domingo, 15 de abril de 2007

Sin rostro

En nuestra vida nos cruzamos con personas que dejan un poso, a veces amargo, a veces dulce y que nos construyen como lo que somos. La mayoría de esas personas quedan en el olvido o se mantienen en un recuerdo vago y anecdótico de nuestro cerebro.

Cuando la vi por primera vez no puedo ocultar que me cortó la respiración. Tenía un enorme desparpajo y la timidez, si es que la tenía, estaba oculta por un montón de capas de simpatía. Venía, empujando su silla de ruedas, a darme la bienvenida junto con otras cinco mujeres desconocidas que, en pocos minutos, me contaron lo más íntimo de sus vidas.

A los quince años aún no has aprendido las reglas del disimulo y mi rostro no debía dejar lugar a dudas. Ella empezó a hablar, me enseño una foto, al marido lo había visto en la rotonda de enfermeras, el niño debía tener unos dos años. Yo no podía apartar la mirada de aquel ser sin rostro, era una atracción estremecedora la que me producía. Su voz salía con dificultad de un orificio sin labios, pero ella no dejaba de hablar. Un trozo de carne, liso y alargado, estaba unido por ambos extremos a aquella cara sin facciones; por un lado cosido al lugar que debió ocupar su nariz, por el otro, donde estuvo el pómulo izquierdo. Con él iban a construirle una nariz. Llevaba unas gafas oscuras, un ojo ausente y otro sin párpado que debía proteger cuando no estaba vendado.

Lo primero que hizo fue contarme su historia. En el coche iban también su marido y su hijo de dos años, pero a ninguno de los dos les pasó nada. Todo el golpe lo recibió ella, sentada al lado del conductor, con el árbol empotrado en su asiento. Llevaba once operaciones y no sabía cuántas más le faltaban, pero no debían ser pocas. Desde el accidente no había vuelto a ver a su hijo, en realidad lo que no quería era que su hijo la viese a ella. Cuando hablaba de ese niño se le rompía la voz ¡le echaba tanto de menos! Me enseñó una foto en la que, sonriente y confiado, miraba a la cámara, detrás de la que estaba su mami, a la que hacía un año que no veía. Con quince años las lágrimas se controlan mal y fue curioso que ella tuviese que consolarme a mí.

Me dejó un poso profundo y no recuerdo ni su nombre. Hablamos mucho durante los dieciséis días que estuve allí y el cariño me salía por todos los poros cuando estaba con ella. En seguida dejé de verla sin rostro, reímos, lloramos y nos hicimos compañía. Me enseñó esas cosas que se aprenden respirando y no se olvidan hasta que exhalas el último suspiro.

Si es que se olvidan.

14 comentarios:

  1. Anónimo1:28 p. m.

    Rostros que se disuelven en el tiempo como la niebla. Unas veces demasiado rápido, otras,¡ con tanta lentitud!


    luisveagarcia.blogia.com

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  2. Alguien me dijo una vez que un buen escritor no es el que te da respuestas, sino el que te ofrece buenas preguntas.

    Tú has hecho eso con este relato.

    Quiero más.

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  3. Realmente emocionante, Antonia. Me dejaste la piel de gallina, como se suele decir.
    'De profundis' te envío un abrazo.
    Has hecho creible la historia.

    Puri.

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  4. Hola Luis, la verdad es que yo olvido con facilidad lo malo y suelo quedarme con lo bueno.

    Fer, gracias por tu generosidad.

    Puri, más creíble de lo que parece...

    Abrazos

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  5. Siempre hay rostros que te llaman la atención, como bien dices, y rostros que parece que conozcas desde siempre aunque sea la primera vez que los veas. Esa sensibilidad de reconocer en la oscuridad solo puede tenerla una persona que se preocupa y sufre con todo lo que ocurre a su alrededor. El sufrir es innato, el llorar de emoción, el apretar una mano amiga en la distancia, el compartir vivencias...

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  6. A poco que pensemos, nos damos cuenta de que los rostros de los demás los ponemos nosotros a través de nuestras percepciones. Seguro que aquel era, si no hermoso, sí humano. Comprendo que tu experiencia sea inolvidable. Besos, querida amiga.

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  7. Charo, a veces tendemos a rechazar a los demás por lo que creemos que vemos en su rostro. ¡Qué error tan grande!

    Isabel, yo tengo la sensación de que cada uno de nosotros tenemos una visión compleamente distinta del mundo, no hablemos ya de los demás...

    Saludos

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  8. Qué preciosidad de lugar y de historias. Gracias N. por indicarme que llegara hasta aquí. Gracias.

    Besos

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  9. Me he quedado sin saber qué decir. Horrorizada ante la idea de que tal vez yo no hubiera tenido el valor suficiente para enfrentarme a su drama, durante esos dieciseis días. Horrorizada ante la idea de haber desaprovechado la oportunidad de conocer a una mujer valiente.
    Es curioso, pero nunca sospeché que yo pudiera ser tan cobarde.

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  10. Libertad, bienvenida y dale las gracias también de mi parte por enviarte aquí, hace mucho que no sé nada de N. Y es una pena.

    Saludos

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  11. Angelusa, por supuesto que habrías tenido valor, de hecho ni siquiera te hubiera hecho falta. El día que nos damos cuenta de lo mucho que hay detrás de lo simplemente evidente, salimos recompensados con maravillosas relaciones.

    Saludos

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  12. Según la relatas, la historia es conmovedora y así debe haber sido para tí.
    El rostro cuando viene traído por la memoria a veces no significa tanto y se recuerdan voces, gestos, maneras... que configuran la apariencia externa, llegando a formar una imagen donde a veces el rostro no aparece, sino el conjunto: el ser.
    Besos

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  13. Una buena y emotiva historia.
    La tragedia está ahí, detrás de las cicatrices, detrás de la actitud de esa mujer herida. La historia se centra en las secuelas.
    Enhorabuena por el texto.
    Un saludo.

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  14. Anónimo7:40 a. m.

    Buenas noches Antonia,
    soy argentina y vivo en Estados Unidos. Extraño mucho y esta madrugada, buscando en internet algo que me acercara a casa encontre tus escritos en mi idioma y me estas acompañando. GRACIAS. Un abrazo

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