domingo, 15 de abril de 2007

Sin rostro

En nuestra vida nos cruzamos con personas que dejan un poso, a veces amargo, a veces dulce y que nos construyen como lo que somos. La mayoría de esas personas quedan en el olvido o se mantienen en un recuerdo vago y anecdótico de nuestro cerebro.

Cuando la vi por primera vez no puedo ocultar que me cortó la respiración. Tenía un enorme desparpajo y la timidez, si es que la tenía, estaba oculta por un montón de capas de simpatía. Venía, empujando su silla de ruedas, a darme la bienvenida junto con otras cinco mujeres desconocidas que, en pocos minutos, me contaron lo más íntimo de sus vidas.

A los quince años aún no has aprendido las reglas del disimulo y mi rostro no debía dejar lugar a dudas. Ella empezó a hablar, me enseño una foto, al marido lo había visto en la rotonda de enfermeras, el niño debía tener unos dos años. Yo no podía apartar la mirada de aquel ser sin rostro, era una atracción estremecedora la que me producía. Su voz salía con dificultad de un orificio sin labios, pero ella no dejaba de hablar. Un trozo de carne, liso y alargado, estaba unido por ambos extremos a aquella cara sin facciones; por un lado cosido al lugar que debió ocupar su nariz, por el otro, donde estuvo el pómulo izquierdo. Con él iban a construirle una nariz. Llevaba unas gafas oscuras, un ojo ausente y otro sin párpado que debía proteger cuando no estaba vendado.

Lo primero que hizo fue contarme su historia. En el coche iban también su marido y su hijo de dos años, pero a ninguno de los dos les pasó nada. Todo el golpe lo recibió ella, sentada al lado del conductor, con el árbol empotrado en su asiento. Llevaba once operaciones y no sabía cuántas más le faltaban, pero no debían ser pocas. Desde el accidente no había vuelto a ver a su hijo, en realidad lo que no quería era que su hijo la viese a ella. Cuando hablaba de ese niño se le rompía la voz ¡le echaba tanto de menos! Me enseñó una foto en la que, sonriente y confiado, miraba a la cámara, detrás de la que estaba su mami, a la que hacía un año que no veía. Con quince años las lágrimas se controlan mal y fue curioso que ella tuviese que consolarme a mí.

Me dejó un poso profundo y no recuerdo ni su nombre. Hablamos mucho durante los dieciséis días que estuve allí y el cariño me salía por todos los poros cuando estaba con ella. En seguida dejé de verla sin rostro, reímos, lloramos y nos hicimos compañía. Me enseñó esas cosas que se aprenden respirando y no se olvidan hasta que exhalas el último suspiro.

Si es que se olvidan.

miércoles, 28 de marzo de 2007

De cine

El cine es una de mis debilidades, pero he de reconocer que mis películas fetiche se rodaron muchos años antes de que yo naciera. Me seduce todo lo antiguo, es cierto, soy de esas personas que se emociona al pensar que hace cinco mil años había gente caminando por donde camino. Y en el cine no soy diferente.

Mis películas favoritas fueron protagonizadas por actores y dirigidas por directores que hoy tienen ya una lápida con su nombre grabado: Orson Wells, Bette Davis, Cary Grant, Billy Wilder, Katherine Hepburn, Humphrey Bogart, Michael Curtiz, Ingrid Bergman, Alfred Hitchcock...

El blanco y negro es el color de mis sueños, la textura del gris matizado me transporta a un lugar mágico. Me gusta el cine en el que un vaso colocado en el sitio exacto marca el cuadro de una imagen. Me cautiva la manera de moverse de aquellos actores cuando desarrollan un diálogo digno de un gran escritor.

Creo que esa atmósfera me ha influido a la hora de escribir mis novelas, como los viajes que he realizado, los libros que he leído, la gente que he conocido o las experiencias que he vivido. Todo ello forma parte de mi equipaje, una gran maleta a la que no pusieron ruedas y que cargo con gusto, casi siempre.

Billy Wilder: inteligente y con un agudo sentido del humor, algo ácido, fue un guionista genial y un director excepcional.


Nació en Austria en 1906 y siendo muy joven se trasladó a Berlín donde vivió hasta la llegada del nacionalsocialismo. En los años cuarenta cumple su sueño e inicia su andadura por el cine americano dirigiendo "El mayor y la menor", un guión de Charles Brackett, con el que colaboró en muchas ocasiones.

Mi película favorita de Wilder es "El crepúsculo de los dioses" (1950).

Esta película es un retrato del mundo, aparentemente glamuroso, de la industria cinematográfica americana, que trataba de ocultar la grotesca imagen de antiguas glorias que vivían de los recuerdos y sufrían el olvido de todos. Esta fue la última colaboración que realizaron los dos guionistas: Charles Brackett y Billy Wilder que, además de dirigir la cinta, participó también en el guión.

La cámara sigue a una caravana de coches formada por policias y periodistas. Un narrador nos explica lo que estamos viendo:

"Sí, esto es Sunset Boulevard, Los Ángeles, California. Son alrededor de las cinco de la madrugada. Es la brigada de homicidios, completada con detectives y periodistas. Han informado de un asesinato en una de esas enormes casas de la manzana 10.000. Podrá leerse en las ediciones de la noche, lo dirán por la radio y se verá en la televisión porque una vieja estrella está implicada, una gran estrella..."

Atravesamos la verja de la mansión y nos dirigimos a la piscina donde un cuerpo, boca abajo, flota en el agua. La cámara cambia el enfoque y ahora le vemos desde dentro del agua.

Es el propio narrador.

Un comienzo que nos muestra el final de su protagonista de un modo crudo e inquietante, estilo que no hace más que aumentar a lo largo de la cinta.

Norma Desmond (Gloria Swanson), es una estrella del cine mudo que vive retirada en una mansión cuyo exterior aparece muy deteriorado y en cuyo interior ha creado un mundo de fantasía en el que ella continúa siendo la estrella rutilante que un día fue. Anclada a sus películas mudas que ve a todas horas, abusando del maquillaje y de un vestuario recargado, cree ser una de las protagonistas de sus películas, sólo que el guión es su propia vida.

Vive sola con su mayordomo Max (Erich von Stroheim), antiguo director de cine, que había sido su primer marido y que vive ahora pendiente de ella, protegiéndola de una realidad en la que ya nadie la recuerda.

Joe Gills (William Holden), un escritor de segunda categoría convencido de su valía y agobiado por las deudas, entrará en el universo de Norma Desmond de forma casual (huyendo de sus acreedores) y ese contacto con el exterior hará que la actriz desee de nuevo lo que tuvo, volver a las pantallas, la fama, la admiración... y el amor.

El final es soberbio. La trama, puro cine negro con toques de thriller y melodrama. Gloria Swanson, retirada por aquel entonces, realiza una interpretación magistral... de sí misma.

Citando a Emilio Calvo de Mora "El repertorio de matices gestuales de la Swanson es el inventario habitual de todas aquellas actrices del mudo, que decían con una mueca lo que luego necesitaba dos verbos y nueve adjetivos"


Os la recomiendo





lunes, 26 de marzo de 2007

Narrativas 5

Magda me informa de la salida del número 5 de "Narrativas", una lectura muy interesante que podéis descargar, en formato pdf, clicando en el título.
Aprovecho para agradecerle su amable invitación.

Núm. 5
Abril-Junio 2007
ISSN 1886-2519
Editores: Magda Díaz y Morales - Carlos Manzano

● Ensayos
Verse a través del Otro en la Lima decimonónica, por Martín Palma Melena
"El Túnel”, ejercicio deconstructivo, por Julio Salinas Lombard
La poesía luminosa y feroz de Sol Acín, por Mercè Ibarz
Vigilancia y Fuga en “Mano de obra” de Diamela Eltit, por Mónica Barrientos

● Relatos
Después de tantos años, por José Ovejero
Cuando yo era sordo, por Leopoldo de Trazegnies Granda
Roma, laberinto de espejos, por Carlos Montuenga
La última cobardía, por Jorge Carrasco
Sin remitente, por Gabriela Urrutibehety
El acompañante, por Andrés Fabián Valdés
Un ataque de lentitud, por Juan Carlos Chirinos
La viuda negra, por Rosa Silverio
Las pestañas de Guimard, por Juan Carlos Márquez
El olor de la ceguera, por Graciela Barrera
Descubriendo sueños, por Mónica Gutiérrez Sancho
Mientras siga escuchando la misma estación, por Iván Humanes Bespín
La lámpara de plata, por José Manuel García Marín
El remolino, por Miguel P. Soler
Azogue, por Luis Pita
La frontera es un buen lugar para vivir, por Agustín Cadena
La Caperucita y el abuelo feroz, por Pablo Lores Kanto
Una vieja historia, por Luisa Miñana
Las cien pesetas, por Fernando Sarriá
El juego de las estatuas, por Antonia Romero
La sonrisa de los hipócritas, por Eduardo Martínez Carnicer
Huidobro literal, por Jorge Etcheverry
Como un hombre que sobrevuela el mar, por Pepe Cervera
Pinche Lupita (o de cómo se me escapó), por Paul Medrano
La orilla, por Moisés Sandoval

● Reseñas
“La vida nueva” de Orhan Pamuk, por Blanca Vázquez
“Un sueño comentado” de Rubi Guerra, por Agustín Cadena
“Historia de la belleza” de Umberto Eco, por Antón Castro
“Gúia de Hoteles inventados” de Óscar Sipán y Óscar Sanmartín, por Sabas Martín

● Miradas
Irène Némirovsky y el abandono, por María Aixa Sanz
"La Historia de Joel" de Henning Mankell, por Sfer

● Tiras Insulsas
Emilio Jio - DaniFrame

● Novedades editoriales

● Noticias

martes, 20 de marzo de 2007

Fuckowski, memorias de un ingeniero

Cuando me presenté al Premio de Novela de YoEscribo.com portal de la Fundación Cabana, mi novela Peso cero quedó finalista detrás de "Fuckowski, memorias de un ingeniero", de Alfredo de Hoces. Aquella experiencia fue toda una novedad para mí que entraba en el mundo de los concursos literarios con toda la inocencia de una novata.

