También ayuda, supongo, el hecho
de que el trabajo de escritor se realiza en soledad. Esto es: tu ordenador, que
rara vez te discutirá nada, y tú. Aunque en este caso también podríamos colocar
a pintores, escultores y los músicos que crean solos. Incluso, si me apuras, a
l@s bloguer@s, que gozáis de la misma sana compañía en vuestra labor.
Después de aquel desafortunado:
"Yo he venido aquí a hablar de mi libro", es difícil contradecir a
los que dicen que solo sabemos hablar de eso, de nuestros libros. Y eso no
ayuda, precisamente, a rebajar la mala opinión sobre nuestro ego.
También tenemos, en Facebook y
Twitter, un escaparate perfecto para diseccionar el carácter del escritor
permanentemente agobiado por lo que él llama mala suerte, que no es otra cosa
que la falta de lectores. Pero, no os engañéis, de esos hay en todas las
profesiones.
Y no hablemos ya de esos escritores, con éxito o sin él, que
miran a sus compañeros de letras por encima del hombro, porque ellos sí que
saben escribir y no el Ken Follet ese.
Sí, he de reconocer que después
de lo visto parece que el ego del escritor tiene que estar subido en una
escalera muy alta para que pueda verse los pies.
Pero no siempre es así, os lo aseguro.
También está el escritor humilde,
el que preferiría dedicarse a otra cosa, pero sus historias no le dejan vivir
si no las escribe. El que sueña con que miles de lectores lean sus novelas sin
saber siquiera de qué color es su pelo. El que se ruboriza cuando un lector le
dice que se acostó pasadas las tres de la mañana, porque no podía dejar de leer
su último libro.
La que se pregunta, tumbada en la
cama boca arriba y con las manos bajo la nuca, por qué tantos lectores han
elegido su novela, dedicando una porción de su vida a compartir las vivencias
de unos personajes que ha creado ella.
Y doy fe de que en ese
momento, el único ego que sobrevive, es el de una sencilla y mágica palabra:
Gracias
Hola Antonia! Me has atrapado desde el título para que venga aquí a leer tu entrada y de veras que me ha resultado grato ir pasando por tus líneas. Yo soy un aprendiz de escritor o podría decir un aficionado, de esos que creen que lo que escribe nunca es bueno, pero que lo tiene que hacer y lo peor es la necesidad de dárselo a otros para que lo lean, motificándome por saber si les va a gustar o no.
ResponderEliminar¡Lejos estés de mi oh ego!
que siempre pueda pensar y aceptar
que debo hacerlo mejor,
que escribir no me hace más ni menos que nadie,
sino que es la obligación de atender aquel llamado recibido.
Y me uno a tu voz en el clamor de esa palabra: GRACIAS.
Un gran abrazo
Mi ego está feliz de haber conocido a tu ego :-)
ResponderEliminarOye, me ha hecho gracia eso de que el ordenador no nos discute cuando estamos escribiendo en la intimidad. Aunque a veces windows nos lleva la contraria, no me digas que no. Maldito ego de Bill Gates...
Gracias a ti. Bss
Creo que los escritores deben tener ego (aunque a veces se vuelve excesivo), porque si no, daría pena mostrar lo que se escribe o no? A mi me pasa, si escribo algo, no lo muestro mucha demasiada vergüenza.
ResponderEliminarBesos
Hola Antonia, sin duda, un gran post. El ego a veces es malentendido, en cuanto a los escritores, creo que se debe llamar más confianza, autoconfianza en lo que escribe y en que puede llegar a muchas personas y hacerlas vibrar con sus letras ordenadas de tal manera que sucumben ante ellas, pero por originalidad.Cada escritor tiene su sello que le identifica totalmente y va marcando su estilo hasta adquirir su total esencia.
ResponderEliminarEs bueno esa autoconfianza, ese ego bien entendido, porque sería muy triste escribir y que nadie lea esos textos, sobre todo por lo solitaria que es la labor de este "oficio".
Me ha encantado tu exposición sobre el tema y corroboro lo que dices, aunque soy aficionada de momento, los escritores todos empiezan por algo...quien sabe!
Un beso
Rosa.