Estoy teniendo auténticas vacaciones. Leer, estar con mi familia, salir, leer otra vez, ver películas... mmmmmhhhhhhh!!!! No estoy escribiendo nada, me lo puse como terápia para estas navidades y he de decir que estoy siendo buena y cumplo a rajatabla con las órdenes. Emma y sus preocupaciones siguen molestándome a diario, he de reconocerlo, pero soy fuerte y, de momento, resisto bien.
He leído en los últimos días una novela estupenda, de esas que hacía tiempo tenía ganas de saborear. Últimamente no acierto mucho con las lecturas que escojo y me estoy llevando auténticas decepciones con algunos autores en los que confiaba. Sabéis que no es mi costumbre hablar de las novelas que no me gustan, así que no voy a decir nada sobre ellas, pero sí sobre esa otra que os comentaba.
Se trata de la obra de un escritor nóvel , uno de esos que escriben en blogs y se empapan de literatura durante las horas que el trabajo y la familia lo permite. Leyendo su blog ya sabía que había madera, pero no puedo negar que me ha sorprendido con una novela exquisita, vivida por unos personajes de carne y hueso, con los que empatizar no es ningún acto de fe, sino algo natural. No puedo hablar de ella ni de él, no tengo su permiso, así que punto en boca.
Por lo demás, voy a seguir leyendo, jugando a la wii con mi hija, escuchando la guitarra de mi hijo en compañía de...
Llegó a la Secretaría pidiendo que le dejásemos hablar por teléfono. Quería llamar a su abuela. Después de la llamada se rompió en lágrimas, sus ojos tenían una mirada tan triste que no pude evitar preguntarle qué le pasaba. "Estoy muy mal, me encuentro fatal, no sé qué me pasa" Sus lágrimas no eran las de un chaval de trece años, eran lágrimas hondas de esas que te traspasan cuando eres testigo.
Ella es profesora, de catalán para más señas, pero es su sensibilidad para con los alumnos la que la supera. Se lo llevó a la cafetería. Al cabo de una hora la tristeza había pasado a sus ojos y apenas podía explicarnos sin que las lágrimas la vencieran. Tiene una depresión, nos dijo, habla como un adulto de lo que le ocurre, es estremecedor. Dice que no tiene motivos, que tiene todo lo que un chaval puede desear: unos padres que le quieren, una familia, buen expediente... Sin embargo, está profundamente triste, sufre de ansiedad y cree que algo malo le va a ocurrir. A veces tiene que pedir que le dejen salir de clase porque le invade una profunda angustia y no puede contenerse. Es un muchacho sobresaliente para el que estudiar era fácil y le daba unos resultados excelentes.
¿Qué ha ocurrido, entonces?
La Marató de TV3 nació en 1992 con un programa dedicado a la leucemia y desde entonces no ha dejado de emitirse ininterrumpidamente año tras año, todos los diciembres, antes de Navidad. En 1996 la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales creó La "Fundació La Marató de TV3", con la misión de fomentar y promover la investigación biomédica y provocar sensibilización social hacia algunas enfermedades y facilitar el control del dinero que se dona de manera solidaria. El día de la Marató, políticos (incluidos los "Presidents"), famosos y voluntarios se encargan, durante horas, de coger los teléfonos ubicados en las cuatro províncias, recibiendo los donativos anónimos de personas que se identifican con las historias que durante todo el día y, por la pequeña pantalla, nos muestra la vida cotidiana de los que sufren estas enfermedades. Además del programa en sí, en multitud de pueblos se realizan actividades para recaudar fondos.
Este domigo, 14 de diciembre, la Marató de TV3 se dedicó a las enfermedades mentales, entre ellas la depresión. No pude dejar de pensar en él. El lunes, Marga me dijo lo mismo.
Ayer me fui a desayunar con ella. Tiene la mirada triste de quien ha descubierto que contar algo, si sale de dentro, da poca satisfacciones y muchos quebraderos de cabeza. Me pedía consejo. Qué cosas -pensaba yo. Y en la conversación, hablando de su prosa poética y los muchos puntos y aparte, salió la maravillosa forma que tiene de describir paisajes, lugares y momentos. Su manera de explicar se transforma en un manantial de palabras conectadas de un modo arrollador. Entonces me habló de eso, sí, de eso que, estoy segura, muchos escritores o aspirantes han sufrido en carne propia: no ser profeta en tu tierra. La sonrisa displicente del amigo filólogo cuando te pregunta ¿que tú escribes? El consejo de tu madre que te dice "primero está la casa, tus hijos y tu marido". La indiferencia de aquél, la sorna del otro. Sin haberte leído, sin saber siquiera de qué les estás hablando. Tú, la que jugaba en la calle a la comba y no llevaba gafas. La pequeña, el último mono de una familia demasiado ocupada en no entenderse a pesar del cariño. Tú eres la cuñada poco interesante, la que trabaja en secretaría, la vecina del tercero...
