Anoche tuve un sueño. Soñé que estaba viva.
En un momento me salí del cuadro y caminé hacia aquel paisaje conocido donde una vez fui. La hierba me hacía cosquillas en la planta de los pies y el olor a tierra mojada me estremecía de placer. Seguí caminando, no debía temer al cansancio, ni tampoco a no llegar a ninguna parte. Ya estaba en ninguna parte.
El camino era estrecho, los árboles que lo flanqueaban eran altos y movían sus brazos, repletos de hojas, al compás del viento. Me miré y vi que estaba desnuda, pero no sentía frío. Yo era el frío.
Quería seguirte. Seguir caminando y llegar a alguna parte, cansada de que el camino siempre acabase con el sueño, quería seguir soñando y vivir por ello de nuevo.
Era inútil. El sueño terminó y me encontré de nuevo en esta triste habitación llena de antiguos recuerdos de otra vida. Recuerdos y objetos que sólo puedo contemplar.
Morí aquel día. Y es un justo castigo por mis actos estar viva para contemplar mi lenta e inexorable muerte. Sin que nadie pueda rescatarme. Sin que nadie se compadezca de mí. Morir cada día al abrir los ojos…
En un momento me salí del cuadro y caminé hacia aquel paisaje conocido donde una vez fui. La hierba me hacía cosquillas en la planta de los pies y el olor a tierra mojada me estremecía de placer. Seguí caminando, no debía temer al cansancio, ni tampoco a no llegar a ninguna parte. Ya estaba en ninguna parte.
El camino era estrecho, los árboles que lo flanqueaban eran altos y movían sus brazos, repletos de hojas, al compás del viento. Me miré y vi que estaba desnuda, pero no sentía frío. Yo era el frío.
Quería seguirte. Seguir caminando y llegar a alguna parte, cansada de que el camino siempre acabase con el sueño, quería seguir soñando y vivir por ello de nuevo.
Era inútil. El sueño terminó y me encontré de nuevo en esta triste habitación llena de antiguos recuerdos de otra vida. Recuerdos y objetos que sólo puedo contemplar.
Morí aquel día. Y es un justo castigo por mis actos estar viva para contemplar mi lenta e inexorable muerte. Sin que nadie pueda rescatarme. Sin que nadie se compadezca de mí. Morir cada día al abrir los ojos…
Te leía silenciosamente en el Google Reader creyendo que no se podían hacer comentarios.
ResponderEliminarAhora que veo que vivo en el pasado :-), aprovecho para saludarte.
El relato, excelente
Besos
una descripción del cuadro excelente...
ResponderEliminarme encantó ese final
"Morir cada día al abrir los ojos..."
saludos
Querida Antonia, el próximo viernes 2 de octubre haremos un breve comentario sobre tu blog en el Blog literario Asamblea de palabras, para que nuestros lectores y lectoras se acerquen al mismo.
ResponderEliminarUn saludo.
Amanda, yo también te leo y me alegro de verte por aquí.
ResponderEliminarDani, he descubierto tu nuevo blog del que no sabía nada, pensaba que habías emigrado a las Bahamas. Un gusto reencontrarnos.
Francisco, un honor. Pasaré a saludar y estaré atenta. Muchas gracias.
Muy evocador y elocuente, de los que me gustan. Si se pudiera votar, tendrías varios míos.
ResponderEliminarUn saludo.