Alfredo se llevó el gato al agua con su Fuckowski, un ingeniero informático que intenta explicarnos cómo es el día a día en su mundo laboral de un modo ameno y divertido no carente de filosofía. Es una novela entretenida y emotiva al mismo tiempo, con un personaje, Fuckowski, que te lleva de la mano por su cotidianidad, mostrándonos lo que se cuece en las grandes multinacionales. El capítulo titulado "El proyecto bicicleta" es sublime:

"Dos meses después llegamos a la fase de pruebas. Obviamente el producto es una mierda. Pero las pruebas corren a cargo del mismo equipo, y los niños de uno nunca son feos. Así que con la cabeza bien alta, se prepara un zip, un manual de instalación, y entrega tú, Carlitos, que a mí me da la risa. ¿Estado del proyecto? Entregado. Viernes noche. Cena de proyecto. Aplausos, risas, más 69. El lunes llegarán las sorpresas."

Todos somos permeables y pocos pueden evitar que lo laboral entre en lo personal. Fuckowski no es una excepción y los avatares profesionales afectaran a su vida, alterándola y haciendo que el protagonista se pregunte qué espera del futuro.
Fuckowski, memorias de un ingeniero, presenta su segunda edición y desde aquí quiero felicitar a su autor.

viernes, 9 de marzo de 2007

¡Tú te crees!

El otro día vino a casa a verme una amiga de esas que uno tiene desde que puede recordar. Curiosamente desde que tenemos niños no nos vemos casi nunca. Que si ella vive en un pueblo y yo en otro, que si los horarios, que si los niños, que si los maridos.

Total, que no nos vemos nunca, pueden pasar incluso meses sin que hablemos siquiera por teléfono.

El otro día, como he dicho, se presentó en casa a desayunar, trajo unas pastas y yo hice un café. Cinco minutos después de sentarnos frente a frente era como si nos hubieramos visto el día de antes.

Hay relaciones que no precisan de ningún artificio, que se mantienen de pura esencia. Estoy segura de que aunque pasaramos años sin hablar y sin vernos, nuestros lazos seguirían tan bien atados como quedaron en aquellos lejanos días en que nos cambiabamos los zapatos y ella me dejaba jugar con su Nenuca porque a mí los Reyes Magos nunca quisieron traérmela.

Sé que no hace falta pero, un beso.

martes, 27 de febrero de 2007

Suite francesa

¡Dios mío! ¿Qué me hace este país? Ya que me rechaza, considerémoslo fríamente, observémoslo mientras pierde el honor y la vida. Y los otros, ¿qué son para mí? Los imperios mueren. Nada tiene importancia. Se mire desde el punto de vista místico o desde el punto de vista personal, es lo mismo. Conservemos la cabeza fría. Endurezcamos el corazón. Esperemos.

Irène Némirovsky soñaba con una obra de la magnitud de Guera y paz, con unas mil páginas y cinco partes: Tempestad en junio, Dolce, Cautividad, Batallas y La paz. De estas cinco sólo tuvo tiempo de escribir dos. En sus notas escribió "¿Considerar que todavía no he acabado la segunda parte, que veo la tercera?, pero que la cuarta y la quinta están en el limbo, ¡y qué limbo! Están realmente en las rodillas de los dioses, porque dependen de lo que pase". Y es que sus personajes estaban viviendo una historia en tiempo real, los sucesos que la autora pretendía narrar estaban ocurriendo en esos momentos. Mientras ella escribía, Francia era sometida, mientras daba vida a sus personajes, los alemanes entraban en París.

Irène describe una sociedad burguesa y acomodada que se ve súbitamente golpeada por una guerra incomprensible. En Tempestad en junio, con una narración de estilo periodístico, encontramos a unas gentes que huyen de sus casas, aterrorizadas, pensando que es la única posibilidad que tienen de salvarse. "Miraban alrededor y esperaban el milagro: un coche, un camión, cualquier cosa en la que poder irse. Pero no aparecía nada. De modo que se dirigían hacia las puertas de París, las cruzaban arrastrando las maletas por el polvo, seguían avanzando, se adentraban en el extrarradio y después en la campiña y pensaban: «¡Estoy soñando!»".

Seres humanos idénticos en grandeza y bajeza que nos muestran lo que es realmente una guerra, más allá de los crímenes y las atrocidades de uno u otro ejército. La individualidad frente a la masa. El temor, el instinto de supervivencia puede convertir a un grupo numeroso de gente normal en una muchedumbre despreciable. En esta obra la tranquilidad produce desasosiego, percibes la tragedia, la crueldad se esconde en un saco de dormir. He de reconocer que tuve que cerrar el libro en varias ocasiones para meditar sobre lo que narraba, preguntándome qué habría hecho yo en situación semejante, interrogándome sobre si era capaz de comprender a aquellos seres que describía la autora; si me veía entre ellos.

En la segunda parte, Dolce, los alemanes entran en Bussy, un pequeño pueblo que sirve a la autora de microcosmos para mostrarnos cómo los franceses han de compartir sus casas y sus vidas con los invasores. Lucile Angellier aparece en escena y resulta evidente, enseguida, que será un personaje central en la obra, que hasta ese momento era una novela coral. La Francia invadida es un país de mujeres que tienen a sus hijos, hermanos, padres o esposos, prisioneros, heridos o muertos, que conviven con soldados alemanes, hombres como los suyos a los que deben odiar como a enemigos que son. Pero en lo cotidiano ¿son tan distintos los alemanes de los franceses? ¿No tienen los mismos sueños e idénticos miedos? La lucha individual frente a la lucha común.

También están los antiguos combatientes de la Gran Guerra que miran a los suyos con desprecio por ponérselo fácil al enemigo, y a los alemanes con indiferencia. El odio de los que han vuelto de luchar con la herida aun abierta, se ve compensado por la tendencia natural de otros para cubrir con un manto de normalidad lo extraordinario. Dice Irène en sus notas: "Lo más importante aquí, y lo más interesante, es lo siguiente: los hechos históricos, revolucionarios, etc., sólo hay que rozarlos, mientras se profundiza en la vida cotidiana y afectiva y, sobre todo, en la comedia que eso ofrece."

Suite francesa es una obra serena, sin sentimentalismo gratuito, que nos muestra la pobreza en contraste con la riqueza. Nos enseña la mezquindad humana frente a la abnegación y la bondad. Dice Irène: "Si quiero hacer algo efectivo, lo que debo mostrar no es la miseria sino la prosperidad a su lado".

La autora no muestra interés en tomar revancha. Cuenta lo que ve. La traición y el miedo toman forma protagonista incidiendo en el colaboracionismo de una población que, prescindiendo de la categoría moral del hecho, viven el día a día como supervivientes que son. El miedo, por encima de todo: "El francés de esa casta no siente odio hacia nadie; no siente ni celos ni ambición frustrada, ni auténtico deseo de revancha. Está muerto de miedo. ¿Quién le hará menos daño? ¿Los alemanes? ¿Los ingleses? ¿Los rusos? Los alemanes le han pegado, pero el correctivo está olvidado, y los alemanes pueden defenderlo. En el colegio, el alumno más débil prefiere la opresión de uno solo a la libertad; el tirano lo humilla, pero prohíbe a los otros que le birlen las canicas y le peguen. Si se libra del tirano, está solo, abandonado en medio de todos."

La impactante biografía de su autora y saber que ésta fue una novela escrita en un momento dramático da a Suite francesa un carácter especial. Su lectura no decepciona en absoluto a pesar de que la acometes con la certeza de no conocer su final. Escrita a caballo de la propia historia, sin certeza de futuro pero con planes muy bien trazados. Leyendo las notas de Irène es evidente que pretendía hacer una gran obra, una obra que trascendiese: "No olvidar nunca que la guerra acabará y que toda la parte histórica palidecerá. Tratar de introducir el máximo de cosas, de debates... que puedan interesar a la gente en 1953 o 2052". Y lo consiguió.

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Julio de 1942, campo de concentración de Pithiviers. Irène escribe unas palabras a lápiz y le pide a un viajero que conoce en la estación, que se la entregue a su esposo.
Mi querido amor, mis adoradas pequeñas, creo que nos vamos hoy. Valor y esperanza. Estáis en mi corazón, amados míos. Que Dios nos ayude a todos.


martes, 20 de febrero de 2007

El tiempo pasará...

Cuando nació no ocurrió nada especial, el quinto en una familia de cinco es, simplemente, el último en llegar. Su hermana mayor podría haber sido su madre; teniendo en cuenta que diecisiete años es una edad considerable, eso no pareció hacerle mucha gracia pero disimuló como pudo. Los demás la acogieron como lo que era una cosita muy fea y muy delgaducha que hacía ruiditos y dormía casi todo el tiempo.
Desués fue la que vigilaba cuando la mayor estaba con el novio en la salita, la que peinaba a la siguiente, porque lo hacía muy bien (no era lista ni nada), la que escuchaba a la de en medio cuando le daba por leer poesía o la que aguantaba las bromas del único varón, a parte de su padre, que no la dejaba jugar cuando venían sus amigos a casa.