Su madre no pasó de la segunda página y él cree que a nadie le interesará leer "eso". Y, sin saberlo, se están perdiendo de leer unos párrafos gloriosos que forman parte de su propia historia y que, si dejaran a un lado los estúpidos prejuicios, podrían resultarles mucho más interesantes que cualquier cosa que quisiera decirles Ruiz Zafón, Pérez Reverte o el mismísimo Cervantes desde sus lejanos reinos.
Un escritor necesita cómplices, seres que vivan a su alrededor para darle historias, alguien que le ayude a encontrar el tiempo para poder escribir. Y, sobre todo, aquél que cogerá de sus temblorosas manos el recién terminado texto. Sin prejuicios. Sin afanes. Tan sólo el lector y su libro, porque cada obra a la que se pone un punto y final es obra nueva a la luz de otros ojos.
Me preguntaba ayer en una conversación por teléfono por qué la vida se empeñaba en ser tan dura con ella. La frase ¿qué he hecho yo para merecer esto? está tan vacía de contenido que cuando la escucho mi cerebro se queda en blanco.
Pertenece a un tipo de persona muy peculiar y extraña. Mujeres y hombres que forman parte de un entorno "normal", cotidiano, quiero decir, tienen familia y amigos a su alrededor, su proyecto de vida es el típico de la sociedad a la que pertenecen, o sea: casarse y tener hijos, una profesión en la que "crecer". Sin entrar en detalles personales e íntimos, lo más determinante de estas personas a las que me refiero es su interés visceral y permanente por ser infelices. No importa lo que ocurra a su alrededor, ni importa tampoco quiénes sean sus interlocutores. Tampoco importa lo mucho que te preocupes por ayudarles, ni lo que sufras por ellos. No importa, porque son inmunes a los demás, viven dentro de su propio yo, pendientes permanentemente de sí mismos. Son el yo, mí, me, conmigo. Buscando respuestas trascendentales para preguntas que se resuelven con un simple acto de fe. La fe de creer que uno mismo es capaz de tomar la decisiones correctas que le llevaran, si no a la felicidad, sí al bienestar y la paz interior. Estas personas, no sólo no quieren ser felices, tampoco soportan la felicidad en aquellos a quienes ven sus ojos. Todos sus recuerdos son amargos, todas sus experiencias están dirigidas por un ser cruel y dañino que ha buscado durante años hacerles daño de mil y un modo distintos. Todo el mundo a su alrededor es egoísta y desagradecido, ¡con todo lo que yo he hecho por ellos! Y, sobre todo, nadie comprende su sufrimiento.
Hace años alguien me dijo que en el mundo hay dos tipos de personas, las que te dan energía, que estando a tu lado te producen un efecto vitalizante, ganas de vivir, de hacer cosas. Y las que te la quitan, se la quedan ellos, te dejan cansado, sin ganas de nada, tu entorno se vuelve gris y de pronto el mero hecho de existir se convierte en un sin sentido. El problema de estas personas es que son hijas, hermanos, amigas, esposos y madres, y los que comparten espacio vital con ellas son atraídos a una espiral destructiva con un poder de atracción para el que no han inventado aún un nombre.
Buscar la propia infelicidad es una ardua tarea que consume demasiada energía, hacer siempre aquellas cosas que sólo te provocarán sufrimiento. Querer a quien no te quiere, despreciar a quien te quiere, menospreciar a quien le importas, quejarte, quejarte, quejarte...
Puedes irte, alejarte de esas personas, pero cuando vuelves a encontrarte con ellas te invade la misma sensación y el mismo sentimiento de angustia vital que antes te producían. Te consumen el alma, absorben tus ganas de vivir.
Y vuelve aquella tristeza.
Y después el alivio de sentirse lejos.
Fórmula de la felicidad según Eduardo Punset
(El viaje a la felicidad - Ediciones Destino)
FACTORES SIGNIFICATIVOS E= Emoción al comienzo y final del proyecto. M= Mantenimiento y atención al detalle. B= Disfrute de la búsqueda y la expectativa. P= Relaciones Personales.
FACTORES REDUCTORES DEL NIVEL DE FELICIDAD (R) Ausencia de Desaprendizaje. Recurso a la memoria Grupal. Interferencia con los procesos automatizados. Predominio del miedo.
CARGA HEREDADA (C)
Mutaciones lesivas. Desgaste y envejecimiento. Ejercicio Abyecto del Poder Político.
