Hace tiempo que quiero escribir esta entrada, pero sinceramente, no sabía cómo enfocarla.
He decidido hacerlo desde las tripas y en ellas incluiré también el corazón, porque esa es la manera en la que escribo y creo que es lo mejor de mí.
Cuando decidí subir mis novelas La tumba compartida y Peso cero, a Amazon, no imaginé nada de lo que después ocurrió. Ni por asomo creí que una novela mía llegara al número uno de los más vendidos, ni que consiguiera con ello miles de lectores. Tampoco esperaba que una editorial se fijase en mí.
Lo único que buscaba eran lectores. Esos lectores que llegaron a mí de manera inesperada y totalmente incomprensible. Que me eligieron sin conocerme: apenas sabía utilizar Twitter y no tenía amigos en Facebook.
Los lectores me arroparon, me hicieron soñar con que la magia era posible, que podías llegar a ellos sin necesidad de intermediarios. Vendía más de doscientas novelas cada día y cada día me despertaba pensando que había sido un sueño.
Y entonces llegó Ediciones B. Querían publicar La Tumba compartida en papel. Incluirían mi novela en la colección La Trama, el buque insignia de la Editorial. Mientras, B de Books gestionaría el digital. Incluso me pidieron la novela inédita en la que estaba trabajando, la primera de mi saga juvenil, para publicarla también.
Y ocurrió algo incomprensible. En el momento en que ellos subieron las novelas a Amazon los lectores fueron desapareciendo. Me abandonaron. Y no fue un lento peregrinar (que diría aquel). Se marcharon de golpe. Me retiraron su cariño y su apoyo.
Durante un tiempo me sentí responsable, creí que no hacer una propaganda constante de mis obras era la causa. Incluso una persona de la editorial (no mi editora) me dijo que debía "moverme" que debía "vender la novela". Yo, ilusa de mí, creí que eso era precisamente lo que hacía una editorial. Que mi función en aquella ecuación era la de escribir, escribir y escribir. La suya: vender.
Aquello me hizo trastabillar un poco, perder el rumbo, autoflagelarme con las listas y la posición de mis colegas de editorial en ellas, compararla con la mía. Buscando siempre qué hacía mal o qué no hacía y debería hacer.
Empecé a ver números por todas partes y desaparecieron las letras. Las letras que hasta ese momento yo creía que era lo único verdaderamente importante.
He visto cómo se ha repetido mi caso con un@ y otr@ y otr@ y otr@ compañer@. Escritor@s que tuvieron éxito como independientes y que han visto caer sus ventas al llegar a la editorial. He visto cómo se deprimen y cómo se preguntan por qué sin encontrar respuesta. He visto también cómo brotaban las envidias y los celos. Las luchas por los números de venta.
Y ahora me encuentro aquí, escribiendo esta entrada para mi blog, un blog que publico desde 2005 y que me ha acompañado en todas mis aventuras literarias. Y lo veo todo con la perspectiva necesaria. Porque ahora sé qué es lo que quiero y que no.
Me gusta escribir, además de ser una necesidad que me mantiene cuerda. Es lo que más me gusta en el mundo, más que el helado de chocolate, más que el cine, más que los paseos por la montaña cuando las hojas tienen ese verde brillante... Yo nací para escribir.
Y eso es algo que solo tiene que ver conmigo y con la historia que quiera contar en cada momento.
Sigo deseando lectores. Siempre habéis sido lo más importante y siento un enorme agradecimiento por vuestra generosidad. Vosotros sois quienes decidís qué novela llega a lo más alto y cuál se quedará en el limbo de las novelas no leídas. Solo vosotros, ahora lo tengo claro.
Yo seguiré escribiendo y esperando que lo que escriba encuentre lectores. Pero ya no escucharé más el canto de las sirenas.
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