Era un día radiante de sol. Se despertó temprano y estiró los brazos desperezándose al tiempo que sonreía. El vestido colgaba de la barra de la cortina, expuesto como un cuadro a los ojos de su dueña. No era muy dada a ese tipo de florituras, pero no se sabe por qué ese día lo transforma a uno en un ser extraño.
Un café con leche para desayunar y después abrir la puerta que viene la Nuri. "¿Estás nerviosa?" pregunta que se repetirá durante el día en innumerables ocasiones en las que irá variando la respuesta en relación a la proximidad del momento crítico.
Pero ella no está nerviosa, está aburrida. Aguanta hasta las doce del mediodía antes de romper con la repetida amenaza de que no debe verle, trae mala suerte. Pero las ganas pueden más "¿te apetece tomar un vermouth?, ¡pues claro que me apetece!, te espero". La risa de los dos al verse es significativa, de la opinión que tienen de la suerte, y de las ganas de verse.
Saben que es un día especial, el primero de algo que comienza para durar. Saben que el camino no es fácil, conocen el percal, no es su estilo el engañarse. A pesar de ello, se sienten felices.
Ella regresa a casa para comer, toca mucho el plato, lo mira, le da vueltas. Después de un tiempo prudencial que permita a sus progenitores un mínimo de cancha, se levanta y se va a la ducha.
Montse viene a peinarla, no es peluquera, es solo una compañera de trabajo a la que le gusta peinar. Ella no quiere cosas raras, ni alcachofas, ni ensaimadas puestas sobre su cabeza. Sus rizos y un discreto tocado. Muy discreto. Quiere que la vea a ella, no a una caricatura de sí misma. Él sabe quién es, no tiene nada que ocultar.
De pronto llaman a la puerta "¿quién es?, el fotógrafo, ¿yaaaa? Pero si aún no estoy vestida". Con él llega la Toñi, va a ayudarla a vestirse, tantos años siendo amigas y ese nudo en la garganta.
Una vez dentro del vestido una sensación de solemnidad se apodera de ella. Ahora sí, ahora ya está segura. Cuando llega a la Iglesia, una sencilla parroquia de barrio donde todo el mundo se conoce, del brazo del Nono, que además es su padre, tiene ganas de llorar. Suena el canon de Pachelbel y su melodía en crescendo va acelerando sus latidos. El altar está vacío. Con las notas del canon un montón de amigos se levantan de su sitio en los bancos y lo visten, las flores, el mantel, las guitarras. Él entre ellos, como uno más. Ella contemplándolo con una sensación entre dulce y amarga. Dulce porque llega y amarga porque se va.
Dieciséis veces han celebrado aquel momento. No hay regalos del Corte Inglés, ni tartas con su fotografía. Sólo un "por tus defectos más que por tus virtudes" y un vermouth en una terraza al Sol.
Un café con leche para desayunar y después abrir la puerta que viene la Nuri. "¿Estás nerviosa?" pregunta que se repetirá durante el día en innumerables ocasiones en las que irá variando la respuesta en relación a la proximidad del momento crítico.
Pero ella no está nerviosa, está aburrida. Aguanta hasta las doce del mediodía antes de romper con la repetida amenaza de que no debe verle, trae mala suerte. Pero las ganas pueden más "¿te apetece tomar un vermouth?, ¡pues claro que me apetece!, te espero". La risa de los dos al verse es significativa, de la opinión que tienen de la suerte, y de las ganas de verse.
Saben que es un día especial, el primero de algo que comienza para durar. Saben que el camino no es fácil, conocen el percal, no es su estilo el engañarse. A pesar de ello, se sienten felices.
Ella regresa a casa para comer, toca mucho el plato, lo mira, le da vueltas. Después de un tiempo prudencial que permita a sus progenitores un mínimo de cancha, se levanta y se va a la ducha.
Montse viene a peinarla, no es peluquera, es solo una compañera de trabajo a la que le gusta peinar. Ella no quiere cosas raras, ni alcachofas, ni ensaimadas puestas sobre su cabeza. Sus rizos y un discreto tocado. Muy discreto. Quiere que la vea a ella, no a una caricatura de sí misma. Él sabe quién es, no tiene nada que ocultar.
De pronto llaman a la puerta "¿quién es?, el fotógrafo, ¿yaaaa? Pero si aún no estoy vestida". Con él llega la Toñi, va a ayudarla a vestirse, tantos años siendo amigas y ese nudo en la garganta.
Una vez dentro del vestido una sensación de solemnidad se apodera de ella. Ahora sí, ahora ya está segura. Cuando llega a la Iglesia, una sencilla parroquia de barrio donde todo el mundo se conoce, del brazo del Nono, que además es su padre, tiene ganas de llorar. Suena el canon de Pachelbel y su melodía en crescendo va acelerando sus latidos. El altar está vacío. Con las notas del canon un montón de amigos se levantan de su sitio en los bancos y lo visten, las flores, el mantel, las guitarras. Él entre ellos, como uno más. Ella contemplándolo con una sensación entre dulce y amarga. Dulce porque llega y amarga porque se va.
Dieciséis veces han celebrado aquel momento. No hay regalos del Corte Inglés, ni tartas con su fotografía. Sólo un "por tus defectos más que por tus virtudes" y un vermouth en una terraza al Sol.
Gracias por tu comentario. También a mí me ha resultado muy interesante tu blog. Y muy bien escrito, por cierto.
ResponderEliminarUna exquisita gota de sensibilidad. De dulzura, también. De saber qué es el amor.
ResponderEliminarLo mejor, el Kanon a tres voces. Lo siento, pero no puedo decir por qué.
Lo único que no me gusta de esta historia es no haberla escrito yo.