Es una palabra especial, dos de mis relatos comienzan con ella. Es una forma verbal, sí, no dije que no fuese a utilizarlas, después de todo también son palabras.
Acabo de salir de otro maldito cólico nefrítico, durante unos días he estado en casa intentado expulsar lo que quiera que sea que hace tanto daño. Le susurraba: camina, camina, pero definitivamente las piedras de riñón son sordas. Hoy he vuelto al trabajo y ha sido como si no me hubiese ido, excepto por la Ascen que realmente parecía alegrarse de verme, Francesc que disfruta metiéndose conmigo o Ismael que me ha dicho que soy la alegría de la huerta. Jaume ha tocado madera y Marga me ha dado una muy buena noticia del pequeño Nil.
Antes de eso he visto a Jordi, el fisio que trata de ponerme los abductores en tensión y amenaza con hacerme pupa mañana, “al menos una vez por semana, Antonia”. Resulta que es un forofo de la novela negra y me encanta escucharle hablar. Siempre me pasa, me encanta escuchar a la gente que habla con pasión de lo que sea, si es de libros mucho más. Allí estamos todos lisiados (yo no mucho), uno con la rodilla, otra con la pierna, aquél con el brazo y la que camina agarrándose a las dos paralelas. La Cola de Caballo y El Lago Negro me distendieron por ahí y el patearse tres ciudades, por muy Imperiales que sean, no ayudó mucho. ¿Me habrá mirado un tuerto? No, si yo no soy supersticiosa.
Estoy con mi novela (somos inseparables, la llevo siempre en la cabeza, como el pelo), Emma ha visto la tabla del siglo X y, finalmente, ha conseguido identificarla. Pobre Emma, ha tapado todos los espejos para no verla, a ella… Camina directa a su Eterno Retorno y creo que empieza a darse cuenta.
Acabé El molino del Floss, prometo dedicarle una entrada. George Elliot (seudónimo) no me ha llegado como Austen o Brönte, pero me ha gustado. Es siglo XIX, cómo no.
-¿Qué tal el viaje? -Estupendo -¿Y la vuelta al trabajo? -Estupenda -¿Cómo están los niños? -Muy bien -Vaya -Estoy tratando de ser positiva, es lo que dices siempre ¿no? -¿No puedes dejar la pierna quieta? -Sí que puedo -¿Estas nerviosa? -¿Yooo? ¿Por qué lo dices? -Sabes que lo más importante entre un psicólogo y su paciente es la sinceridad -¿La de quien? -Sobre todo la tuya -Yo pensaba que lo más importante entre un psicólogo y su paciente es que el primero no cobre mucho y que el segundo pague al contado -Vamos a ver ¿qué te tiene agobiada? -Las becas -¿Las becas? -Y las matriculas fuera de plazo -Las matrículas… -¿Vas a repetir todo lo que diga? -Intento mantener un contacto directo con lo que te preocupa -Vale, pues ves recitando: las becas, las matrículas fuera de plazo, el jefe de estudios que ahora mismo voy, las fotos de los alumnos, las bajas de los profes, los errores en los curriculums, el correo del dire, el jefe de estudios que ahora mismo voy, los profes que buscan alumnos perdidos, los certificados del nivel C de catalán y la madre que lo parió, los títulos, los libros escolares, el jefe de estudios que ahora mismo voy… -Detecto un problema referido a una persona concreta -¿A sí? Pues no sé… -El jefe de estudios -Ah, eso, ya lo tengo asumido -¿Seguro? -Seguro -Podrías dejar la pierna quieta -Sí, podría -Quizá deberías hablar con él -¿Con quién? -Con el jefe de estudios -¿Para qué? -Pues para explicarle que hay un problema e intentar solucionarlo -Ya lo he hecho -Otra vez -Ya lo he hecho otra vez -Pues a lo mejor no es suficiente con dos veces -Claro, había pensado ponérmelo como tarea semanal, los lunes a las 9 de la mañana, pero creo que a él no le va bien -Cuando hay un problema no sirve de nada quejarse, lo que debes hacer es buscar una solución -¿Te refieres a lo que hizo Bush con Irak? -No es necesario ser tan expeditivo -Entonces no hay nada que hacer -¿Has probado a comprarte unos zapatos? -Si no te importa que te pague en la próxima visita…
Una de las cosas que mayor placer me produce es comprar zapatos. Tengo debilidad por ellos. Quizá tenga algo que ver que tengo unos pies bonitos, fríos, pero bonitos.
Desde niña, me atraían aquellos utensilios de una manera irresistible, por la calle, en los escaparates, debajo de la cama de mis hermanas. Soy la menor de cuatro hermanas y solía calzarme en sus zapatos, a escondidas, imaginando que mis pies encajaban a la perfección sobre aquellos tacones. Ellas fingían no darse cuenta.