Nació un veinte de febrero a las seis de la tarde; una vez le hicieron la carta astral (no sabe qué hizo con ella) y le dijeron que era piscis por los pelos. Ella cree que se le nota, todo el mundo cuando la conoce le dice "oye, por un momento he creído que eras piscis, pero no ¿verdad?".

Hoy cumple años y no puede decir que en estos años no haya cambiado. Es más mayor, menos ingenua, más tolerante, menos espontánea, más comprensiva, menos absurda... pero, sobre todo, es más feliz.

jueves, 15 de febrero de 2007

Irène Némirovsky

Irène Némirovsky nació el 11 de febrero de 1903 en Kiev en el seno de una familia judía. Su padre, Léon Némirovsky, era uno de los banqueros más ricos de Rusia. Irène, que recibió una esmerada educación a cargo de una institutriz, era una niña triste y solitaria a la que sus padres no hacían ningún caso. Su padre era un hombre demasiado ocupado en sus negocios para perder el tiempo con un niña y su madre sentía aversión por la pequeña, a la que tuvo por complacer a su esposo. Fanny, que así se hacía llamar la madre, vivía obsesionada ante la idea de envejecer y su hija, al crecer, la ponía en evidencia ante sus numerosas conquistas masculinas. Irène se hacía mayor y durante la adolescencia su madre la obligó a vestirse como una niña por no aceptar lo inevitable. La joven buscó compañía en la lectura y empezó a escribir. En sus letras no disimuló el odio que crecía contra su madre. En "Le vin de solitude" escribió: "En su corazón alimentaba un extraño odio hacia su madre que parecía crecer con ella..." Y así, utilizó la única arma de que disponía para vengarse de su progenitora: la escritura. Publicó: El baile, Jézabel y Le vin de solitude, con cariño para mamá. Curiosamente, a la muerte de Fanny con ciento dos años, lo único que encontraron en su caja fuerte fueron dos libros de su hija: Jèzabel y David Golder.

Siendo de origen judío, en sus escritos aparecían pinceladas de cierto antisemitismo, sin embargo, en alguna ocasión admitió sentirse orgullosa de ser judía, aclarando que sus críticas iban dirigidas hacia los judíos cuyo amor al dinero pasaba por delante de cualquier otra cosa. Ideó su propia técnica creativa, escribía a diario en un cuaderno y copiaba tanto el relato como las reflexiones que éste le inspiraba. Era metódica y detallista, creaba a sus personajes con todo tipo de matices, tanto físicos como espirituales.

En diciembre de 1918 los bolcheviques pusieron precio a la cabeza de Léon Némirovsky, lo que obligó a la familia a huir a Finlandia. En 1919 se instalan en París.

En una de sus muchas "juergas nocturnas" conoce a Michel Epstein, ingeniero en física y electricidad, con el que se casará en 1926.

En 1929, Bernard Grasset se encuentra con un manuscrito, escrito en francés, titulado David Golder que le han hecho llegar de manera anónima, con la única identificación de un apartado de correos. El editor, deseoso de contactar con el misterioso escritor, publica un anuncio en un periódico reclamando que el autor se presentase en la editorial. Es comprensible que se llevara una gran sorpresa al ver ante él a una joven alegre y sencilla, de tan sólo 26 años, que acababa de parir a su primera hija, Denise, y que se presentaba como la autora de la epopeya de Golder, un magnate judío de las finanzas internacionales. En 1937 nacería su segunda hija, Elisabeth.

A pesar de ser una escritora muy famosa, Irène no consigue la nacionalidad francesa. Es consciente de que ser judía en una época tan manifiestamente antisemita no le pondrá las cosas demasiado fáciles, ni a ella ni a su familia. Así que la madrugada del 2 de febrero de 1939, se hace bautizar, según el rito católico. Ese mismo año, la víspera del inicio de la Segunda Guerra Mundial, deciden trasladar a las niñas al pueblo de la niñera, Cécile Michaud, situado en Saônet-Loire. Ella y su marido regresan a París.

En 1940 el estatuto de los judíos los convierte en parias, Michel ya no tiene derecho a trabajar e Irène no puede publicar, así que deciden marcharse de París y se reúnen con sus hijas. La situación es cada vez más difícil, el segundo estatuto de los judíos es aún más duro que el primero y supone el preludio al internamiento en campos de concentración y exterminio nazis.

Irène no se engaña, sabe que su final será trágico. Escribe y lee mucho y consigue que le publiquen sus novelas cortas con seudónimo. Lleva la estrella amarilla, al igual que sus hijas; escribe La vida de Chéjov y Las moscas del otoño, que se publicarían en 1957, e inicia su obra póstuma Suite francesa. Sueña con un libro de mil páginas, elabora la lista de personajes, sus características y personalidades, hasta el último detalle. Está en 1942 y no tiene claro que vaya a poder acabarla, le invade la sensación de que su vida se acaba. A pesar de ello sigue escribiendo, es lo único que puede hacer, redacta notas sobre la situación en Francia, es dura y sincera en sus opiniones respecto a la actitud de la "masa" que considera "aborrecible". Está sola dentro del mundo literario, casi todos han optado por el colaboracionismo y se ve relegada y olvidada por los que fueron sus amigos. El 3 de junio de ese año redacta un testamento en favor de la tutora de sus hijas, para que ésta pueda ocuparse de ellas cuando Michel y ella hayan desaparecido. Es detallada y rigurosa en sus indicaciones. No hay quejas, sólo una resignación desesperada.

El 11 de julio escribe a su director literario: "Querido amigo... piense en mí. He escrito mucho. Supongo que serán obras póstumas, pero ayuda a pasar el tiempo". El 13 de julio los gendarmes franceses la detienen en su casa y tres días después es internada en el campo de concentración de Pithiviers, en el Loiret. El 17 de julio la introducen en el convoy número 6 y es deportada. Destino: Auschwitz.

El 17 de agosto de 1942 es asesinada.

Michel Epstein no acepta la situación, cada día exige que el cubierto de su esposa se ponga en la mesa. No sabe que Irène ha muerto. Desesperado, escribe al mariscal Pétain para rogarle que le dejen ocupar el lugar de su esposa, aduciendo que tiene una salud delicada y no les será útil en un campo de trabajo. El gobierno de Vichy le responde en octubre con una orden de arresto.

El 6 de noviembre de 1942 es deportado a Auschwitz y ejecutado inmediatamente.

Los gendarmes franceses querían completar su trabajo y acudieron al colegio de las niñas para llevárselas también, cosa que la maestra impidió ocultándolas. La tutora descosió la estrella judía de sus ropas y escapó con ellas. Acudieron a su abuela materna que había estado viviendo en Niza, ajena a cualquier peligro.
Se negó a abrirles la puerta.

Las niñas llevaban una maleta, en ella los pocos recuerdos que salvaron de sus padres. Y un manuscrito.

Huyeron de un refugio a otro ocultando que eran judías. Los gendarmes las seguían, como si de terribles criminales se tratase, no se olvidaban de ellas. Las niñas no sabían que sus padres habían muerto y seguían esperándoles. Algunas veces corrían al reconocer a su madre en la silueta de una mujer que caminaba por la calle.
Pasó el tiempo. Muchas veces abrieron el cuaderno de Irène pero les causaba demasiado sufrimiento el leerlo y volvían a cerrarlo esperando que el tiempo calmara el dolor.

Elisabeth se convirtió en directora literaria. Decidió mecanografiar el manuscrito de su madre con la intención de preservarlo. Necesitó la ayuda de una gruesa lupa para descifrar la pequeña letra con la que había sido escrito. Las hermanas creían que se trataba de simples notas, un diario personal, pero Elisabeht descubrió emocionada que se trataba de una novela inacabada, un retrato crudo y violento de los momentos que les tocó vivir. Una novela escrita por alguien que vivía en esos mismos instantes lo que narraban sus personajes. Suite francesa, fue concebida como una obra en cinco partes de las que Irène sólo pudo acabar dos: Tempestad en junio y Dolce.

Elisabeth y Denise, decidieron entregar el manuscrito al Institut Mèmoire de l'Édition Contemporaine, una institución que se encarga de preservar documentos de todo tipo (cartas, diarios, libros...), a fin de garantizar el conocimiento exacto de la historia de un país.

En una próxima entrada os hablaré de Suite francesa.

miércoles, 31 de enero de 2007

Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, vio la luz en 1847, pocos meses después de la publicación de Jane Eyre, obra de su hermana Charlotte. Se trata de una novela dura, con personajes de carácter, en algunos casos, extremo y cruel. Emily creó a sus protagonistas directos y sin ambages y eso no gustó ni al público ni a la crítica de la época que los calificó de brutales e inhumanos.

Emily Brontë se retrata a sí misma como un ser de múltiples facetas y crea dos personajes, Heathcliff y Catherine, que componen la propia esencia de la escritora. Cuando Catherine afirma "Heathcliff soy yo" es la propia Emily la que grita.

¿Es Cumbres borrascosas una historia de amor? Esa es, quizá, la emoción que se halla más ausente durante la narración, a pesar de ser la constante en la historia. Durante el desarrollo de la novela el corazón se va cubriendo de una capa de escarcha que apenas se disipa por las esquinas.

