con el misterioso escritor, publica un anuncio en un periódico reclamando que el autor se presentase en la editorial. Es comprensible que se llevara una gran sorpresa al ver ante él a una joven alegre y sencilla, de tan sólo 26 años, que acababa de parir a su primera hija, Denise, y que se presentaba como la autora de la epopeya de Golder, un magnate judío de las finanzas internacionales. En 1937 nacería su segunda hija, Elisabeth.

A pesar de ser una escritora muy famosa, Irène no consigue la nacionalidad francesa. Es consciente de que ser judía en una época tan manifiestamente antisemita no le pondrá las cosas demasiado fáciles, ni a ella ni a su familia. Así que la madrugada del 2 de febrero de 1939, se hace bautizar, según el rito católico. Ese mismo año, la víspera del inicio de la Segunda Guerra Mundial, deciden trasladar a las niñas al pueblo de la niñera, Cécile Michaud, situado en Saônet-Loire. Ella y su marido regresan a París.

En 1940 el estatuto de los judíos los convierte en parias, Michel ya no tiene derecho a trabajar e Irène no puede publicar, así que deciden marcharse de París y se reúnen con sus hijas. La situación es cada vez más difícil, el segundo estatuto de los judíos es aún más duro que el primero y supone el preludio al internamiento en campos de concentración y exterminio nazis.

Irène no se engaña, sabe que su final será trágico. Escribe y lee mucho y consigue que le publiquen sus novelas cortas con seudónimo. Lleva la estrella amarilla, al igual que sus hijas; escribe La vida de Chéjov y Las moscas del otoño, que se publicarían en 1957, e inicia su obra póstuma Suite francesa. Sueña con un libro de mil páginas, elabora la lista de personajes, sus características y personalidades, hasta el último detalle. Está en 1942 y no tiene claro que vaya a poder acabarla, le invade la sensación de que su vida se acaba. A pesar de ello sigue escribiendo, es lo único que puede hacer, redacta notas sobre la situación en Francia, es dura y sincera en sus opiniones respecto a la actitud de la "masa" que considera "aborrecible". Está sola dentro del mundo literario, casi todos han optado por el colaboracionismo y se ve relegada y olvidada por los que fueron sus amigos. El 3 de junio de ese año redacta un testamento en favor de la tutora de sus hijas, para que ésta pueda ocuparse de ellas cuando Michel y ella hayan desaparecido. Es detallada y rigurosa en sus indicaciones. No hay quejas, sólo una resignación desesperada.

El 11 de julio escribe a su director literario: "Querido amigo... piense en mí. He escrito mucho. Supongo que serán obras póstumas, pero ayuda a pasar el tiempo". El 13 de julio los gendarmes franceses la detienen en su casa y tres días después es internada en el campo de concentración de Pithiviers, en el Loiret. El 17 de julio la introducen en el convoy número 6 y es deportada. Destino: Auschwitz.

El 17 de agosto de 1942 es asesinada.

Michel Epstein no acepta la situación, cada día exige que el cubierto de su esposa se ponga en la mesa. No sabe que Irène ha muerto. Desesperado, escribe al mariscal Pétain para rogarle que le dejen ocupar el lugar de su esposa, aduciendo que tiene una salud delicada y no les será útil en un campo de trabajo. El gobierno de Vichy le responde en octubre con una orden de arresto.

El 6 de noviembre de 1942 es deportado a Auschwitz y ejecutado inmediatamente.

Los gendarmes franceses querían completar su trabajo y acudieron al colegio de las niñas para llevárselas también, cosa que la maestra impidió ocultándolas. La tutora descosió la estrella judía de sus ropas y escapó con ellas. Acudieron a su abuela materna que había estado viviendo en Niza, ajena a cualquier peligro.
Se negó a abrirles la puerta.

Las niñas llevaban una maleta, en ella los pocos recuerdos que salvaron de sus padres. Y un manuscrito.

Huyeron de un refugio a otro ocultando que eran judías. Los gendarmes las seguían, como si de terribles criminales se tratase, no se olvidaban de ellas. Las niñas no sabían que sus padres habían muerto y seguían esperándoles. Algunas veces corrían al reconocer a su madre en la silueta de una mujer que caminaba por la calle.
Pasó el tiempo. Muchas veces abrieron el cuaderno de Irène pero les causaba demasiado sufrimiento el leerlo y volvían a cerrarlo esperando que el tiempo calmara el dolor.

Elisabeth se convirtió en directora literaria. Decidió mecanografiar el manuscrito de su madre con la intención de preservarlo. Necesitó la ayuda de una gruesa lupa para descifrar la pequeña letra con la que había sido escrito. Las hermanas creían que se trataba de simples notas, un diario personal, pero Elisabeht descubrió emocionada que se trataba de una novela inacabada, un retrato crudo y violento de los momentos que les tocó vivir. Una novela escrita por alguien que vivía en esos mismos instantes lo que narraban sus personajes. Suite francesa, fue concebida como una obra en cinco partes de las que Irène sólo pudo acabar dos: Tempestad en junio y Dolce.

Elisabeth y Denise, decidieron entregar el manuscrito al Institut Mèmoire de l'Édition Contemporaine, una institución que se encarga de preservar documentos de todo tipo (cartas, diarios, libros...), a fin de garantizar el conocimiento exacto de la historia de un país.

En una próxima entrada os hablaré de Suite francesa.