Suelo mirar los pies de la gente, cuando asoman por las tiras de las sandalias, herméticos dentro del charol, atados con cordones o allá, abajo, al fondo de unas botas, los miro y no me importa a quién pertenecen. Los zapatos se mueven por el mundo a distancia de quien los lleva, desligándose de la realidad que fluye allí arriba donde todo tipo de ideas se mezclan.
En la oscuridad del cine, a salvo de las miradas de los demás, también los miro, no me importa el modelo de ropa que lleva la protagonista, pero no se me escapa su calzado. Me fascinan los zapatos en blanco y negro en los pies de Katherine Hepburn o Bette Davis.
Y no, no soy fetichista.
Palabra: zapato (del turco zabata) 1. m. Calzado que no pasa del tobillo, con la parte inferior de suela y lo demás de piel, fieltro, paño u otro tejido, más o menos escotado por el empeine.
“Veo una gran ciudad cuya gloria tocarán las estrellas. Buscad en el bosque al campesino que construye una puerta (prah) porque los poderosos se han de inclinar ante esa pequeña puerta”. (Profecía de la princesa Libuse, hija de Cech, fundadora de la dinastía Přemyslida)
Stare Mesto Cuando entras por primera vez en la Plaza de la Ciudad Vieja de la capital checa, la impresión que recibes es tan fuerte que el corazón se te acelera y la vista se nubla. Por un momento, y si eres capaz de abstraerte de la algarabía de turistas y visitantes, puedes sentir en la piel la velocidad de un viaje a través del tiempo.
La Iglesia de Tyn, con sus dos torres gemelas adornadas de agujas, que empezó a construirse en el siglo XIV, mira al visitante con la indiferencia del que ha vivido mucho.
El antiguo Ayuntamiento sostiene en su fachada el famosísimo reloj astronómico datado en 1410, el más antiguo de Europa. A través de sus ventanas se ven aparecer a los doce apóstoles y, a ambos lados, las imágenes del vanidoso, el avaro, la muerte o el invasor, se ríen del visitante que, con cada hora, se agolpa en masa a sus pies esperando ver despertar al monstruo de los tiempos.
El barrio del Castillo, además de la Catedral de San Vito, posee un lugar mágico llamado El Callejón del Oro, un lugar habitado en el siglo XVI por alquimistas que, alentados por Rodolfo II, intentaba descubrir el secreto de la vida eterna. En una de esas casitas de colores, concretamente la número 22, muchos años después, Kafka conjuraba sus pensamientos volcándolos al papel sin saber que con ello conseguía la autèntica vida eterna.
Malá Strana El Puente de Carlos es en sí mismo una institución en Praga, en él se entremezclan los que vienen, los que se van, los que se quedan y los que siempre están. Sus piedras se sostienen desde el 1357, impertérritas y humildes. La torre que le da entrada es una obra gótica magistral, 30 estatuas de estilo barroco lo acompañan en su largo viaje a través de la historia desde el 1700.
Lo crucé en ambos sentidos de día y de noche, paseando y deleitándome con sus “habitantes”, los caricaturistas, los músicos, los vendedores ambulantes, fotógrafos con trípodes portátiles y grandes angulares. Y en él me sucedió una cosa muy divertida. Descansaba apoyada en uno de sus laterales junto al puesto de un pintor paisajista que vendía sus láminas a buen precio. Un turista se acercó a mirar las pinturas comentando con su pareja “mira esta que bonita”. Yo le miré un segundo y él me devolvió la mirada, uno como yo, pensé, turista y español. El muchacho no se movía de allí y me pareció que seguía mirándome, de repente se acercó y me dijo: perdona, ¿eres Toñi? y la luz deslumbrante de un Flash iluminó mis ojos ¡Fernando! Hacía tantos días que esperaba encontrarme con él, preguntando incluso a algunas parejas que viajaban con la misma operadora, sin tener éxito, que ya había perdido la esperanza.
Pero allí estaba, Fernando Alcalá, el que no nació para ser culto, con su acento extremeño y su incipiente barba de intelectual que le va que ni pintada. Entonces supe que nos habíamos cruzado varias veces, que había tenido la divertida idea de ponerse una pegatina en la que anunciaba mi búsqueda, ¡qué pena no haberle visto entonces, lo que me habría reído!
Lo peor de este viaje fue el día perdido en Karlovy Vary, no es que la coqueta ciudad no fuese hermosa, es que no era una ciudad, era una gran tienda con algunas calles para sustentarla. Me decepcionó perder un día para que algunas personas se gastaran sus ahorros en regalos. Me decepcionaron las obleas que imaginaba (no sé por qué) como varquillos de caramelo y en realidad eran simples como la galleta que aquí poníamos a los helados de corte (antes, porque las de ahora son mucho más buenas). Cuando regresamos teníamos ansia de Praga, cenamos pronto, muy pronto, y nos fuimos en metro al centro para saborear con fruición aquella última noche.
