miércoles, 4 de noviembre de 2009

Mis pecados literarios (con permiso de Verónica)

No he sido nunca de copiar, la verdad, ni cuando iba al cole porque siempre he tenido la impresión de que un ente invisible me vigilaba y sabía todo lo que hacía. Sin embargo, una va creciendo y descubre que los únicos entes invisibles son los virus y que a esos les importa un pepino si copias o haces calceta. Leyendo el blog de Verónica Sukaczer me han dado ganas de copiarle un post y escribir sobre

MIS PECADOS LITERARIOS

Intento no escribir. Lo evito siempre que me es posible y cualquier excusa es buena: tengo sueño porque he madrugado, con dos horas no es suficiente, la cocina necesita un repaso, ¡qué bonito es mi salvapantallas!

Nunca acepto encargos, hago como que sí, pero nunca escribo lo que me piden y acabamos “dejándolo para más adelante”.

Estoy siempre presente en todo lo que escribo, ya sé que eso no se hace, pero me da igual.

Hablo con el lector, también sé que no se hace, pero es que si no me aburro.

Podría escribir sin ordenador, sin máquina, creo que podría escribir, incluso, sin papel, pero no puedo escribir sin una taza al lado. De café, por supuesto.

Adoro mi primer libro, incluso he llegado a creer que La casa grande existe y quiero ir a visitarla.

He leído a los clásicos y algunos, incluso, me han gustado. No diré cuales.

Leo muy, muy, muy despacio. Tardo mucho en acabar los libros que escojo. Suelo cerrarlos y quedarme pensando en lo que acabo de leer y eso ralentiza mucho la faena. Si no lo cierro, es que no llega allí a donde debe llegar lo que leo.

Tengo una gran debilidad por el siglo XIX. Lo he idealizado.

No me gusta Chejov.

Me encanta Wilde.

¿Verónica es una pésima vendedora de sí misma? ¿Después de pésimo que viene? Y, sí, eso es muy malo para esto de la literatura. Y es que hay por ahí un montón de escritores con una capacidad comercial admirable.

Otra cosa en la que soy mala es en las revisiones. Cada vez que reviso una novela, me sale otra. La que estoy escribiendo ahora es la quinta versión de una idea original que ya apenas nada tiene que ver con sus orígenes.

Yo también me siento frente al PC y juego al Spider o a Los Sims para no empezar a escribir.

Tengo dieciocho principios de novela en una carpeta llamada “trabajando”.

Siempre digo que voy a presentarme a concursos a los que luego llego tarde.

Compro libros, los leo y si no me gustan los regalo. He regalado cajas llenas de ellos, algunos con muy buenas críticas.

Me siento obligada a enviar mis novelas a editoriales, pero siento un profundo regocijo cuando me rechazan. En el fondo siempre he sabido que no sirvo para esto.

Me aburren mortalmente las presentaciones de libros. A veces, he sentido vergüenza ajena.

Lucho por no ser de esos “escritores” que solo saben hablar de lo que escriben. ¡Qué pelmazos! Prefiero la conversación de un albañil explicándome cómo alicatar un baño.

Canibalizo a mis semejantes. Escucho mucho a los demás. Interiorizo sus cotidianidades y las guardo ocultas en mi cerebro. Y un día se convierten en una historia que no deja de aguijonearme hasta que la escribo.

En catalán hago castellanismos y, en castellano, catalanismos. Me resulta inevitable.

Yo también uso el diccionario de sinónimos del Word. Y el diccionario de la Real academia. Y el panhispánico de dudas. Y Google. Y Google street view. Y la Wikipedia.

Por cierto, ¿sabíais que tenemos tres preposiciones nuevas? Durante, mediante y via...