Hace unos cuantos años mis periodos vacacionales no podían pasar sin unos cuantos días en La Vall de Boí, en la Alta Ribagorça (Lleida). Es un lugar que conocía bastante bien, todo lo bien que puede conocerse un lugar en el que no se vive. La novela que estoy escribiendo se desarrolla en parte alrededor de esa zona, en un pueblecito imaginario. Sabía que todo aquello había cambiado, había podido comprobarlo a través de mi amiga Internet, pero soy de esas a las que les gusta constatar los hechos de un modo "menos virtual". Así que preparé un fin de semana de "inmersión" literaria a la búsqueda de una historia de ficción que ha ocurrido en mi cabeza y que espero poder compartir algún día.
Escogimos Taüll para dormir, un pueblecito de cuento, en el que es muy fácil imaginarse hombres a caballo golpeando el empedrado de sus calles.

Cuando vi esta tumba sin nombre pensé en Ermessenda. Es tal y como la había imaginado, solitaria y sin nombre, en medio de ninguna parte, pero con rosas frescas.

Cuando Emma se decida a volver no lo hará sola y su primer recorrido será el largo y tortuoso camino al Lago Negro, que se inicia en la presa de Cavallers.

El camino es lento, lleno de piedras que han caído de lo alto de sus majestuosas montañas. Es el lenguaje que utilizan para recordarnos que estamos ahí de visita y no debemos permanecer demasiado tiempo.



Después el regreso, cansada, con las piernas doloridas y los ojos llenos de paisaje.
Bajar, cuidando de donde pisas, sin dejar de mirar a tu alrededor.
El Valle está lleno de rincones y parajes dignos de ser vistos y contados pero, sobre todo, de ser vividos. 
La Vall de Boí ha cambiado mucho en los años que no la visitaba, se ha convertido en un lugar mucho más visitado, más "turístico", gracias (o por culpa, según se mire) de las pistas de esquí. A pesar de todo sigue contando con algo que nadie ha podido cambiar aún: su paisaje, su verde y grandioso paisaje que te obliga a respirar hondo y que te demuestra que los viajes a través del tiempo sí son posibles. La única máquina que te hace falta es una que tenga ruedas y un buen motor para llevarte.



La Vall de Boí ha cambiado mucho en los años que no la visitaba, se ha convertido en un lugar mucho más visitado, más "turístico", gracias (o por culpa, según se mire) de las pistas de esquí. A pesar de todo sigue contando con algo que nadie ha podido cambiar aún: su paisaje, su verde y grandioso paisaje que te obliga a respirar hondo y que te demuestra que los viajes a través del tiempo sí son posibles. La única máquina que te hace falta es una que tenga ruedas y un buen motor para llevarte.
Tuve un gran impacto al ver la Iglesia de Boí. En mi memoria aún permanecía enterrada...
... como Guillem y Sibil·la.