Al día siguiente desayunamos con Fernando y Ana, nos conocimos un poco, y nos despedimos hasta otra con buen sabor de boca.
En la retina la Plaza de la Ciudad Vieja, las puntiagudas torres de la Iglesia de Tyn, el Callejón del oro con su número 22 y, sobre todo, el dulce y embriagador aroma de una ciudad que te mira a los ojos y no te permite ni parpadear.
Moneda: Corona checa Palabra: Magia Consejo: Zapato cómodo Otro consejo: Contrastar la ciudad de día y de noche. Último consejo: Ir
Viena, como Budapest, vive también de sus recuerdos, pero en las marcas de su cara se siguen viendo titilar las velas de los salones de baile y si prestas atención puedes escuchar el sonido de la batuta de Mozart golpeando sobre el atril.
Además de majestuosa, Viena también es una ciudad de desencuentros, su comportamiento durante la segunda guerra mundial dejó una marca profunda en los vieneses. Muchos de ellos aún se preguntan cómo habría sido la Historia si, cuando Hitler llegó a Viena en 1907 con deseos de entrar en la Academia de Bellas Artes, en lugar de aconsejarle que probase fortuna en la Academia de Arquitectura, le hubiesen aceptado. El 10 de abril de 1938 se celebró un referéndum que resultó favorable al Anschluss (anexión al III Reich) con un 99% de los votos. En 1945 Viena fue tomada por el ejército soviético y posteriormente dividida en cuatro sectores: soviético, estadounidense, británico y francés. Para recuperar su soberanía, Austria firmó en 1955 el Tratado de Estado (Staatsvertrag), que la convertía en un Estado soberano neutral y la comprometía a no firmar tratados militares, a no restaurar a los Habsburgo y anulaba el Anschluss.
En la actualidad Viena está considerada la ciudad más segura del mundo y una de las más limpias y con mayor calidad de vida. Sus escuelas y universidades públicas tienen mayor prestigio que las privadas, consideran que el dinero paga lo que el cerebro no puede por sí solo.
El Imperio Austro-Húngaro tiene como notable guia turística a la Duquesa de Baviera, Elisabetta Amalia Eugenia von Wittelsbach, que al casarse, en 1854, con Francisco José I de Habsburgo-Lorena se convirtió en Sissí, Emperatriz de Austria. Los austriacos no tienen en mucho aprecio el recuerdo de su reina, pero lo utilizan todo lo que pueden como reclamo turístico. Si sois fans de Romy Schneider y queréis viajar a Viena para deleitaros con el recuerdo de su más famoso personaje, si os imagináis paseando por los salones del Schönbrunn reviviendo aquellos momentos que tanto habéis disfutrado en el cine: quedaos en casa. He de confesar que, en mi caso, la realidad resulta mucho más interesante.
La emperatriz de Austria fue obligada a casarse con solo 15 años con Francisco José, al que no amaba. De ambiente rural y sin grandes aspiraciones había sido educada por su propia madre, a la que adoraba. Su hermana había sido la escogida por la emperatriz Sofia para ser la esposa de su hijo, pero Francisco José quedó prendado de la pequeña Elisabetta y no hubo manera de hacerle cambiar de opinión. Sissi nunca se sintió a gusto en su papel de emperatriz y desarrollo una enfermedad a la que aún no habían puesto nombre, pero que hoy es de sobra conocida: la anorexia. Su obsesión por no pasar de los cincuenta kilos la llevó a instalar un gimnasio en palacio, montaba a caballo durante horas y se alimentaba de jugo de carne y leche de cabra. Después de cumplir los cuarenta no permitió que volviesen a retratarla y añadió a las otras, la manía de ponerse velos y utilizar abanicos para ocultar su rostro. No quería mantener relaciones sexuales con su esposo, a pesar de lo cual tuvieron cuatro hijos, y la desgracia la acompañó toda su vida como la amiga más fiel. Quizá fuese cierto que tenía alma republicana y es por eso que los húngaros guardan de ella un recuerdo mucho más amable y querido que los propios austriacos.