¿Amaba Heathcliff a Catherine?: "Aunque él la amase con toda la fuerza de su mezquino ser, no la amaría tanto en ochenta años como yo en un día."
¿Era Catherine un ser capaz de sentir amor? "... nunca sabrá cuánto le amo, y eso no es porque sea guapo, Nelly, sino porque es más que yo misma. De lo que sea que nuestras almas estén hechas, la suya y la mía son lo mismo...".
El uno sin el otro no tiene razón de existir, pero juntos son incapaces de desarrollarse. Se aman y se odian por igual, se buscan y se rechazan, no pueden mantenerse indiferentes ante el dolor del otro, dolor que ellos mismos provocan: "No me importa que sufras, no me preocupan tus sufrimientos, ¿por qué no habrías de sufrir? Yo sufro."

La novela se inicia con la llegada del señor Lockwood, nuevo inquilino de la Granja de los Tordos. De la mano de este imprudente personaje nos adentraremos en la hostil atmósfera de Cumbres borrascosas y sus habitantes. De boca de Nelly Dean, una especie de ama de llaves, escucharemos la historia de Heathcliff, Catherine y su hermano Hindley, que se inicia con la llegada del señor Earnshaw, padre de Catherine y Hindley, con un huérfano gitano de la mano: "Nos agrupamos a su alrededor y, por encima de la cabeza de la niña, pude atisbar un niño sucio, andrajoso y de pelo negro, lo suficientemente crecido como para saber andar y hablar." "(...) le habían bautizado con el nombre de Heathcliff, que era el de un hijo que murió de niño, y le ha servido desde entonces de nombre de pila y apellido."

Heathcliff es un resentido, un ser capaz de soportar todo tipo de agresiones y guardarse su odio en un pozo oculto que alimenta durante años sabiendo que le hará fuerte: "Estoy pensando en cómo me las voy a arreglar para que Hindley me las pague. No me importa el tiempo que tenga que esperar si al fin lo consigo. Confío en que no se muera antes que yo". El niño huérfano que llega a una casa cuyos habitantes, en su mayoría, le serán hostiles, conoce también el cariño y la comprensión de su impuesta "hermana", Cathy, que se siente irremisiblemente atraída por él; pero ese amor lejos de hacerle bien será el arma que utilizará el destino para destruir su alma: "¡Oh, Dios, esto es impronunciable! ¡No puedo vivir sin mi vida, no puedo vivir sin mi alma! –golpeó su cabeza contra el nudoso tronco y, levantando los ojos, bramó, no como un hombre, sino como una fiera salvaje acosada a muerte con cuchillos y dardos".

Cathy y Heathcliff son dos caras de una misma moneda, todo lo que el otro no puede mostrar pero siente en su interior. Pero Catherine también es voluble y vanidosa y siente una irresistible atracción por la familia Linton, sus fiestas, sus vestidos, sus lujos, son cosas a las que no está dispuesta a renunciar. Cree, en un delirio de niña mimada, que puede conservar a Heathcliff como si de un perrito faldero se tratase, y conseguir entrar en la familia Linton de la mano de Edgar, su primogénito: "Mi amor por Linton es como el follaje de los bosques: el tiempo lo cambiará, yo ya sé que el invierno muda los árboles. Mi amor por Heathcliff se parece a las eternas rocas profundas, es fuente de escaso placer visible, pero necesario. Nelly, yo soy Heathcliff, él está siempre, siempre en mi mente; no como un placer, como yo no soy un placer para mí misma, sino como mi propio ser."

Heathcliff se aleja de los protagonistas masculinos al uso. Es un ser orgulloso sin que ese orgullo tenga origen en ningún hecho remarcable, no es un héroe salvador, no es un caballero bondadoso, no es un ser maltratado que busca redimirse. Heathcliff es un perfecto villano, un ser sin escrúpulos, no hay ni un ápice de compasión en sus actos, no da un paso atrás en su actitud en ningún momento de la historia. Te agarra las entrañas y las retuerce sin dudarlo un instante, te mantiene en una constante congoja por todo aquél que le rodea. Hasta de las piedras que pisa, oyes el gemido. Su sed de venganza, su amor no culminado le llevará a una lucha contra todo y contra todos, especialmente hacia aquellos que podrían haberle dado algo de amor. La permanente tortura que le supone estar vivo, la presencia constante e intangible del ser que ama, le condena a un suplicio insuperable.

La atmósfera de Cumbres borrascosas atraviesa el papel, sientes en la cara la brisa fresca de los páramos y escuchas el sonido del viento que furioso trae mensajes de muerte y desolación. La naturaleza humana en su faceta más descarnada se muestra en unos seres que van siendo martirizados emocional y físicamente por el destino que ellos mismos se buscan, en algunos casos, y que les viene dado sin consultarles, en otros. Así la saga de los personajes principales se abre como un paraguas dejando en manos de su verdugo a la descendencia de todas las comparsas de la obra. Heathcliff, en su delirio, ingeniará un plan para cobrarse la deuda, de la que cree ser acreedor, en la figura de Catherine, hija de su amada, y Linton, su propio hijo, sin tener en cuenta a Hareton, descendiente de su odiado Hindley, en el que, curiosamente, no puede dejar de ver el rostro de aquella a quien ama y que será el eslabón por donde se rompa la cadena.

El lector se verá golpeado metafóricamente y obligado a entender el mundo desde la perspectiva de una sociedad oscura, supersticiosa, cruel, inculta y rígida. Algo semejante a lo que en nuestro país se ha dado en llamar "la España profunda". La naturaleza se convierte en un personaje más de la obra, tiene sentimientos y padece, aquí encontramos uno de los muchos puntos que convierten a esta obra en un paradigma del romanticismo. Otros serían, la no separación entre lo real e irreal, razón y sentimiento, amor y muerte (os remito a: El romanticismo).

Los protagonistas cuentan con una gran fuerza psicológica, les ves en origen y en su evolución, te sorprenden. Cuando empiezas la novela no hay ningún dato que te ayude a entender el porqué de su final, ya que es la lenta narración, la vida diaria de sus personajes la que oculta el mensaje que Emily Brontë intentó trasmitir.

Heathcliff, apasionado, irracional, cruel, fiel hasta la muerte, será víctima y verdugo, un ser atormentado y dañino, que está presente desde el principio hasta el final de la historia, tronco en el que la escritora inglesa sostendrá su casa. La desgracia y el drama surgen de un amor y será otro amor el que consiga romper el sino.

"¿Te das cuenta de que estas palabras quedarán marcadas con hierro candente en mi memoria, y que me van a corroer eternamente, cada vez más hondo, cuando tú me hayas dejado? Tú sabes que mientes cuando dices que te he causado la muerte, y, sabes, Catherine, que antes olvidaría mi propia existencia que a ti. ¿No basta para tu diabólico egoísmo que mientras tú descansas en paz, yo me retuerza en las penas del infierno?".

miércoles, 24 de enero de 2007

Jane Eyre, de Charlotte Brontë


Charlotte Brontë publicó su primera novela, Jane Eyre, en 1847. Esta novela trajo consigo un estremecimiento general de la crítica de la época, por supuesto, masculina y, al mismo tiempo, un gran éxito comercial.

¿Por qué esta contradicción?

En primer lugar, Charlotte Brontë, era mujer y escritora, algo nada aceptable en el siglo XIX y que colocó a los críticos en posición defensiva. Una escritora que se sumergió en el mundo de la literatura con un personaje poco ortodoxo: una joven independiente, que no considera el matrimonio como su único proyecto de futuro, con personalidad, anhelos y deseos reservados exclusivamente a los hombres. Un cierto mensaje feminista oculto entre las líneas de una historia aparentemente repetida, en un momento en que la mujer empezaba a preguntarse los muchos porqués con que "otros" manejaban sus vidas.
Jane piensa: "Se supone, generalmente, que las mujeres son más tranquilas; pero la realidad es que las mujeres sienten igual que los hombres, que necesitan ejercitar sus facultades y un espacio en el que poder desarrollarse y esforzarse como sus hermanos masculinos. Sufren al verse tan rígidamente reprimidas, condenadas a la inactividad, exactamente de la misma forma que sufrirían los hombres si se viesen sometidos a esa situación. Y ellos, nuestro privilegiado prójimo, demuestran una gran estrechez de miras al pensar que las mujeres deben vivir reducidas a preparar budines, hacer calceta, tocar el piano y bordar". Puedo imaginarme lo incómodos que se sintieron en sus sillas algunos de aquellos críticos literarios.

Jane Eyre es una ventana a través de la cual su autora, Charlotte Brontë, nos enseña sin tapujos su visión del mundo. La autora habla por boca de sus personajes haciéndonos saber quién es ella y lo que piensa.

Jane actúa a la vez como protagonista y narradora y se dirige a nosotros en numerosas ocasiones: "No creas, lector, que mi aspecto tranquilo refleja la serenidad de mi ánimo. (...)Mientras él está ocupado examinando mis trabajos, explicaré al lector su contenido, no sin antes advertirle que no son ninguna maravilla". Esto hace que tengamos la impresión de estar leyendo una autobiografía y, aunque no es así, es evidente que las vivencias de la escritora aparecen reflejadas en las de sus personajes. Charlotte Brontë, tenía material de primera mano para narrarnos las vicisitudes de su protagonista, una institutriz huérfana, que pasa su infancia y adolescencia en un internado de beneficencia.

