martes, 8 de enero de 2008

Silencio

Esta cansada de discutir, siempre la misma retahíla. Después de morir su padre, su madre había decidido dejarse ir. Los días se convirtieron en uno y diez años pasaron en un chasquear los dedos.

Siempre animándola a hacer cosas, cosas que a la madre no le interesaban pero que calmarían la conciencia de la hija por ser joven, por tener una vida, por querer un futuro.

Ahora era el fruto quien sustentaba el árbol y de fondo siempre la misma cantinela, -tú tienes a tus hijos y a tu marido que te necesitan-. Mientras prepara la cena para los niños recuerda esas palabras que le suenan a reproche. Quizá porque son ciertas.

Él está de viaje, cosas del trabajo, y mientras las patatas saltan suavemente en la olla, espera su llamada escuchando las noticias. Le dirá que la echa de menos, lo mal que se está fuera de casa y ella le animará diciendo que son sólo cinco días.

La anciana no sale, permanece en casa esperando despertar de la pesadilla que es la soledad. Se acabaron los paseos del brazo de aquel hombre que la había acompañado tanto tiempo. Se acabó la maquinilla de afeitar en el lavabo, ya no más humo de cigarrillo. Se acabó regañarle por dejar comida en el plato, y enfadarse porque no quiere hacer ese viaje del que tantas veces habían hablado. Se fue. No le dio tiempo a despedirse. Más que dejar un hueco lo que dejó fue un agujero negro que tragaba y tragaba todo a su alrededor y a la pobre anciana apenas le quedaba un pequeño rincón, apartado de aquel insaciable monstruo, en el que colocar su sillón. El sillón en el que se sentaba a media tarde frente al televisor esperando que llegara la noche. Los que hablan allí dentro le hacen compañía. Y en el sillón la encontrará la madrugada, dando cabezadas contra el respaldo mullido y frío.


Es su madre y quiere ayudarla, pero no sabe cómo. Se irrita cuando ve que no come bien, no quiere cocinar para ella sola, dice que es demasiado trabajo para nada. Toda su rutina de años ha quedado reducida a levantarse tarde, comer mal y sentarse en un sillón frente al televisor. A esperar.

Tan solo hace dos días que él se fue. Los niños están en la cama y ella aún no ha cenado. Va a la nevera y mira dentro. Se cansa solo de pensar en tener que cocinar, así que decide comer cualquier cosa. Los lunes es el día de aquella serie pero no le apetece verla sola. Se sienta en el sillón, coge un libro y empieza a leer. Mira a su alrededor.

Silencio.

Mira a su alrededor e imagina.

Y comprende.

Silencio.

2 comentarios:

  1. Cuando me independicé una amiga me dijo que tuviera cuidado, que la soledad acababa maleducándonos.

    Precioso texto, tan cierto...

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  2. Es un texto estupendo, Antonia, muy cierto, muy sensitivo. La soledad, a veces...
    Un abrazo.

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