Viena es una ciudad amable con el turista, calles anchas y luminosas, parques en cada esquina y mucha, mucha música. Los vieneses leen, sentados en los bancos del Parque de las Rosas, que es un regalo de esencias aromáticas sin envasar. Han construido más de mil kilómetros de carril bici, ancho y despejado; en él los ciclistas tienen preferencia y los peatones deben andarse con mucho cuidado para no “atropellarles” y verse obligados a pagar una multa. También los tranvías tienen preferencia y en los pasos de peatones debes andarte con ojo porque no paran. Una vez aprendes las reglas es fácil y muy civilizado. Te aceptan entre ellos porque saben que tu presencia les hace crecer, en las puertas de museos, salas de conciertos y monumentos, jóvenes vestidos de época se dejan hacer fotos, con turistas un tanto ridículos, disimulando el rubor que les produce el ser “tan admirados”.
En el Café Central tomé uno de los mejores cafés que he tomado nunca, fuerte sin regusto amargo, con personalidad y dejando huella. Te lo ponen con un vasito de agua al lado y un bombón. El edificio, con su columnata de mármol, sus lámparas colgantes y los cuadros de Francisco José y Sissi, no te deja olvidarte de dónde estás.
Viena huele a Mozart y Goethe, pero sabe a Strauss y emperatrices.
Moneda: Euro
Palabra: Música
Consejo: Tomar un café en el Café Central
Otro consejo: No comprar para regalar, sin probar antes, los bombones de Mozart.
Budapest es una ciudad con muchas cicatrices, cicatrices en sus calles y cicatrices en sus gentes. Primero los turcos, luego los Habsburgo, después los nazis y por último los soviéticos, todos queriendo someter a aquel pueblo que se resignaba una y otra vez sin perder la esperanza.
Budapest fueron en realidad tres ciudades: Buda, Pest y Obuda. Ahora se diferencian tan solo dos partes que divide el Danubio. Según dicen por allí, quien vive en Buda trabaja en Pest y quien vive en Pest trabaja en Buda, por aquello de que hay que “amar” las dos orillas.
El turismo no es algo que quieran, es algo que meramente toleran por serles útil y necesario para crecer como país. El que espere encontrarse con la simpatía húngara viajando a Budapest que no se desanime por no ver una sonrisa al otro lado de la taquilla de metro, detrás del mostrador de una tienda o en la recepción del hotel.
Sus edificios históricos representan momentos de gran opulencia, opulencia de unos cuantos, claro, que reflejan una época en la que sus calles eran frecuentadas por emperadores y grandes aristócratas.
En invierno a las 15:30h ya es de noche, las temperaturas bajan en picado y, según nos contó Bárbara, nuestra guía local, los húngaros se encierran en casa como ermitaños, dejando las calles desiertas a merced del frío y la nieve. Quizá es por eso que tienen un carácter poco alegre y algo taciturno.
El edificio más emblemático y deslumbrante de la ciudad es el Parlamento, un edificio neogótico situado a orillas del Danubio (que sólo los enamorados ven azul), y que únicamente es superado en majestuosidad por el Westminster de Londres.
Sus calles sorprenden al visitante con un contraste que refleja los últimos doscientos años de su historia: el Imperio Austro-Húngaro, con Sissí como anfitriona mayor, y la época comunista, en la que sus mandatarios se limitaron a “no tocar” aquellos edificios, ni para bien, ni para mal y realizaron obras de las que ellos llaman “funcionales” y que a mí me parecen lúgubres y estremecedoramente feas.
Moneda: Forint
Palabra: Melancolía
Consejo: No olvidar validar los tickets en los transportes públicos
La depresión post vacacional existe. Ya, ya sé lo que dirían algunos "peor es no haberse ido". Vale, de acuerdo, pero eso no me quita la pena. Esta mañana estaba desayunando en Praga con mi amigo Fernando Alcalá y su chica y ahora estoy en mi casa poniendo lavadoras y preparando las cosas para mañana porque vuelvo al trabajo.
Mi Instituto está en obras, cuando empecé las vacaciones dejamos todos los documentos escondidos en cajones para protegerlos de martillazos, pintura y "otros agentes agresivos" (Francesc, dijiste que te acordarías de dónde estaban...). Me tiemblan las manos al pensar cómo voy a encontrármelo todo y el mucho trabajo que me espera.
En los próximos días, cuando se vaya diluyendo la tristeza y pueda centrarme de nuevo en lo cotidiano escribiré sobre Budapest y sus Puentes, Viena y sus Palacios y, sobre todo, de Praga, la maravillosa y romántica Praga. Siempre había querido viajar al pasado, no sabía que el pasado tan solo estaba a 1700 kilómetros de aquí.
Mientras escribo escucho a mi hijo tocar su guitarra a lo Neil Zaza.
