A causa de algo que he leído estos días, recupero un artículo que escribí hace unos años y que provocó que recibiese la airada carta de un médico al que no le hizo mucha gracia mi tono irónico.
Vayan por delante mis disculpas, si hay algún médico en la sala, y quiero dejar claro que respeto muchísimo esa profesión, tanto como cualquier otra. Es este un ejercicio reflexivo sobre una clase de individuo en concreto, cuya personalidad se ajustaría a este perfil independientemente de la profesión que ejerciese.
Y no tiene nada que ver contigo, Javier, que eres un médico excelente.
Sin más preámbulo aquí os dejo el artículo revisado y actualizado.
La enfermedad es una mala compañera que se empeña en seguirnos durante el tiempo que dura nuestro periplo vital y que a veces, incluso nos alcanza. Una vez en su saco nos vemos obligados a relacionarnos con esa inestable raza de seres humanos que dedican su vida a la sanidad.
Hasta que no estás delante de un médico no comprendes realmente qué significa estar enfermo.
La salud es igualmente tirana y caprichosa. ¿Alguien se ha sentido completamente sano alguna vez? ¿Alguien ha experimentado la terrible y aterradora sensación de que todo en su cuerpo funciona como un reloj?
La medicina apuesta por el hombre (y la mujer, por supuesto) enfermos. Busca en lo más recóndito y oculto ese diagnóstico que poner en la ficha abierta. Porque no hay nada más inútil para la sanidad que una persona sana.
Mi padre siempre decía: Si vas al médico, entras siendo un hombre sano y sales convertido en un enfermo. Y si tienes la mala pata de que te envíe al cirujano, estás perdido, enseguida descubrirás que operar es la única solución y antes de darte cuenta estarás en el quirófano contando hacia atrás.
Mi padre era un filósofo desaprovechado.
Antes, cuando entrabas en la consulta del médico, ya tenía el boli apuntando en la receta y ahora, cuando abres la puerta de la consulta, le ves sentado ante su ordenador, con las dos manitas colocadas sobre el teclado, cual secretaria eficiente a punto de redactar una carta oficial.
Si eres tímido, padeces fobia social, si no te gusta el sexo con tu marido, tienes el síndrome de la mujer inapetente, cuando eres viejo y tus huesos se rompen, sufres de osteoporosis, tus pecas tienen muchos puntos para convertirse en "carcinoma". Y, lo máximo ya, si eres valiente y aceptas que te hagan un estudio genético, podrás descubrir qué enfermedades padecerás en el futuro, así tendrás tiempo de prepararte para la dura tarea de ser un enfermo modelo.
El culto al cuerpo, el querer ser físicamente perfectos, podría llevarnos a creer que lo contrario corresponde a un ser enfermo. De ahí a considerar a los feos como seres a erradicar... La televisión, sobre todo en su publicidad no para de bombardearnos con la idea de la salud, la salud, la salud.
Hay que tomar magnesio para los nervios, potasio para las uñas, vitaminas para el cerebro, soja para los huesos, los cereales son malos, la fibra es buena, el aceite, de oliva, la margarina, vegetal, la leche, sin lactosa, o de soja, con omega 3...
En la sociedad que estamos construyendo entre todos debemos vigilar a los "nuevos Knock" que van apareciendo en el horizonte. Médicos como el personaje de la obra teatral "Knock o el triunfo de la medicina", estrenada en 1923.
Esta obra describe la llegada del doctor Knock a un pueblecito cuyos habitantes vivían con la idea de que no necesitaban atención médica. Se consideraban personas sanas, hasta que su idea de salud fue modificada por las "artes" de este maniático y obsesionado médico, cuyo poder radicaba en su conocimiento de la vulnerabilidad del ser humano cuando se le sitúa frente a la muerte.
Knock: "La salud no es más que un nombre, al que no habría inconveniente alguno en borrar de nuestro vocabulario. Por mi parte, no conozco sino gente más o menos afectada por enfermedades más o menos numerosas, de evolución más o menos rápida...1"
Según Knock, un hombre sano es un enfermo mal diagnosticado.
1Knock ou le triomphe de la médecine de Jules Romains, seudónimo de Louis Farigoule, novelista y autor dramático francés, que escribió entre otras Les hommes de bonne volonté, en veintisiete tomos y murió en París en 1972, a la edad de 87 años.
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