Jane, a pesar de ser una mujer conformista en apariencia, destila rebeldía incluso cuando calla. Opina sobre la arbitraria diferencia entre clases, marcando la relación entre cantidad de recursos y supervivencia y hace especial hincapié en el papel de la mujer en un mundo eminentemente masculino. En sus relaciones no olvida nunca, y no deja que los demás olviden, que no es un ser inferior: "Pues bien, señor; yo creo que usted no tiene derecho a mandarme sólo porque sea más viejo que yo o porque haya visto más mundo. Esa superioridad que usted se atribuye dependerá del uso que haya hecho de su tiempo y de su experiencia". Y que merece respeto: "Estoy segura, señor, de que nunca confundiré lo informal con la insolencia. Lo primero me parece bien; a lo segundo, ningún ser humano nacido libre debe someterse, ni siquiera por un sueldo".

Jane se debate constantemente entre su deseo de resignarse y la imposibilidad de hacerlo. Obligarse a aceptar unas normas de conducta que le resultan del todo intolerables e injustas, será motivo de sufrimiento durante gran parte de su vida.

Entremos de puntillas en la trama, no quiero estropearos la lectura. Tras la muerte de sus padres, Jane es enviada a vivir con la viuda de su tío, la señora Reed. Lejos de ser una criatura dulce, hermosa y lisonjera, como cabría esperar de una novela romántica y escrita, además, por una mujer, nos encontramos ante un espíritu rebelde que no se doblega ante la injusticia por muy débil que se sienta frente a ella: "¡Qué confusión en mi cerebro y qué violenta rebeldía en mi corazón! ¡En qué impenetrable oscuridad e ignorancia se debatían mis pensamientos!". Pero es al llegar a Lowood, el internado de beneficencia dirigido por el señor Brocklehurst, dónde la personalidad de la pequeña Jane empezará a dibujarse nítidamente. Tras ver cómo su única amiga, Helen Burns, es golpeada injustamente y escuchar la resignación con que la niña asume ser merecedora del castigo, Jane se rebela: "Pues en tu lugar yo no la perdonaría a ella, me defendería; si me pegara a mí con aquella vara, se la arrancaría de la mano y se la rompería en las narices". Y más adelante mostrará cual es su propósito ante la injusticia: "Si todos obedeciéramos y fuéramos amables con los que son crueles e injustos, ellos no nos temerían nunca y serían más malos cada vez. Cuando nos pegan sin razón debemos devolver el golpe, estoy segura, y bien fuerte, para dejar bien claro a los que lo hacen que no deben repetirlo".

Durante toda la novela Charlotte nos envía mensajes subliminales avisándonos del peligro, mensajes que no captamos con nitidez hasta una segunda lectura. Parece temer que la acusemos de tramposa y nos advierte de manera disimulada que debemos estar alerta. Algunas de las metáforas que utiliza son sublimes: "Las dos mitades no estaban separadas por completo, pues su firme base y sus fuertes raíces las mantenían unidas en la parte inferior; pero la vitalidad del conjunto estaba destruida, la savia ya no fluiría en su interior, las grandes ramas a ambos lados habían muerto, y seguramente las tormentas del siguiente invierno las abatirían. Sin embargo, todavía se podía decir que aquello era un árbol: una ruina, pero una ruina entera."

Jane analiza con extraordinaria lucidez el complejo mundo de los sentimientos propios y ajenos y hace añicos la imagen que se nos ha trasmitido en muchas ocasiones sobre la mujer victoriana, un ser asexuado, sin deseos ni anhelos, un ser etéreo que se mantenía de pura artificialidad.

Sosegada y de firmes convicciones, noble y estricta en su trabajo, no puede ocultar el río de lava que corre bajo la superficie. Una mujer dispuesta a caminar hacia el futuro bajo la tormenta, a pesar de los gruesos ropajes que arrastra como un lastre, convencida de que puede hacerlo sola, segura de que sólo siendo fiel a sí misma podrá soportarse.

"Escucha, Jane Eyre, tu sentencia: colócate mañana ante un espejo y, tan fielmente como puedas, haz tu autorretrato al carbón, sin paliar un defecto, sin suavizar ninguna fealdad, sin omitir ninguna irregularidad y escribe al pie: "Retrato de una institutriz pobre, vulgar y huérfana".

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¿Es Jane Eyre una novela romántica? Os remito a esta web:
El Romanticismo, Universitat Jaume I
Y cito:
"El romanticismo es una revolución artística, política, social e ideológica tan importante que todavía hoy viven muchos de sus principios: libertad, individualismo, democracia, nacionalismo, etc.
(...)La nueva novela se convierte en un medio de describir sensaciones y pasiones. (...)El protagonista frecuentemente es el doble del autor, el cual penetra en su interior y describe sus sentimientos, al igual que recrea lo maravilloso, lo exótico o la aventura. Werther, de Goethe, fue para los románticos el modelo bajo la forma una novela-diario que penetra en la interioridad del personaje, comunica sus sentimientos, y los hace universales.
(...)Esta libertad ha presidido el proceso libertador del mundo actual hasta hoy mismo: liberación del individuo frente a la sociedad, de la mujer frente al hombre, de la región frente a la nación, de la colonia frente a la metrópoli y del obrero frente al burgués.
Pero toda esta liberación tiene un precio, que suele ser un hondo sentimiento de soledad y vacío. Romper con un orden, con una seguridad, con una obediencia lleva consigo ese doloroso desgarramiento en que el individuo se encuentra de pronto consigo mismo, sin nadie más. Aquí radica sin duda el pesimismo, la angustia, la melancolía, el "mal del siglo" con su insatisfacción imposible de colmar, que tan admirablemente expresaron los románticos y tras ellos sigue expresando la cultura occidental moderna."

lunes, 15 de enero de 2007

Charlotte Brontë y sus hermanas

Brocklehurst: ¿Sabes a dónde van los que se portan mal cuando se mueren?
Jane: Al infierno
Brocklehurst: ¿Y sabes lo que es el infierno?
Jane: Un abismo lleno de fuego
Brocklehurst: ¿Y te gustaría caer en ese abismo y abrasarte para siempre?
Jane: No, señor
Brocklehurst: ¿Qué debes hacer entonces para evitarlo?
Jane: Procurar no estar enferma para no morirme."


Inicio este post con un fragmento de la novela más emblemática de Charlotte Brontë: Jane Eyre, 1847.

Nacida el 21 de abril de 1816 en Yorkshire (Gran Bretaña), era hija de un clérigo irlandés y tuvo cinco hermanos: Maria, Elizabeth, Branwell (1817), Emily (1818) y Anne (1820). En 1820 la familia Brontë se traslada a Haworth, un pueblo de los páramos de Yorkshire, dónde la madre moriría un año después. En 1824 el padre decidió enviar a sus cuatro hijas mayores al colegio interno para hijas de clérigos, en Cowan Bridge (Lancashire), un lugar que serviría a la escritora como inspiración para el siniestro colegio Lowood, en su novela más famosa, Jane Eyre. El poco cuidado que recibían las alumnas, la dura disciplina y las malas condiciones las llevaron a enfermar de tuberculosis. Regresaron a casa donde las dos hermanas mayores, María y Elizabeth, murieron.

A partir de la muerte de sus hermanas, Charlotte se convirtió en la mayor y quizá por ello, la más responsable. En un mundo lúgubre y triste, la fantasía de los cuatro hermanos les llevó a crear dos reinos imaginarios: Angria, propiedad de Charlotte y Branwell y Gondal, de Emily y Anne. Con soldaditos de madera inventaron personajes a los que hacían vivir en esos reinos y que les sirvieron para escribir numerosos relatos. Aún hoy se conservan unos cien cuadernos sobre el reino de Angria. De Gondal, sólo perduran algunos poemas de Emily. El pastor Patrick Brontë, veía con buenos ojos la afición de sus hijas a inventar historias y escribirlas. Seguramente creyendo que era un mero entretenimiento ya que en esa época las mujeres tenían el mundo de la literatura completamente vedado. La única implicación intelectual que se le permitía a la mujer del siglo XIX era la enseñanza. Las hermanas Brontë sabían que estaban destinadas a ser institutrices o esposas y para ello se prepararon acudiendo a diferentes escuelas y academias. Branwell, como hombre, era el único al que su padre alentaba en su vocación artística, deseando que se convirtiese en un gran pintor.

La primera bofetada literaria que recibiría Charlotte le vino dada por el afamado poeta Robert Southey. Se le ocurrió enviarle algunos de sus versos y él respondió con una carta en la que le decía: "la literatura no es asunto de mujeres y no debería serlo nunca". Esto enseñó una lección a la futura novelista que le serviría para afrontar su ingreso en un mundo de hombres.

Charlotte y Emily intentaron abrir una escuela privada y al no conseguirlo decidieron marchar a Bruselas, al Pensionat Heger, para ampliar sus conocimientos de francés y alemán. Allí, la mayor de las hermanas se enamoró del director del pensionado, Constantin Heger. Por primera vez alguien ajeno a su entorno familiar se interesaba por sus escritos e sus inquietudes intelectuales. Eso despertó en Charlotte sentimientos ocultos que al hacerse evidentes distanciaron al profesor, un hombre casado que no albergaba más intención que la puramente académica. De este episodio nacería la primera novela de la escritora "The Professor", que saldría a la luz de manera póstuma a pesar de los muchos intentos que ella hizo por verla publicada.

Charlotte descubrió de manera accidental que sus hermanas escribían poemas en secreto, igual que ella misma y les propuso unirlos en un solo volumen y enviarlo a un editor de Londres bajo seudónimo. Y así, en 1846, nacieron los hermanos Currer, Ellis y Acton Bell, que compartían con sus auténticas personalidades la inicial de sus nombres, Charlotte, Emily y Anne. De ese libro se vendieron dos ejemplares a pesar de las críticas favorables.

