martes, 23 de septiembre de 2008

Praga, la Reina de Bohemia


“Veo una gran ciudad cuya gloria tocarán las estrellas. Buscad en el bosque al campesino que construye una puerta (prah) porque los poderosos se han de inclinar ante esa pequeña puerta”.
(Profecía de la princesa Libuse, hija de Cech, fundadora de la dinastía Přemyslida)

Stare Mesto
Cuando entras por primera vez en la Plaza de la Ciudad Vieja de la capital checa, la impresión que recibes es tan fuerte que el corazón se te acelera y la vista se nubla. Por un momento, y si eres capaz de abstraerte de la algarabía de turistas y visitantes, puedes sentir en la piel la velocidad de un viaje a través del tiempo.


La Iglesia de Tyn, con sus dos torres gemelas adornadas de agujas, que empezó a construirse en el siglo XIV, mira al visitante con la indiferencia del que ha vivido mucho.


El antiguo Ayuntamiento sostiene en su fachada el famosísimo reloj astronómico datado en 1410, el más antiguo de Europa. A través de sus ventanas se ven aparecer a los doce apóstoles y, a ambos lados, las imágenes del vanidoso, el avaro, la muerte o el invasor, se ríen del visitante que, con cada hora, se agolpa en masa a sus pies esperando ver despertar al monstruo de los tiempos.



El barrio del Castillo, además de la Catedral de San Vito, posee un lugar mágico llamado El Callejón del Oro, un lugar habitado en el siglo XVI por alquimistas que, alentados por Rodolfo II, intentaba descubrir el secreto de la vida eterna. En una de esas casitas de colores, concretamente la número 22, muchos años después, Kafka conjuraba sus pensamientos volcándolos al papel sin saber que con ello conseguía la autèntica vida eterna.


Malá Strana
El Puente de Carlos es en sí mismo una institución en Praga, en él se entremezclan los que vienen, los que se van, los que se quedan y los que siempre están. Sus piedras se sostienen desde el 1357, impertérritas y humildes. La torre que le da entrada es una obra gótica magistral, 30 estatuas de estilo barroco lo acompañan en su largo viaje a través de la historia desde el 1700.



Lo crucé en ambos sentidos de día y de noche, paseando y deleitándome con sus “habitantes”, los caricaturistas, los músicos, los vendedores ambulantes, fotógrafos con trípodes portátiles y grandes angulares. Y en él me sucedió una cosa muy divertida. Descansaba apoyada en uno de sus laterales junto al puesto de un pintor paisajista que vendía sus láminas a buen precio. Un turista se acercó a mirar las pinturas comentando con su pareja “mira esta que bonita”. Yo le miré un segundo y él me devolvió la mirada, uno como yo, pensé, turista y español. El muchacho no se movía de allí y me pareció que seguía mirándome, de repente se acercó y me dijo: perdona, ¿eres Toñi? y la luz deslumbrante de un Flash iluminó mis ojos ¡Fernando! Hacía tantos días que esperaba encontrarme con él, preguntando incluso a algunas parejas que viajaban con la misma operadora, sin tener éxito, que ya había perdido la esperanza.


Pero allí estaba, Fernando Alcalá, el que no nació para ser culto, con su acento extremeño y su incipiente barba de intelectual que le va que ni pintada. Entonces supe que nos habíamos cruzado varias veces, que había tenido la divertida idea de ponerse una pegatina en la que anunciaba mi búsqueda, ¡qué pena no haberle visto entonces, lo que me habría reído!


Lo peor de este viaje fue el día perdido en Karlovy Vary, no es que la coqueta ciudad no fuese hermosa, es que no era una ciudad, era una gran tienda con algunas calles para sustentarla. Me decepcionó perder un día para que algunas personas se gastaran sus ahorros en regalos. Me decepcionaron las obleas que imaginaba (no sé por qué) como varquillos de caramelo y en realidad eran simples como la galleta que aquí poníamos a los helados de corte (antes, porque las de ahora son mucho más buenas). Cuando regresamos teníamos ansia de Praga, cenamos pronto, muy pronto, y nos fuimos en metro al centro para saborear con fruición aquella última noche.


Al día siguiente desayunamos con Fernando y Ana, nos conocimos un poco, y nos despedimos hasta otra con buen sabor de boca.


En la retina la Plaza de la Ciudad Vieja, las puntiagudas torres de la Iglesia de Tyn, el Callejón del oro con su número 22 y, sobre todo, el dulce y embriagador aroma de una ciudad que te mira a los ojos y no te permite ni parpadear.

Moneda: Corona checa
Palabra: Magia
Consejo: Zapato cómodo
Otro consejo: Contrastar la ciudad de día y de noche.
Último consejo: Ir

5 comentarios:

  1. Me está encantando este viaje contigo, Antonia. Y también con Ferlocke, por un rato, jejejeje.
    Qué encuentro más chulo.
    Un besote.

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  2. Ay, Toñi, qué pena penita pena me da ver tanto las fotos como tus comentarios, que yo quiero volveeeeeer!!

    Y sí que nos costó encontrarnos, madre mía. Si es que lo de las casualidades no iba a dejárnoslo todo tan bien rodado. Íbamos con la misma operadora, sí, pero, claro, como la mitad de los turistas españoles que fueron a los mismos sitios en las mismas fechas.

    Pero vencimos a la fatalidad. Y tenía que ser en el puente de Carlos.

    Quiero volver!!

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  3. Acabo de descubrir tu blog, me encantó!
    Éste año tuve la suerte de viajar a Praga, una ciudad que me dejó enamorada, donde me sentí como vos bien dijiste:"puedes sentir en la piel la velocidad de un viaje a través del tiempo"

    Gracias por poner en palabras, lo que he sentido en mi alma.
    Si no te molesta, me gustaría linkear tu blog en el mío. Un beso!

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  4. leo, este viaje ha sido un auténtico regalo.

    fer, hay que volver, pero el mundo es tan grande...

    pachu, bienvenido por estos lares. Era sorprendente andar por las calles de Praga ¡sólo se escuchaba hablar español! Me alegro que te haya gustado, iré a visitarte. Y por supuesto que puedes linkarme.

    Besos a los tres

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  5. Antonia gracias!, te cuento que soy mujer ;)
    Ya te he agregado a mis links, no vayas a creer que mi blog es tan interesante como el tuyo, pero bueno, verás que tengo 3 blogs...un beso grande!

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