Camina despacio
porque sabe que sus pasos la llevan al final del camino. Tantas veces había
imaginado este momento que le resulta familiar. Como el camino a la escuela los
días de clase. ¿Por qué recuerda tan bien aquellos días? Que no sepa cómo se
llama esa joven que va a verla y pone esa cara tan triste, dicen que es normal.
Que recuerde hasta el color de sus calcetines de la suerte, no les resulta
sorprendente.
Han llenado su casa
de papelitos con letras que durante meses le han dicho cómo debía llamar a cada
cosa: SOFA, TELEVISION, MESA DE AJEDREZ.
Cuando era pequeña
le gustaba jugar al ajedrez, quizá porque era la única cosa que hacía con su
padre. Era un hombre severo, nada cariñoso, pero su mirada decía cosas que no
sabían decir sus labios. Siempre le traía un trozo de jamón o de queso del que
su madre le ponía para el almuerzo. Eso, era decir algo.
La primera cosa que olvidó fueron los nombres de sus nietos: los últimos serán los primeros. No querían explicarle qué le iba a pasar, así que tuvo que explicárselo ella misma. Era maestra de escuela, acostumbrada a andar entre libros y no le costó mucho encontrar respuestas. Al final no sabrás ni que estás viva, se dijo. Eso es igual que estar muerto ¿no?
Es vieja, pero solo por fuera. Por dentro es aquella niña, la de las trenzas apretadas, que salta a la comba mejor que nadie y hace la vertical treinta veces por minuto. A la que le gustan los bocatas de nocilla y es la reina de los mares, ustedes lo van a ver.
Esta mañana se ha despertado asustada, no encontraba a su madre en aquella extraña casa, solo la mujer sin nombre que no para de decirle señora esto, señora lo otro. La desconocida la ha llevado hasta el lavabo y la ha colocado frente al espejo.
Se ha quedado allí,
quieta, mirando aquel rostro envejecido y asustado. Después de un tiempo, no
podría decir cuánto, la nebulosa ha ido deshaciéndose y, poco a poco, ha vuelto
al presente. No están todas las piezas, pero sí las suficientes para poder
llegar a la cocina y preparar un café.
Esos episodios son cada vez más insistentes, no puede seguir ignorándolos. Con la taza entre las manos se sienta frente al libro que durante una semana ha intentado comenzar. Acaricia las páginas recordando sentimientos. Pero no palabras. Palabras, ninguna. Observa la taza vacía ¿para qué quería una taza vacía? La deja sobre la mesa. Pero el libro no, el libro lo apoya en el pecho mientras observa, por la ventana, el jardín ya florecido.
Aquel camino lleva
al lago, en él aprendió a nadar cuando era niña. La enseñó su padre, sin una
caricia, pero con mucha paciencia.
Coge la toquilla que cuelga de la percha, no sabe muy bien para qué, pero instintivamente la coloca sobre sus hombros. Sale de la casa sin hacer ruido, los pies descalzos y el camisón como atuendo de calle. La mujer que le hace compañía está limpiando las habitaciones y el olor a café llega hasta ella, como una señal de aviso.
Es temprano y no encontrará a nadie en el camino. A las once vendrá su hija, como todos los días, a verla, a intentar recordarle que un día la quiso. Tratando siempre de que no viese sus ojos brillantes, ni la mueca amarga por haberla perdido teniéndola tan cerca.
Camina despacio porque sabe que sus pasos la llevan al final del camino...
Triste es ver a un ser humano deambular en su inconciencia prematura, en sus lagunas mentales, pero mas triste es cuando es un ser querido y no tenemos como mostrarle el camino de regreso, solo ayudarlo a que su propio camino sea mas humano.
ResponderEliminarTriste es!
Besos Antonia y se feliz!
La enfermedad, cualquier enfermedad, es muy triste, pero esta en concreto me parece terrible.
EliminarBesos, Gilberto, te deseo lo mismo!