La carpeta donde guardo todo lo que escribo, mis novelas, mis cuentos, las entradas del blog..., en fin, todo lo que escribo, ya lo había dicho bien, pues esa carpeta se llama Palabras. No sé por qué le puse ese nombre, quizá porque es mi "palabra" favorita. Todo son palabras, lo que hago, lo que pienso, incluso lo que siento. Las palabras componen el mundo imaginario que me rodea, ese en el que nadie entra y en el que todos están. Así que he pensado que les debo algo, un pequeño, pequeño, muy pequeño homenaje: una etiqueta en mis entradas.
A mí me pasa una cosa muy rara. A veces he llegado a pensar si seré extraterrestre, o sea, de fuera del globo, directamente marciana. Parece que es muy raro eso de ir por la calle y no fijarse en la gente. Cuando digo gente me refiero a esos conciudadanos que pasean su palmito por las terrazas y paseos de nuestras queridas poblaciones y aledaños. Cuando alguien me dice -¿has visto a esa?
Y le miro con cara de -¿a quién?
Siento como si me hubiese olvidado del cumpleaños de mi hijo.
-Pero ¿cómo puedes ir así por el mundo? me acusan, -No te fijas en nada. ¿Pero de verdad no has visto a la pobre chica con el top barriguil y las mallas a reventar.
Yo, boba hasta la médula, me giro y deduzco que se refiere al ser humano que camina en dirección contraria a la mía y lleva de la mano una criatura, hija suya al parecer. Y sí, no niego que cuando reparo en su atuendo instada por mi acompañante de ese momento, no puedo evitar pensar lo estupenda que estaría con un vestido veraniego, pero acto seguido me digo: si ella está a gusto... Y me quedo tan pancha, oiga, lo cual parece irritar al “ojo avizor” que me acompaña. Supongo que el hecho de haber tenido que mirarme al espejo durante los últimos 43 años me ha servido de adiestramiento frente a esa "indiferencia" de la que me acusan algunos.
No es solo por eso que estoy convencida de haber caído aquí desde una lejana galaxia. Es que no solo no juzgo la ropa de mis congéneres (suponiendo que yo sea de este planeta ¿eh?) es que tampoco juzgo sus vidas, sus actos ni sus decisiones. Tengo la mala costumbre de creer que todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Incluso a acertar lo que, parece ser, es aún peor.
Palabra: empatía. 1. f. Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos
Ayer fui al cine a ver Mamma mía. Siempre me han gustado los musicales, vaya este detalle por delante. Recuerdo que cuando fui a ver Noches de Sol protagonizada por Mijaíl Nikolaevitch Baryshnikov me impactó tanto aquel bailarín ruso que parecía representarse a sí mismo que repetí la aventura 8 veces.
Ayer me recordé a mí misma en aquellos cines de sesión continua y tuve ganas de quedarme a repetir. Me emocioné con las canciones de Abba que tantas y tantas veces había escuchado en el tocadiscos, que compré a escondidas de mi padre, porque había prohibido que entrase otro aparato de aquellos en casa.
El guión es desenfadado y divertido, los escenarios paradisíacos, no esperéis que encima tenga contenido. Los actores están soberbios, se lo pasan en grande y nosotros con ellos. Meryl Streep, como siempre, fantástica, consigue que le perdones que suplante a Agnetha.
Mi canción favorita de Abba es Dancing Queen y al director de la película creo que le ocurre lo mismo porque para mí es la mejor escena de todas. De hecho, solo por esa escena ya vale la pena ir a verla. Os la recomiendo.
No era una mujer cualquiera. Tenía un físico difícil, una ambición desmesurada y una condición para el drama impresionante. Era actriz hasta cuando parpadeaba y su mirada me deja clavada al sillón cuando la lanza como un cuchillo. No hay nadie más, no hace falta nadie más.
Ruth Elizabeth Davis, nació el 5 de abril de 1908, en Massachussets y tuvo una infancia difícil, aunque no más que otros que se dedicaron a vender tomates, muy honradamente, o consiguieron un puesto en un banco. Sus padres se separaron cuando ella tenía siete años y para Ruthie Favor, su madre, no debió ser nada fácil sacar adelante a dos niñas con su trabajo de fotógrafa de estudio. No cabe duda que fue gracias a aquellas vivencias y a otras que seguro que se guardó para sí, que consiguió un carácter aparentemente indomable y una personalidad fuerte y decidida.
No creo en el concepto romántico de una vocación manifiesta por una vivencia concreta. La vocación, si es auténtica, debe estar incrustada en la piel desde mucho antes, buscando la manera de materializarse. Quizá un momento o situación puedan sacarla de allí y hacerla pública. Eso es lo que cuentan que le pasó a Bette Davis la noche en que su madre la llevó al teatro a ver “El pato salvaje”, de Ibsen. Dicen que al salir del teatro ya tenía claro cual sería su camino en la vida. Ruthie se volcó totalmente en ayudar a su hija a conseguir el éxito, quizá veía en ella la salvación a su precaria situación económica. Por aquél entonces Hollywood era la definición del sueño americano, un lugar donde una muchacha de pueblo sin espectativas podía convertirse en una gran estrella de cine. Quizá su hermana Bobby sufrió la ausencia de su madre, la preocupación de esta por su hija mayor, el deseo de ser ella, de triunfar... La questión es que sufrió un brote esquizofrénico y tuvieron que internarla en un sanatorio mental.