Anne entró a trabajar como institutriz de Bessy y Mary, en casa del reverendo Edmund Robinson y se llevó a su hermano como profesor del pequeño Edmund. Branwell Brontë se enamoró de la madre de su alumno, Lydia Robinson, con la que vivió una pasión que duraría dos años y que terminaría de modo repentino por voluntad de la mujer. Esto sumió en una profunda depresión al joven que marcado por una personalidad débil, mimado por todos e inclinado a los abusos de alcohol y opio, ocasionó un nuevo drama familiar. Emily, era la que estaba más unida a él, solía ir a rescatarlo al bar del pueblo y lo traía de vuelta a casa noche tras noche, ebrio y amargado. Él, mientras tanto, se convertía en un ser violento, egoísta y manipulador, utilizando un supuesto sufrimiento frente al amor de su hermana, que acabaría por impregnarse de su tristeza.

En 1847 aparece publicada la primera novela de las Brontë, Jane Eyre, con una dedicatoria a William Makepeace Thackeray a quien Charlotte admiraba profundamente. Contaba entonces 31 años y fue publicada bajo el seudónimo de su alter ego Currer Bell. Obtuvo un éxito inmediato a pesar de la turbación que provocó en amplios sectores el lenguaje directo de la autora, la libertad con que expone los anhelos y pasiones de su personaje y su alusión directa sobre lo injusto de la diferencia intelectual que se imponía, entre hombres y mujeres. La obra fue considerada por algunos como inmoral. Ese mismo año, Anne, con 27 años, publicaría Agnes Grey, basada en sus propias experiencias como institutriz. Y, unos meses después, sería Emily, con 29 años, la que publicaría Cumbres borrascosas, despreciada por la crítica durante años y hoy considerada un clásico de la literatura inglesa.
(Tanto Cumbres borrascosas como Jane Eyre, contarán con una próxima entrada).

Basándose en las terribles experiencias de su hermano con el alcohol y las drogas, Anne escribió su segunda novela El inquilino de Wildfell Hall, que narra las dificultades de aquellos que padecen ese problema y de los que conviven con ellos. Esta vez las dos hermanas Charlotte y Anne, se desplazaron a Londres y se presentaron ante su editor que se llevó la sorpresa de su vida al descubrir que Currer, Ellis y Acton Bell, eran tres mujeres. Al regresar a Haworth encontraron a Branwell agonizando y, finalmente, moriría en septiembre de 1848. Esta muerte supuso un durísimo golpe para Emily que estaba muy unida a él. La joven escritora, emulando a su apasionada y consentida Cati (Cumbres borrascosas), tras enfermar a causa del frío se negó a comer y a tomar las medicinas que le recetaba el doctor, lo que la llevó a la muerte el 19 de diciembre de 1848, tres meses después del fallecimiento de su hermano. A esta muerte siguió la de la pequeña Anne que pudo disfrutar muy poco del éxito de ventas de su nueva novela. Murió el 28 de mayo de 1849, cinco meses después de Emily, también de tuberculosis.

Es fácil imaginarse lo que estos hechos debieron suponer para Charlotte y lo sola que debió sentirse al perder a sus hermanas en tan poco tiempo. Como única compañía, su padre, cómo único anhelo, escribir. Shirley, fue su siguiente novela, en la que trata el tema de la revolución industrial en Yorkshire, reflejando la lucha entre patronos y obreros. Después vendría Villete, que nació de sus recuerdos como alumna y profesora en el internado de Bruselas.

A partir de ese momento hizo una serie de viajes a Londres, Manchester y Escocia. Conoció personalmente a su admirado William Makepeace Thackeray, a quién dedicara su primera novela, visitó la Gran Exhibición de 1851 en Londres, al igual que Dickens y se hizo amiga de la escritora Elizabeth Gaskell que, dos años después de su muerte, escribiría su primera biografía.
El 29 de junio de 1854 se casó con el reverendo Arthur Bell Nichols, viejo amigo de la familia. De luna de miel, viajaron a Irlanda y visitaron Gawthorpe Hall, donde Charlotte enfermó. Murió de tuberculosis el 31 de marzo de 1855, estando embarazada.

Arthur Bell Nichols escribió un prólogo para la primera edición de The Professor, que consiguió que se publicase dos años después de la muerte de su esposa. El reverendo Patrick Brontë, que sobrevivió a todos sus hijos, solicitó a la amiga de Charlotte, Elizabeth Gaskell, que escribiese la biografía de su hija.

Todos los personajes de Charlotte parecen sacados de un mismo patrón y sospecho que es el suyo propio. Mujeres solas ante un mundo hostil, de apariencia conformista y resignada que, sin embargo, se revelan de un modo involuntario, en lo cotidiano. Mujeres que saben lo que no son, que comprenden lo que les rodea y no pueden aceptar el ostracismo al que se las quiere relegar.

"Su mirada es la de un pájaro enjaulado; y en esa jaula está cautivo un ser vivaz, inquieto, resuelto. Si estuviera libre, se encumbraría por encima de las nubes."

Jane Eyre, Charlotte Brontë.

sábado, 13 de enero de 2007

Cuando los elefantes luchan, quien sufre es la hierba (Provervio africano)

Preguntas convincentes

-He observado -dijo el señor K- que mucha gente se aleja, intimidada, de nuestra doctrina por la sencilla razón de que tenemos respuesta para todo. ¿No sería conveniente que, en interés de la propaganda, elaborásemos una lista de los problemas para los que aún no hemos encontrado solución?

Historias de Almanaque, Bertolt Brecht

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Feliz todo...



Tu beso se hizo calor,
luego el calor, movimiento,
luego gota de sudor
que se hizo vapor, luego viento
que en un rincón de La Rioja
movió el aspa de un molino
mientras se pisaba el vino
que bebió tu boca roja.

Tu boca roja en la mía
la copa que gira en mi mano
y mientras el vino caía
supe que de algún lejano rincón
de otra galaxia
el amor que me darías
transformado, volvería
un día a darte las gracias.

Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da
nada es más simple
no hay otra norma
nada se pierde
todo se transforma

El vino que pagué yo
con aquel euro italiano
que había estado en un vagón
antes de estar en mi mano
y antes de eso en Torino
y antes de Torino, en Prato
donde hicieron mi zapato
sobre el que caería el vino.

Zapato que en unas horas
buscaré bajo tu cama
con las luces de la aurora
junto a tus sandalias planas
que compraste aquella vez
en Salvador de Bahía
donde a otro diste el amor
que hoy yo te devolvería

Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da
nada es más simple
no hay otra norma:
nada se pierde
todo se transforma.

Todo se trasnforma (Eco), Jorge Drexler

domingo, 17 de diciembre de 2006

Así borraba, así, así...


Como ya comenté en la entrada "Poseía Poesía" estoy revisando una novela.

Cuando terminé la primera que escribí, Nela, la entregue (con no poca vergüenza) a algunos amigos y desconocidos para que me dieran su opinión. La hermana de una amiga que es profesora de Filología en un Instituto me escribió una carta de tres folios que guardo con cariño.

Uno de los consejos que recibí fue que, una vez acabada una obra, la dejase dormir en un cajón tres meses antes de revisarla.

Yo suelo hacer caso de los consejos, si son buenos.

La novela que estoy desmenuzando la escribí hace dos años (se ha pegado una siesta de aupa). Y estoy segura de que, si no me controlo, acabaré rescribiéndola porque el capítulo que trabajé ayer y que creí pulido y listo para olvidar, hoy, vuelto a revisar, aún ha recibido más cera.

Hay quien dice que una obra nunca estará acabada en manos de su autor. Lo que me inquieta es pensar que no es la obra, si no el momento en el que me encuentro al revisarla, lo que hace que modifique alguno de los hechos, actitudes o situaciones que en ella se desarrollan.

¿Eso sería bueno o malo?
¿Me ayudaría a escribir mejor?
¿Hay un límite?
¿Alguien tiene respuestas?

En fin, divagar, divagar, divagar.

martes, 12 de diciembre de 2006

Tenor a la fuga


El tenor francés Roberto Alagna, se permitió dar un nuevo giro a la ópera "Aída" huyendo de escena como alma que lleva el diablo. Parece ser que el público no estaba muy contento con los comentarios que escuchaba del artista, en vivo y en directo, descalificando al auditorio. Con su actitud posterior puedo imaginarme las cosas que decía. Y el público, que es soberano -como el pueblo-, habló. Bueno, más bien, silbó y dejó también claro lo que opinaba de sus opiniones y de su Radamés.

El tenor, a tenor de la actitud de los escuchantes, se largó -pies para qué os quiero-, en el más puro estilo "divo ofendido". Y ahí estaba la mezzosoprano Ildiko Komlosi, intentando salvar el dúo ella sola, y el director de orquesta, dirige que te dirige y no mires hacia atrás.

El director de escena, mientras tanto, miraba para todos lados ¿buscando también una puerta por la que huir? ¡no! buscando a un sustituto, pero como no había nadie vestido de Radamés le costó localizarlo.

Antonello Pallombi (el de la foto de cabecera), sintió una fuerza que le impulsaba hacia delante -era el director de escena que le empujaba- y se encontró en escena, vestido de Radamés a lo progre y no se le ocurrió otra cosa que ponerse a cantar. Pues menos mal, porque la mezzosoprano ya estaba un poco cansada de trabajar el doble -supongo que pedirá un plus por el esfuerzo- y necesitaba ayuda.

