Alguien me dijo una vez, hace mucho tiempo, que había personas tóxicas, gente que te chupaba la energía. Hay quien los llama vampiros emocionales.
Bien, pues en aquella conversación esa persona me explicó que se acercan a ti y van mermando tu energía transmitiéndote malas vibraciones, negativizando todo lo que te rodea, mostrándote siempre el peor escenario. Y, curiosamente, cuando consiguen quitarte la energía, ellas la recuperan.
A lo largo de mi vida he comprobado que eso es cierto, que esas personas existen y he aprendido a detectarlas para poder alejarme de ellas lo más posible.
No hay que confundirlas con personas tristes o con problemas. No, estas personas tóxicas no tienen más problemas de los que puedas tener tú mismo, pero son capaces de ver siempre el lado malo de las cosas, incluso de las buenas y no se conforman con verlo ellas, necesitan que tú también lo tiñas todo de un color oscuro para recuperar su estabilidad emocional.
Estos últimos días he estado pensando que ese extraño y absurdo comportamiento humano se está extendiendo a través de la televisión. Ahora también hay programas tóxicos. Programas que van extendiendo una espesa y negra capa de desesperanza sobre el conjunto de la sociedad.

Hablan de cosas tan espantosas como que a una familia la echen de su casa, sin despeinarse. No se trata de buscar soluciones, solo se limitan a enumerar las desgracias y a provocar la sensación de que lo más terrible aún no ha llegado. Siempre se puede estar un poco peor. Programas de máxima audiencia, que clonan en las diferentes cadenas como si de un virus mortal se tratase, luchando por llevarse la mayor porción del pastel.
Pues yo me bajo de este tren, lo siento, pero igual que no quiero gente tóxica en mi vida, tampoco quiero que desde la televisión me digan cómo me tengo que sentir.
Soy mayorcita y tengo mi propia opinión.