Bette probó suerte en el teatro, en la compañía de George Cukor y no le fue mal, después vendrían las primeras películas, nada destacable hasta "Of human bondage, 1934" (Cautivo del deseo), con Leslie Howard, una película que pocas actrices de la época se habrían atrevido a filmar. ¿He dicho pocas...?
En 1938 conoció a William Wyler, otro habitante de mi Olimpo particular en blanco y negro, del que se enamoró de tal modo que no tuvo reparos en reconocer que fue el amor de su vida. Con él rodaría tres películas.
"Jezebel" (Jezabel) fue la primera cinta que rodaron, una historia que comparte una sospechosa semblanza con Lo que el viento se llevó. En las dos películas el personaje principal es el de una joven sureña con mucho éxito entre los caballeros de su época, apasionada y voluble, cuya testarudez y vanidad la enfrentará a la tragedia de la que extraerá su auténtica personalidad. Pero ¿demasiado tarde?
En 1940, llegó “The letter" (La Carta) y con ella un papel que muchas actrices habrían rechazado, en caso de que Wyler se lo hubiese ofrecido a otra. Bette, como era su costumbre, no tenía ningún reparo en protagonizar personajes perversos, oscuros y hacerlos grandes. En esta película representa a una mujer casada con el propietario de una plantación en Malasia que asesina a un amigo porque, según ella, intenta violarla. La película se inicia con la imagen de la Davis saliendo tras él mientras dispara repetidamente una pistola.
Y en 1941 rodaron la que sería su última película juntos “The litlle foxes" (La Loba). Esta obra había sido interpretada en el teatro por Talullah Bankhead que veía el personaje de Regina como una mujer sensual capaz de volver loco a un hombre. Sin embargo, Bette tenía en mente otra Regina. Para ella, el trato machista a que la habían sometido sus hermanos la había castrado convirtiéndola en una mujer frígida e insensible. El empeño de Bette por no aparecer atractiva desquiciaba a Wyler a quien le gustaba más la visión de Talullah. Esa lucha entre los dos monstruos se mantuvo durante todo el rodaje y es posible que el espectador sea testigo de esa tensión en la soberbia interpretación de su protagonista. En esa época, Bette y la esposa de Wyler, eran ya muy amigas lo que hizo imposible un acercamiento más estrecho entre ellos, a pesar de que su "atracción" no había disminuido en absoluto. Nunca más volvieron a trabajar juntos. Una auténtica pena.
A pesar de que estos tres títulos son de lo mejorcito de su carrera, he de reconocer humildemente que mi favorita no está entre ellas. También he de reconocer que esa predilección no está justificada por la calidad absoluta de la cinta. Es cuestión de piel. De algo aquí dentro, a la altura del esternón, que se me estremece siempre que la veo. Se trata de “Old Acquaintance, 1943" (Vieja amistad). En la época fue una película de gran éxito, más por “el rodaje” que por la trama en sí. Todo el mundo quería ver a las dos enemigas acérrimas: Míriam Hopkins y Bette Davis, luchando frente a la lente. Para mí, desde la distancia de los años pasados, es la historia de estas dos amigas tan distintas, antagónicas incluso, escritoras las dos, lo que me cautiva profundamente.
No hago aquí reseña de todas sus películas porque la entrada tendría que fraccionarla por capítulos. Pero no me olvido de "All about Eve, 1950" (Eva al desnudo), ni de" What ever Happened to Baby Jane?, 1961" (¿Qué fue de Baby Jane?), dos joyas bien engarzadas. Sólo he comentado estos títulos, para mí imprescindibles, como homenaje a esta maravillosa actriz que, además de los muchos problemas de salud que arrastró durante toda su vida, mantuvo los derroches de su madre, la locura de su hermana, las frustraciones de sus maridos y fue capaz de dedicarse a lo que sabía hacer con la delicadeza de un maestro.
En lo personal su vida estuvo cargada de desgracias y la muerte la persiguió con ahínco sin llegar a alcanzarla hasta que el cáncer hubo invadido por completo su frágil y triste cuerpo. Murió el 6 de octubre de 1989 después de ser homenajeada en el Festival de Donosti.
In this business, until you're known as a monster you're not a star Bette Davis