Uf, un texto precioso, Antonia, pero créeme que sé cómo actúa esa mujer aunque nunca llegara a saber qué sentía, qué pensaba.He visto de cerca esos ojos tremendamente asustados, casi tanto como los míos, que van y vienen sin encontrar una señal que les ubique. A veces, una ráfaga furtiva puso en su camino momentos de lucidez. Entonces, una se arma de infundadas espeanzas, se engaña creyendo que, quién sabe, tal vez eso pueda durar... Un pequeño milagro.Pero no. Instantes después yo volvía a ser una desconocida, y ella, una mujer indefensa, asustada, a veces irritable. Rodeada de fantasmas. Rodeada de extraños.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Es terrible, Marga. Hace unos años leí un libro titulado El Olvidado, trata sobre un judío, que estuvo en un campo de concentración, al que le han diagnosticado esta enfermedad y su lucha porque lo que vivió no quede en el olvido. Es muy ilustrativo.
EliminarSiento que lo hayas vivido en carne propia.
Un grandísimo abrazo.
Un texto con tanto sentimiento, es difícil ver a las personas así, están en su propio mundo.
ResponderEliminarBesos Antonia
Gracias @le, me alegra mucho tu visita.
Eliminar¡Besos!
ES un relato impresionante. Me ha dejado un escalofrío en el cuerpo. Creo que esa enfermedad es de lo más terrible. Afortunadamente no la ha padecido ningún familiar cercano a mí, y espero no tener ningún trato con ella jamás. También para los que están alrededor de ese ser querido enfermo tiene que ser espantoso.
ResponderEliminarUn abrazo
Viven con extraños, como extraños. Y los que conviven con ellos sufren porque sí recuerdan. Es terrible, pero la vida está llena de cosas y seres maravillosos, vale la pena el riesgo.
EliminarUn abrazo
Breve e intenso encontronazo con la realidad abandonada poco a poco y paso atrás imparable.
ResponderEliminarAntonia, me tiene emocionada. Me encantó...Gracias
Muchas gracias Isabel, es un halago haber sido capaz de provocarte esa emoción.
EliminarUn abrazo.
Quizás , deberiamos empezar como en la pelicula de Brad Pitt , 1º somos viejos y poco a poco , vamos haciendonos jovenes , hasta llegar a nacer , puede que fuera más divertido , porque que dura realidad acabas de contar . Mil besos.
ResponderEliminarMarbelis ¿eres tú? Me alegro mucho de tenerte por aquí. No me gustó nada esa película, quizá porque esperaba mucho de ella, no lo sé, pero me resultó decepcionante. Entiendo lo que quieres decir, pero me temo que lo único que podemos hacer es aceptar la vida como se nos presente.
EliminarMil besos.
Maravilloso texto, Antonia.
ResponderEliminarEntrañable y triste.
Besos.
Muchas gracias, Lola. Triste, sí, pero con un punto de rebeldía de alguien que no quiere dejar que el olvido acabe con lo poco que perdura aún en sus recuerdos.
EliminarBesos.
Como dicen mis compañeros, es la dura realidad,por desgracia la enfermedad de este siglo y has sabido plasmarla estupendamente en este relato. Felicitaciones.
ResponderEliminarTodas las enfermedades que ponen en jake la estabilidad mental, sea cual sea su origen, me parecen especialmente terribles. Las enfermedades del cuerpo nos dejan un resquicio por el que huir: los recuerdos. Esta se lo lleva todo...
EliminarUn abrazo
Una de las enfermedades que más daño hacen. No sólo a quienes las sufren, sino también a esos seres queridos que las acompañan en ese sufrimiento.
ResponderEliminarSimplemente precioso tu texto, ¡enhorabuena!
¡Besos!
Estamos de acuerdo, Rober. He pensado muchas veces, con terror, que sentiría si alguien a quien amo sufriese un accidente que le provocase amnesia permanente. Estoy segura que el dolor que sentiría al convertirme en una extraña para él sería espantoso. El alzheimer es similar, solo que hace que la persona que lo padece sea plenamente consciente de cada pérdida. Comprensión y mucho afecto, supongo que es la mejor medicina para quien la padece desde los dos lados.
EliminarBesos
Ostras, Antonia, me has matado con este relato. Realmente maravilloso. Qué triste es olvidar cuando se quiere recordar...
ResponderEliminarBesos.
Suerte que mi "asesinato" ha sido virtual :-) Gracias por tu generosidad, me alegra mucho tenerte por aquí, señora Kellaway ¿o debería decir señorita?
EliminarBesos.
Señora está bien, jeje. Besos.
