Mi casa era una casa pequeña, muy pequeña, y la ocupábamos muchos. Apenas había espacio para nosotros, y los libros no eran un artículo de primera necesidad. Yo era muy popular en mi barrio entre los niños, era muy "jugasquera", que decía mi madre; del colegio a la calle y de la calle a la cama era mi rutina diaria.
Cuando cumplí nueve años mi hermana mayor, la que yo creía que sería una princesa y viviría en una gran casa con verja de hierro, se fue de casa después de casarse con un empleado de la Philips y nuestra habitación se quedó con sólo tres habitantes.
Cuando cumplí nueve años mi hermana mayor, la que yo creía que sería una princesa y viviría en una gran casa con verja de hierro, se fue de casa después de casarse con un empleado de la Philips y nuestra habitación se quedó con sólo tres habitantes.
Al poco tiempo fuimos tres chicas y unos nuevos inquilinos: Los libros.
Llegaron no sé cómo, sospecho que otra de mis hermanas los trajo, aunque no puedo recordarlo. A mí me llamaban la atención. Los cogía, los hojeaba (pasaba las hojas) y me sentía atraída por ellos. Especialmente por uno, la pequeña Dorrit, se llamaba. El autor era un señor llamado Charles, con un apellido muy raro. Un día decidí leerlo, total, para algo me había tomado la molestia de aprender a leer.
Aquel libro produjo una transformación en mi cerebro, algo sutil e imperceptible a simple vista. Lento y constante, el deseo de leer se fue metiendo en mi pequeña cabecita y desde allí se fue extendiendo por todo mi cuerpo. Las manos deseaban sostener aquellas pequeñas cosas mágicas que me transportaban a mundos desconocidos. Los ojos buscaban en todas partes, otros títulos. Corría por mis venas una de las drogas más potentes, pues producía el mayor placer individual. Ya no hubo remedio. A partir de ese momento empecé a cambiar con mis amigos, libros, en lugar de cromos. Me dejaron la colección de "Las mellizas en Santa Clara" y comía embobada, me iba directamente a tumbarme a leer en mi cama y pasaba el calor del verano en lugares lejanos a los que pensaba que jamás iría. Leía libros que era incapaz de entender por el puro placer de leer. Leí la Biblia o el Quijote en lo que mi hermano se zampaba a Mortadelo y Filemón.
Llegaron no sé cómo, sospecho que otra de mis hermanas los trajo, aunque no puedo recordarlo. A mí me llamaban la atención. Los cogía, los hojeaba (pasaba las hojas) y me sentía atraída por ellos. Especialmente por uno, la pequeña Dorrit, se llamaba. El autor era un señor llamado Charles, con un apellido muy raro. Un día decidí leerlo, total, para algo me había tomado la molestia de aprender a leer.
Aquel libro produjo una transformación en mi cerebro, algo sutil e imperceptible a simple vista. Lento y constante, el deseo de leer se fue metiendo en mi pequeña cabecita y desde allí se fue extendiendo por todo mi cuerpo. Las manos deseaban sostener aquellas pequeñas cosas mágicas que me transportaban a mundos desconocidos. Los ojos buscaban en todas partes, otros títulos. Corría por mis venas una de las drogas más potentes, pues producía el mayor placer individual. Ya no hubo remedio. A partir de ese momento empecé a cambiar con mis amigos, libros, en lugar de cromos. Me dejaron la colección de "Las mellizas en Santa Clara" y comía embobada, me iba directamente a tumbarme a leer en mi cama y pasaba el calor del verano en lugares lejanos a los que pensaba que jamás iría. Leía libros que era incapaz de entender por el puro placer de leer. Leí la Biblia o el Quijote en lo que mi hermano se zampaba a Mortadelo y Filemón.
Entre los libros y yo se creó un vínculo que si no es amor, no han descubierto aún la palabra que lo define. Solo conservo los que, después de leerlos, han dejado poso en mí, cualquier tipo de poso, porque a partir de ese momento ya forman parte de mi propia esencia. Ya son yo. Los demás, esos que lees por equivocación, porque te lo dicen, porque te lo piden, esos, los regalo. Nunca tiro un libro. El que no sea para mí no significa que no pueda ser para otro.
Quizá por eso el día más bonito del año, el día que más me gusta, ese que parece que lo han hecho para ti, ese día es Sant Jordi. Incluso a veces pienso que mis padres se vinieron a Catalunya, desde un pueblecito de Jaén, para que yo pudiera disfrutar de esta maravillosa fecha. Los libros invaden las calles, el olor a rosa se extiende por todas partes, gente con bolsas cargadas de palabras, las más bellas y las otras.
Un Libro y una Rosa ¿puede haber algo más bello?
La rosa te la doy yo, el libro, ese que ha sido especial para ti, me gustaría conocerlo...
Feliz Sant Jordi.
Tu blog ha sido un gran descubrimiento para mí. Me encanta tu forma de expresarte, tu manera de decir cosas sencillas con tanto sentimiento.
ResponderEliminarRespondiendo a tu petición, te traigo un libro muy especial para mí: El mercader de Venecia de Shakespeare. Creo que es la primera obra teatral que leí, hace ya unos cuantos años, y me impactó su forma de describir las miserias humanas y también la grandeza, por qué no.
Espero que lo disfutes tanto como yo.
Saludos de un admirador.
... y me quedo con la rosa.
Juanjo
Hola Antonia.
ResponderEliminarEs un placer volver a saber de ti. Sabía que no podías faltar a la cita del "Día del Libro".
Es difícil, difícil decidirse sólo por un libro. En mi caso, me decanto por un libro que me emocionó cuando tenía once o doce años. El libro más largo que había leído por aquel entonces, el primero que me llevé a casa en préstamo cuando descubrí el maravilloso mundo de las bibliotecas: Las Aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain.
Quizá no es el mejor libro que he leído, pero sí es uno de los que más grato recuerdo guardo.
P.D.: Gracias por la rosa.
Llevo poco tiempo explorando blogs y es un gustazo encontrarse uno como este.
ResponderEliminarA mi la lectura también me atrapo desde muy pequeña. Siempre termino econtrando espejos en los libros que leo o fichas que le faltaban a los rompecabezas que llevo en mi.
El libro: Zoro de Jairo Anibal Niño. Uno de los primeros libros que me atrapo y me hizo volar.
Gracias por lo rosa.
ResponderEliminarCiao Antonia,
ResponderEliminarTe cambio la flor por Peter Pan, de vez en cuando vuelvo a leerlo para que me ayude a seguir siendo una absoluta inmadura y me recuerde que nunca, nunca debo crecer.
Un beso,
Mónica
hola antonia, necesito que publiques algo mas, no puedo esperar
ResponderEliminarHola otra vez.
ResponderEliminarGracias por la rosa.
Libros especiales?
Miles.
En la cabecera sigo teniendo Hamlet.
Un saludo desde esta dualidad mía, :P
Lo siento, nunca me gustó La pequeña Dorrit, pero un libro de cabecera durante mucho tiempo fue Martin Eden de Jack London.
ResponderEliminarBuenas tardes Antonia,
ResponderEliminarTus fans seguimos esperando que publiques algo más porque nos tienes abandonados.
Por cierto he intentado infructuosamente recuperar tus novelas en Yo escribo, y no hay forma, ¿como puedo volver a leer tus novelas?, las necesito, de veras.
Perdonad mi sequía creativa, estoy trabajando en una novela. Pronto publicaré un nuevo relato.
ResponderEliminarLynn mi correo electrónico viene al final de la página, puedes escribirme si quieres. Te enviaré mis novelas.
Un saludo.