Alguien en el público -siempre hay algún ingenioso- gritó ¡Radamés viste de Prada! y se escucharon algunos abucheos que me imagino iban destinados al huido, no al valiente que cantaba en tejanos.

Finalmente, el tenor "ahora no canto, ala", dio lo que él creía que eran explicaciones -y que a todos sonaron como "han sido ellos, son malos y no me quieren". El director dijo "que vale, que muy bien, majo. Haz el petate que estás licenciado" y le dio el puesto a Walter Fraccaro.

Y, digo yo, ¿no sería mejor que se lo dieran a Antonello? No todos los tenores sabrían afinar después de ser empujados a escena en tejanos, teniendo que creerse que uno es Radamés.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Poseía Poesía


Estos días me ha ocurrido una cosa sorprendente y gratificante. No soy experta en poesía, no cuento los versos ni conozco más textos de memoria que el de La vida es sueño de Calderón de la Barca: "¡Ay, mísero de mí! ¡Ay infelice!" y este lo aprendí porque un amigo me retó, yo debía aprenderme este monólogo y él otro.


Yo cumplí.

Tengo la costumbre de poner como cabecera de capítulo en todas mis novelas un pequeño texto, que en cada una de ellas, versa sobre un tema común. En "Nela", fueron frases de películas de los años 30-40, en "Peso cero", fragmentos de novela. Ahora estoy acabando de revisar otra de mis obras y he decidido utilizar poemas. Por este motivo estoy leyendo toda la poesía que cae en mis manos: Rosalía de Castro, Bécquer, Federico Balart, Rubén Darío, Lorca, Ramón de Campoamor, Amalia Iglesias, Alejandra Pizarnik, ...

Estoy disfrutando mucho con la lectura de todos estos poetas y no negaré que me ha sorprendido. Es tal el gusto que me ha proporcionado su lectura que me he olvidado de tomar notas varias veces y he tenido que releer textos recordándome que estoy trabajando.

La poesía tiene mucho de música y emociones y creo que no siempre es momento de leerla. Por lo que estoy experimentando, el lector tiene mucho que poner y debe estar predispuesto a entregarse. Ocurre algo parecido con la música, no todos los días tiene una el cuerpo para Brahms.

Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco, pero es algo
que perdí no sé cuando y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.


Rosalía de Castro, A orillas del Sar.

martes, 19 de septiembre de 2006

Una recomendación

Navegando por ahí, cosa que hago de vez en cuando, he encontrado una joya que quiero compartir con vosotros. Se trata de un blog escrito por alguien dedicado al mundo literario, en principio escritor, que se dedica a ayudarnos a saber dónde intentamos meternos.

El blog se llama Miserias literarias y lo escribe alguien oculto tras el seudónimo "Prometeo".

Os lo recomiendo encarecidamente, me lo he leído de pe a pa y lo único que lamento es no haberle conocido antes ¡cuántos disgustos me habría ahorrado!

viernes, 21 de julio de 2006

Más Charco de los Clicos

Existe en el pueblo del Golfo una cresta en perfecto semi cono formada por un crater, en cuyo interior se esconde el Lago Verde o Charco de los Clicos. Este último llamado antaño así, por unos mariscos comestibles llamados clicos muy usuales en ese paraje. Su extinción se produjo a raiz de que don Domingo Lorenzo Viera, adquiriera dos tortugas que sin más soltó en las apresadas aguas de El Golfo.



Parece que la arena que ha ido entrando en el Lago acabará por hacerlo desaparecer. Según cuentan, antiguamente era mucho más grande.

Según dicen, el agua es de color verde debido a un tipo de alga. Es realmente chocante en aquel paisaje extraño y estremecedor encontrar, frente al mar, un lago de un color verde esmeralda intenso.


Nos ocurrió algo muy curioso. No conocíamos el lugar y después de recuperarnos de la primera impresión nos fijamos en que la gente (que en esa primera visita era bastante) buscaba en la arena insistentemente algo que no alcanzabamos a ver. La mayoría de los que allí había eran evidentes alemanes y pensamos que si chapurreabamos un poco en inglés conseguiríamos preguntarles qué buscaban. Escogimos para ello a una jóven pareja de rubios flamantes pensando que siendo más jóvenes seguro que nos entendían. Pero al preguntarles nosotros qué buscaban nos miraron con cara de papel pintado ¿?. Estaba claro que en sus lecciones de inglés no habían pasado del "This is a pencil". Finalmente, mi marido que cree más en el lenguaje de los gestos (algunos más evidentes que otros) señaló la mano que ella apretaba con fuerza y luego a su propio ojo. Ella, no sin cierta reticencia la abrió y nos sorprendió con unas pequeñísimas piedras verdes. Nos agachamos y quedamos gratamente sorprendidos al comprobar que apenas moviendo un poco la tierra negra localizabamos unos cuantos cristalitos verdes que luego nos dijeron se llaman "olivina" ¿?.

Quizá Luis Vea sea capaz de explicarnos algo más de esas hermosas piedras que tienen curiosamente el mismo color del lago.


El paisaje es incomparable, tienes la sensación de estar en otro mundo. Estuvimos dos veces, la segunda solos, no había nadie más. Fue muy especial.

Por cierto una curiosidad ¿habéis imaginado alguna vez poder tenderos cual largos sois sobre un manto de flores sin veros atacados por hirientes y agresivas abejas o avispas? ¡En Lanzarote no encontramos ni una sola! ¡Qué maravilla!

¿Y la temperatura? Las dos veces del Lago Verde tuve que llevar una chaqueta bastante gruesa... La temperatura más alta que marcó el termómetro del coche que alquilamos fueron ¡28 grados!

El paraiso, sin duda.

jueves, 20 de julio de 2006

¿Quién dijo fin...?

Lanzarote es una isla mágica, al menos así la he visto yo. Tranquilos que no voy a daros la paliza sacando mi álbum con las 300 fotos, ni voy a explicaros cada uno de los momentos maravillosos que he vivido.

Solo traigo unas pocas imágenes y los ojos llenos de ese pedacito de mundo.


Caletón blanco



Los hervideros (¡qué miedo pasé!)

Timanfaya (sin palabras)


El lago de los Clicos (me dejó muda durante un buen rato)


Los jameos del agua (no me dejaron bañarme en esta maravilla de piscina)

La cueva de los Verdes, sin lugar a dudas el lugar que más me gustó de la isla. No me habría importado nada que me dejasen dormir allí una noche.


"Todo cabe en lo breve. Pequeño es el niño y encierra al hombre; estrecho es el cerebro y cobija el pensamiento; no es el ojo más que un punto y abarca leguas"

Alejandro Dumas (padre)

viernes, 23 de junio de 2006

Siempre me gustó estar sola (y última)




Frente al espejo
.
Estoy muy delgada. Diez kilos en un año. Tanto que lo había intentado con dietas milagrosas, aburridas, mortalmente prohibitivas, sin conseguir nada. Hasta ese año. Sin esfuerzo, sin darme cuenta. Creo que fue justo cuando supe lo que quería y gracias a él, como siempre. Él me mostró el camino, sin saberlo.

Hace una semana que tengo el traslado y aún no puedo creerme que vaya a hacerlo. Otra ciudad y una nueva vida.

Estos días me he acordado mucho de mi madre. De su mirada los últimos días. Me conocía bien. Cuando murió, sin apenas un suspiro, sentí un dolor tan fuerte que creí que iba a partirme el pecho. Era un dolor físico, como si alguien me hubiese golpeado con un palo de madera. Me costaba respirar y el dolor no cedía ni un milímetro de espacio al aire de mis pulmones. Hubiera querido tener a Javier para apoyarme en él, recostarme en su hombro, que me rodease con sus brazos y me consolara. Pero no pudo, le era imposible enfrentarse al dolor y la muerte. Se fue a tomar un café.
¿Y los días siguientes? Las frases huecas, usadas y gastadas: es mejor así, de esta manera no ha sufrido, ella sabía lo que le esperaba, la vida sigue...

Se colgó la bolsa de viaje en un hombro y el bolso en el otro. Sacó la maleta del armario y suavemente la deslizó sobre la moqueta sin hacer ruido.

Rocío me espera en el aeropuerto. Es triste que Javier creyera que montando aquella terrible escena el año pasado en mi cumpleaños conseguiría romper una amistad de tantos años. Triste y descorazonador. Pensaba que me conocía. Que Rocío es lesbiana lo sé yo, mejor que nadie. Antes de que su madre la descubriese besando a Bea Izquierdo de primero de BUP. Mucho antes.

Al llegar a la puerta de entrada soltó la maleta un instante. Se quitó el anillo de casada y lo dejó sobre el mueble del recibidor, junto a una roca volcánica que habían cogido en las calderas del Teide, en su viaje de novios.

El resultado de la mamografía ha sido el pasaporte para mi viaje. Cuando apareció aquel bulto en mi pecho me vi mutilada y sola. Me reconocí en el recuerdo de mi madre. Me vi sin cabello y sin compañía, asustada y sin un brazo en el que apoyarme. Me imaginé escondiéndome para vomitar, para sentirme mal y débil.
Me conocí por fin.
Y a él.

Se lo dije. Fue un intento a la desesperada, sabía que iba a perder algo que nunca había tenido, pero no pude resistirme.

Su mirada...

Aquella imagen fue una visión de futuro. No podía esperar nada de él, excepto que recogiese los platos de papel.

Pensé en todas las cosas que podía perder si me alejaba de él. Todas valían dinero.

Sacó el informe médico del bolso y lo dejó encima de la mesita.
Junto a la alianza.
La palabra "benigno" remarcada en negro.
La puerta del baño se abrió al tiempo que otra puerta se cerraba para siempre.