EliminarHola. Me llamo Mari Mar. Es la primera vez que leo tu blog. ¡Enhorabuena! Me ha impresionado hondamente el texto que he leído por lo que cuenta, por cómo lo cuenta. Se me ha encogido el corazón y se me ha puesto carne de gallina ¡Qué tristeza! y ¡Qué maravilla! Muchas gracias.
ResponderEliminarHola Mari Mar, bienvenida. Espero que te encuentres muy a gusto. No siempre cuento historias tristes. Me alegra que te haya gustado.
EliminarUn beso.
Jutamente vengo de consolar a alguien que está cuidando de una mujer mayor que gradualmente va perdiendo su memoria. Tu relato es conmovedor.
ResponderEliminarUn beso, Antonia.
Es una experiencia muy triste, pero también enseña mucho.
EliminarUn beso!
Recorrer el camino puede ser el principio de una gran aventura. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado, me gusta profundizar en los sentimientos humanos y tratar temas difíciles sin hacer sangre.
EliminarUn abrazo.
Por desgracia, estas situaciones se dan en muchas familias, esperemos que los investigadores den con la clave de algún tratamiento...quién no lo ha sufrido, no sabe lo que es, por mucho que lo expliques...me ha encantado...un besote.
ResponderEliminarMe temo, Fibonacci, que con lo tiempos que corren esto no sea prioritario. Sin embargo, yo tampoco pierdo la esperanza. Me alegra que te haya gustado.
EliminarUn beso.
Perder la memoria, perder los recuerdos es perder todas nuestras experiencias y lo que somos y hemos vivido, sin memoria ya no vivimos solo existimos.
ResponderEliminarEs muy triste.
Muchos besos y un fuerte abrazo.
Escalofríante, lo sé, pero si nos ocurre debemos saber enfrentarnos a ello. Desde uno y otro lado.
Eliminar¡Besos!
Como relato es sobrecogedor. Pocas veces se encuentra una con palabras bajo las que late una emoción contenida tan poderosa. Me parece magistral tu manera de hablar de la desesperación desde la serenidad. De una situación abrumadora desde un personaje analítico.
ResponderEliminarMuy bueno, Antonia.
Esta frase que corto y pego me parece una de las mejores descripciones de relación paternofilial que he leído: La enseñó su padre, sin una caricia, pero con mucha paciencia.
Viene de lo del queso y el jamón, claro. Aún así, admiro mucho a quienes decís tanto con tan poco.
Muchas gracias, Alicia. Si tuviera que elegir una palabra que definiese mi seña de identidad al escribir, sin duda sería la ironía. Pero en segundo lugar diría que me gusta mucho hablar del sufrimiento de un modo sutil y sin "aspavientos". La experiencia me ha enseñado que el sufrimiento es cotidiano y llega sin avisar, sin una banda musical que lo anuncie. Y la gente, la inmensa mayoría de la gente, lo afronta con serenidad y resignación.
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Me caló profundo. Me recordó tanto tanto a alguien que ya se fue de mi vida que me dejó un dolorcito en el alma.
ResponderEliminarBesos.
Antonia enhorabuena fabuloso relato es maravilloso saludos desde…
ResponderEliminarAbstracción textos y Reflexión.
Holaaa!
ResponderEliminarnunca habia pasado por este blog..
pero esta entrada me ha dejado pensativa, que casualidad que ayer vi algo en la tele que me hizo pensar sobre el alzheimer y me encuentro con tu texto.. has echo una mui buena descripcion, es triste olvidar todos los recuerdos.. muy buen texto.
un saludo!
Visité una residencia hace un tiempo y me encontré gente así, fue uno de los días más deprimentes de mi vida, pensar que tal vez sea eso lo que el destino me depare...
ResponderEliminarPrefiero quedarme en cualquier cuneta antes que ser trasto de la sociedad.
Un abrazo.
Wow! me has dejado sin palabras.
ResponderEliminarMe encanta descubrir sitios amantes de la lectura y escritura.
Besos!
Te invito al mío.
http://www.sianny.net/
Me ha conmovido tu relato, Antonia. La vejez trae consigo muchas enfermedades, creo que una de las peores es esa. Me recuerda la novela de Maribel Romero: Mentes Vacías.
ResponderEliminarUn beso, amiga!
Blanca