Budapest es una ciudad con muchas cicatrices, cicatrices en sus calles y cicatrices en sus gentes. Primero los turcos, luego los Habsburgo, después los nazis y por último los soviéticos, todos queriendo someter a aquel pueblo que se resignaba una y otra vez sin perder la esperanza.
Budapest fueron en realidad tres ciudades: Buda, Pest y Obuda. Ahora se diferencian tan solo dos partes que divide el Danubio. Según dicen por allí, quien vive en Buda trabaja en Pest y quien vive en Pest trabaja en Buda, por aquello de que hay que “amar” las dos orillas.
El turismo no es algo que quieran, es algo que meramente toleran por serles útil y necesario para crecer como país. El que espere encontrarse con la simpatía húngara viajando a Budapest que no se desanime por no ver una sonrisa al otro lado de la taquilla de metro, detrás del mostrador de una tienda o en la recepción del hotel.
Sus edificios históricos representan momentos de gran opulencia, opulencia de unos cuantos, claro, que reflejan una época en la que sus calles eran frecuentadas por emperadores y grandes aristócratas.
En invierno a las 15:30h ya es de noche, las temperaturas bajan en picado y, según nos contó Bárbara, nuestra guía local, los húngaros se encierran en casa como ermitaños, dejando las calles desiertas a merced del frío y la nieve. Quizá es por eso que tienen un carácter poco alegre y algo taciturno.
El edificio más emblemático y deslumbrante de la ciudad es el Parlamento, un edificio neogótico situado a orillas del Danubio (que sólo los enamorados ven azul), y que únicamente es superado en majestuosidad por el Westminster de Londres.
Sus calles sorprenden al visitante con un contraste que refleja los últimos doscientos años de su historia: el Imperio Austro-Húngaro, con Sissí como anfitriona mayor, y la época comunista, en la que sus mandatarios se limitaron a “no tocar” aquellos edificios, ni para bien, ni para mal y realizaron obras de las que ellos llaman “funcionales” y que a mí me parecen lúgubres y estremecedoramente feas.
Budapest fueron en realidad tres ciudades: Buda, Pest y Obuda. Ahora se diferencian tan solo dos partes que divide el Danubio. Según dicen por allí, quien vive en Buda trabaja en Pest y quien vive en Pest trabaja en Buda, por aquello de que hay que “amar” las dos orillas.
El turismo no es algo que quieran, es algo que meramente toleran por serles útil y necesario para crecer como país. El que espere encontrarse con la simpatía húngara viajando a Budapest que no se desanime por no ver una sonrisa al otro lado de la taquilla de metro, detrás del mostrador de una tienda o en la recepción del hotel.
Sus edificios históricos representan momentos de gran opulencia, opulencia de unos cuantos, claro, que reflejan una época en la que sus calles eran frecuentadas por emperadores y grandes aristócratas.
En invierno a las 15:30h ya es de noche, las temperaturas bajan en picado y, según nos contó Bárbara, nuestra guía local, los húngaros se encierran en casa como ermitaños, dejando las calles desiertas a merced del frío y la nieve. Quizá es por eso que tienen un carácter poco alegre y algo taciturno.
El edificio más emblemático y deslumbrante de la ciudad es el Parlamento, un edificio neogótico situado a orillas del Danubio (que sólo los enamorados ven azul), y que únicamente es superado en majestuosidad por el Westminster de Londres.
Sus calles sorprenden al visitante con un contraste que refleja los últimos doscientos años de su historia: el Imperio Austro-Húngaro, con Sissí como anfitriona mayor, y la época comunista, en la que sus mandatarios se limitaron a “no tocar” aquellos edificios, ni para bien, ni para mal y realizaron obras de las que ellos llaman “funcionales” y que a mí me parecen lúgubres y estremecedoramente feas.
Moneda: Forint
Palabra: Melancolía
Consejo: No olvidar validar los tickets en los transportes públicos
Otro consejo: No perder de vista la cartera
Último consejo: Ir
Y Fernando que no aparece...
Y, a pesar de todo, estábamos más cerca de lo que creíamos. Lo que son las cosas.
ResponderEliminarQué recuerdos, Toñi. Yo quiero volver.
(¿sabes que por novato nos montamos en un autobús sin pagar? Pensábamos que había que comprar los tickets al "autobusero", anda que si nos llegan a pillar...)
A mí lo que más me gustó de Budapest fue el barrio medieval, con esos tejados de adoquines (y el mercado de abastos al final de Vaci Utca) que tanto me recuerdan a las casas de Playmobil que tanto marcaron mi infancia. La pena es que no pude entrar en la catedral que había en el bastión de los pescadores.
Aunque pena no lo es tanta, así tengo una excusa para volver.
Un abrazo!!
Antonia, me agradó mucho la manera como nos presentas cada lugar, dan ganas de visitarlo cuanto antes. Aún si describieras de esa manera la ciudad más horrible del mundo, iría a visitarla solamente para vivir la descripción.
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