Fin?

martes, 13 de junio de 2006

Siempre me gustó estar sola (segunda entrega)


II


Fue una suerte que decidiésemos no tener niños. Ahora sería todo mucho más complicado. Yo sí quería. Supongo que como todas las mujeres hay un momento en la vida que las hormonas te juegan una mala pasada y llegan a dominar tus pensamientos y deseos. Entonces empiezas a ver niños por todas partes, niños en el parque, niños en la puerta del cine. Niños en los grandes almacenes saliendo de improviso de cualquier pasillo, a punto de atropellarte. Pero Javier es un hombre de hoy, con necesidades de hoy que para él se resumen en ganar mucho dinero y ganarlo pronto. Los niños no entran en ese proyecto.

Yo le admiro porque ha sido capaz de conseguir la meta que se había propuesto. Bueno, las metas. La primera: su aspecto. Es un hombre guapo, que se cuida, nadie podría encontrar un solo defecto en su físico por mucho que se lo propusiese. Yo me lo propuse, lo confieso, quería tener algo para tirarle a la cara en caso de necesidad. Pero no lo encontré. Físico, no.
Otra meta que consiguió fue librarse de la familia, la suya y la mía, por supuesto. Mi madre, con morirse, le facilitó mucho la tarea. Y la última, la del dinero, también la ha conseguido y, por supuesto, eso había que celebrarlo.

Me alegra que no haya visto las maletas, hubiera sido muy desagradable tener que dar explicaciones, hoy, precisamente hoy, que es mi cumpleaños y había toda esa gente invitada. Invitada por él, por supuesto. Yo sólo llamé a Rocío. Pero no ha venido. Me llamó: "lo siento cariño, pero no puedo ir a esa casa después de lo que pasó la última vez. Me apena por ti, pero si quieres podemos quedar después para tomarnos algo tú y yo solas". Y hemos quedado a las diez en el aeropuerto, mi avión no sale hasta las doce y cuarto de la noche.

No le reprocho a la única amiga que tengo que no haya querido venir a "mi fiesta". La fiesta del año pasado fue muy diferente. Había aprobado las oposiciones para médico de la Seguridad Social y con nota. Era la tercera vez que lo intentaba, la primera en serio. Estaba tan entusiasmada que se me ocurrió que esa vez prepararía yo la celebración de mi cumpleaños. Si hubiera sabido que iba a ser un desastre no lo habría hecho, pero en el fondo creo que aquello me fue bien porque me hizo colocarme, por primera vez, ante la persona en la que me había convertido. Una persona simple y sin voluntad, incapaz de hacer nada sin el respaldo del otro. Sin su aprobación no era nadie.

Ese día me ha llevado a este.

Ya ha cerrado el grifo. En veinte minutos estará aquí, lo que tarde en ponerse ese aceite con el que embadurna todo su cuerpo bien afeitado y que huele tan bien. Después se peinará con cuidado y revisará sus dientes. No dejará un detalle. Saldrá impecablemente vestido con uno de los doce pijamas que se compró el mes pasado. Es un fanático de los pijamas. Ni siquiera se lo quita cuando hacemos el amor. Supongo que su perfecto cuerpo lo quiere para lucirlo en otros momentos, con otras personas.

Continuará...

martes, 6 de junio de 2006

Siempre me gustó estar sola


I

Nunca tuve miedo de ese espacio vacío que genera el ser humano a su alrededor y que no tiene mucho que ver con la cantidad de gente que en ese momento te esté rodeando.

Hoy es mi cumpleaños. ¿Que cuántos cumplo? Treinta y tantos. Me gustaba mucho esa serie a pesar de que cuando la echaban por televisión a mí me quedaban todavía unos cuantos para sentirme identificada con sus protagonistas.

Javier está recogiendo los destrozos. Los platos de papel con restos del festín, vasos manchados de irreconocibles líquidos. Es un cielo, Javier. No ha hecho falta que le recordase que hoy era mi día para que se ofreciese a hacer el trabajo sucio. No me refiero solo a la recogida selectiva, sino a la despedida involuntaria de los invitados. Cómo les cuesta irse. Y qué pronto han venido. Me duele la cara de tanto sonreír sin ganas.

¿Por qué me miraba Luis con esa cara? Será que ser el mejor amigo de Javier le hace leer mis pensamientos. Luis nunca fue santo de mi devoción, no puedo negarlo. Bueno, sí que puedo, a Javier se lo he negado tantas veces... Hace tiempo que no me pregunta, supongo que ya no le importa. Javier me lo presentó seis meses después de empezar a salir conmigo. Fui a su boda, al bautizo de su primer hijo y al de su primera hija. Su mujer, Lorena, es una pobre chica que cree que llevándose mal conmigo se gana la aprobación de su marido. Pobrecilla. Luego se consuela con unos cuantos Martinis y repite hasta la saciedad, "yo sólo tomo vodka martini, como James Bond, agitado, no revuelto".

¿Habrá Luis adivinado mis intenciones? Es posible, a juzgar por el comentario que me ha hecho cuando nos hemos cruzado en el pasillo camino del baño. A solas, como siempre. Me habría gustado decirle que no es necesario que se esconda de Javier para ser borde conmigo.

-No se te ve muy contenta.

-¿A no?

-¿Qué estás tramando?

-Siempre tan cariñoso.

-Lo siento, querida. ¿Te gustó nuestro regalo?

-¿Te refieres al jarrón que me escuchaste decir que detestaba? He contenido las arcadas, no puedes quejarte.

-Se te notaban -la sonrisa de satisfacción le resultaba familiar.

-El año que viene espero que no te tomes la molestia.

Le he dejado con la palabra en la boca y he continuado mi camino. Al mirarme en el espejo del baño me he visto extraña. Como si no fuese yo.

Javier se ha metido a la ducha y después querrá irse a la cama. Hoy, como se supone que es un día especial, querrá guerra. Malditas las ganas que tengo yo de continuar, después de estar toda la tarde fingiendo. Es tan simple, tan previsible. Siempre las mismas caricias en los mismos lugares. Casi podría contar los besos exactos que va a darme antes de subirse encima de mí. Cuánta envidia me tienen todas sus amigas.

Siento un dolorcillo en el pecho, pero es mucho más pequeño que otras veces.

Hoy todo es más sencillo. Porque sé que se acaba.

Continuará...

viernes, 21 de abril de 2006

¿Me prestas un libro?


Mi casa era una casa pequeña, muy pequeña, y la ocupábamos muchos. Apenas había espacio para nosotros, y los libros no eran un artículo de primera necesidad. Yo era muy popular en mi barrio entre los niños, era muy "jugasquera", que decía mi madre; del colegio a la calle y de la calle a la cama era mi rutina diaria.

Cuando cumplí nueve años mi hermana mayor, la que yo creía que sería una princesa y viviría en una gran casa con verja de hierro, se fue de casa después de casarse con un empleado de la Philips y nuestra habitación se quedó con sólo tres habitantes.
Al poco tiempo fuimos tres chicas y unos nuevos inquilinos: Los libros.

Llegaron no sé cómo, sospecho que otra de mis hermanas los trajo, aunque no puedo recordarlo. A mí me llamaban la atención. Los cogía, los hojeaba (pasaba las hojas) y me sentía atraída por ellos. Especialmente por uno, la pequeña Dorrit, se llamaba. El autor era un señor llamado Charles, con un apellido muy raro. Un día decidí leerlo, total, para algo me había tomado la molestia de aprender a leer.

Aquel libro produjo una transformación en mi cerebro, algo sutil e imperceptible a simple vista. Lento y constante, el deseo de leer se fue metiendo en mi pequeña cabecita y desde allí se fue extendiendo por todo mi cuerpo. Las manos deseaban sostener aquellas pequeñas cosas mágicas que me transportaban a mundos desconocidos. Los ojos buscaban en todas partes, otros títulos. Corría por mis venas una de las drogas más potentes, pues producía el mayor placer individual. Ya no hubo remedio. A partir de ese momento empecé a cambiar con mis amigos, libros, en lugar de cromos. Me dejaron la colección de "Las mellizas en Santa Clara" y comía embobada, me iba directamente a tumbarme a leer en mi cama y pasaba el calor del verano en lugares lejanos a los que pensaba que jamás iría. Leía libros que era incapaz de entender por el puro placer de leer. Leí la Biblia o el Quijote en lo que mi hermano se zampaba a Mortadelo y Filemón.

Entre los libros y yo se creó un vínculo que si no es amor, no han descubierto aún la palabra que lo define. Solo conservo los que, después de leerlos, han dejado poso en mí, cualquier tipo de poso, porque a partir de ese momento ya forman parte de mi propia esencia. Ya son yo. Los demás, esos que lees por equivocación, porque te lo dicen, porque te lo piden, esos, los regalo. Nunca tiro un libro. El que no sea para mí no significa que no pueda ser para otro.

Quizá por eso el día más bonito del año, el día que más me gusta, ese que parece que lo han hecho para ti, ese día es Sant Jordi. Incluso a veces pienso que mis padres se vinieron a Catalunya, desde un pueblecito de Jaén, para que yo pudiera disfrutar de esta maravillosa fecha. Los libros invaden las calles, el olor a rosa se extiende por todas partes, gente con bolsas cargadas de palabras, las más bellas y las otras.

Un Libro y una Rosa ¿puede haber algo más bello?
La rosa te la doy yo, el libro, ese que ha sido especial para ti, me gustaría conocerlo...

Feliz Sant Jordi.