
Hace mucho, mucho tiempo (bueno, no tanto) tuve la oportunidad de realizar el viaje que tanto había soñado. Era una de esas promesas que uno se hace a sí mismo y que algunas veces se llegan a realizar. Me empapé de cultura e historia egipcia, leí y leí sin descanso, grabé en mi cerebro cada piedra que quería visitar, cada paso que quería dar. Sobre todo, me interesaba el Valle de los Reyes y el de las Reinas; me vi a mi misma caminado por la rampa del Templo de Hatsepsut tantas veces que era como si pensase en un regreso.
Cuando pisé el suelo de El Cairo tuve la sensación de que incluso mi corazón latía más despacio, era como si hubiese retrocedido en el tiempo. La ciudad moderna es un desastre, es cierto, pero se le perdona porque conserva en sus entrañas la historia de miles de años arrastrada por ruedas de carro.
Desde el segundo día, uno tras otro, todos mis compañeros de viaje iban cayendo en un perfecto "efecto dominó" producido por el temido "cólico" del que tanto nos habían avisado. No bebáis agua, no comáis fruta, no os expongáis al sol.
Después vino el crucero por el Nilo. Agua, no bebimos más que embotellada, pero la sopa... ¿Y las naranjas? ¿Cómo resistirse a aquellas naranjas? Las más dulces que he comido jamás.
Me pasé todo el crucero hablando a todo aquél que me quisiera escuchar sobre las maravillas del Valle de los Reyes -si Modesto cayera en este blog seguro que me recordaría-.
El viaje estaba llegando a su fin, quedaban un par de días para regresar a la realidad.
Aquella noche, él empezó a encontrarse mal. No cenó. Se retorcía con unos dolores terribles, los vómitos y la diarrea lo dejaron postrado en la cama. Sé exactamente cómo se sentía porque igual me sentí yo, seis horas después.
Apenas oí el barullo de los que salían de excursión hacia El Valle, me encontraba en una semi inconsciencia absurda y desesperante.
Cuando me recuperé y pude salir del camarote ya habían regresado. Modesto vino a recibirme: "No sé si decírtelo. Tenías toda la razón, ha sido lo mejor del viaje..."
Me puse a llorar de rabia, y he de reconocer que la visita a la pirámide escalonada ya no fue lo mismo. Él me consolaba diciendo que eso había ocurrido para que volviese. Sí, cómo Pompeya cuando fui a Italia.
Hay algo en mis viajes que parece ser obra de una mano tenebrosa. Si yo fuese el personaje de una de mis novelas sería más benevolente... o no.
En fin, todo esto viene a que he leído en "La Vanguardia" que la Esfinge se hunde:
Las aguas subterráneas están emergiendo formando amenazantes charcos alrededor del monumento"